La cueva y el cosmos. Michael Harner

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La cueva y el cosmos - Michael Harner Sabiduría Perenne

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a impartir dos ponencias en el encuentro anual de la Asociación de Psicología Transpersonal en el centro de conferencias Asilomar en Pacific Grove, California. El tema de la conferencia era «Nuevos paradigmas en psicología». Me pidieron que en una de las ponencias presentara el chamanismo, ante un público de cientos de personas, como uno de los ejemplos de estos nuevos paradigmas.

      Mi plan no solo era hablar de chamanismo, sino también ofrecer a todos la oportunidad de realizar un viaje chamánico al Mundo Superior a fin de que los asistentes pudieran comprobar el poder del trabajo chamánico. Sinceramente, no estaba seguro de que aquellos cientos de personas, sentadas en hileras de asientos, lo lograran, pero pensaba que merecía la pena intentarlo.

      Pedí silenciosamente a mis espíritus que me ayudaran a impresionar al público acerca de su realidad. Respondieron que tendría que apagar las luces del salón de conferencias y sacar dos grandes bolas de cuarzo que llevaba en mi maleta. Mi experiencia chamánica me había permitido saber que, cuando se usan correctamente, los cristales de cuarzo tienen el efecto de amplificar el poder espiritual que se deposita en ellos.

      Una vez el salón quedó completamente a oscuras, pedí ayuda a los espíritus, en silencio, y activé los cristales según dicta la tradición. Su débil resplandor atravesó la oscuridad. En aquel momento hubo un grito en el público. Pedí que encendieran las luces. Una mujer de pie agitaba su mano extendida.

      Le pedí que se acercara a uno de los micrófonos situados en los pasillos del auditorio para compartir su experiencia. Esperaba que dijera unas breves palabras para describir su experiencia subjetiva y que volviera a tomar asiento, cediendo su lugar a otro voluntario. Pero me esperaba una sorpresa.

      Ante el micrófono, y con la mano extendida en alto, anunció que había gritado porque en ella se habían materializado dos monedas.

      Mi sorpresa y alegría fueron indecibles, porque jamás había esperado algo de esta magnitud. Invité a la mujer, a quien no conocía, a subir al estrado. Nos enseñó las monedas y recibió un fuerte aplauso. Comuniqué al público que las dos monedas de 10 céntimos eran tan brillantes que parecían recién acuñadas.

      Le di las gracias y, debo confesarlo, me sentí muy satisfecho por la materialización pública. Creí que ahí acababa todo. Sin embargo, mientras la mujer abandonaba el estrado para regresar a su asiento, la voz de un hombre entre el público llamó la atención sobre algo que se me había pasado por alto. Gritó: «¡Un nuevo par de monedas!». Había caído en la cuenta de que no se trataba solo de una materialización, sino de un mensaje que reiteraba el tema de la conferencia, “nuevos paradigmas”.1*

      En este acontecimiento hubo más de 400 testigos. Hace unos años, la misma mujer se me acercó en una conferencia y me dijo quién era. Me contó que había conservado las dos monedas, y las sacó de su monedero para enseñármelas. Aún parecían nuevas y brillantes.

      Milagro 2: recibir una curación «imposible» y hablar en hawaiano

      En la curación chamánica culminada con éxito, los milagros son acontecimientos casi rutinarios cuando los espíritus deciden interceder. Les gusta especialmente ayudar a un chamán que pertenece a su árbol genealógico como descendiente directo, y su servicio es aún mayor si el paciente también ayuda al chamán en algún sentido. Un plus adicional, aunque no necesario, es que el paciente también sea su descendiente.

      A principios de los ochenta, tres oculistas diferentes me diagnosticaron degeneración macular. Los tres estuvieron de acuerdo en que la dolencia era irreversible. A finales de los noventa llegaron a la conclusión de que estaba empeorando y no podía hacerse nada.

      Cuando mi mujer Sandra y yo planeamos unas vacaciones a la Isla Grande de Hawái, una de mis estudiantes me sugirió que visitara a un anciano sacerdote chamán en la costa de Kona, un kahuna espiritual al que conocía, para pedirle ayuda. Parecía una idea perfecta. También sentía curiosidad por conocer al hombre, Lanakila Brandt, que aunque de ascendencia medio alemana, se había convertido completamente a la religión hawaiana y gozaba de la reputación de ser uno de los últimos cinco kahunas auténticos que quedaban en las islas.

      Lo encontramos en la pequeña comunidad de Capitán Cook, así llamada por encontrarse a pocos kilómetros de la bahía Kealakekua, donde el célebre navegante y explorador británico del siglo XVIII desembarcó en Hawái y donde fue asesinado más tarde.

      Lanakila accedió generosamente a tratar mi dolencia ocular si yo me sometía a un programa diario diseñado por él. Durante cinco mañanas y tardes, y mientras yo yacía tendido sobre la espalda, él rezaba ante un altar de imágenes de deidades hawaianas tradicionales esculpidas en madera adornada de hojas y flores.

      No experimenté nada digno de mención hasta la quinta y última tarde, cuando sentí que el espíritu de una persona fallecida entraba en mi conciencia y me mostraba una escena en color. Nosotros (el espíritu y yo nos habíamos fundido) mirábamos una bahía en dirección sur. Tuve la impresión de que se trataba de la bahía Kealakekua y que estábamos en algún punto intermedio de la ascensión al acantilado que la preside. En el agua se perfilaban dos fragatas ancladas. En aquel momento no sabía que el capitán Cook había llegado en dos barcos, pero pensé: ¡capitán Cook! y me pregunté si el espíritu era el de un marinero británico o el del propio Cook. Luego me planteé si el espíritu era hawaiano. Aún no estaba seguro.

      Entonces sucedió algo muy extraño: el espíritu empezó a hablarme en un lenguaje que no comprendía. Ni siquiera sabía si era hawaiano, porque las únicas palabras que conocía, como cualquier visitante a las islas, eran «aloha» y «mahalo» (gracias). Sin embargo, el espíritu, que parecía claramente masculino, se repetía sin cesar, insistiendo con la aparente intención de que recordara sus palabras. Poco a poco memoricé el mensaje, con alguna dificultad debido a que tenía que concentrarme en ignorar las oraciones recitadas por Lanakila. Me repetí silenciosamente las palabras mientras yacía boca arriba, con los ojos cerrados, esperando que cuando el ritual concluyera Lanakila me dijera si eran o no hawaiano. En cuanto acabó, anoté las palabras, le expliqué lo que había pasado y las leí en voz alta. Estas eran las palabras: Hele hele aku i ka pono.

      «Es una buena señal», esbozó una amplia sonrisa. «Has hablado hawaiano. Lo que has dicho es, literalmente: ¡Adelante! ¡Adelante! Adelante hacia todo lo positivo. Tu mensaje significa: “Avanza con toda tu fuerza (con tu vida); todo es positivo, pues estás en el camino correcto”.»

      Recientemente envié las palabras que me brindó el espíritu, junto a la traducción de Lanakila, a un profesor de hawaiano de la Universidad de Hawái (Hilo) para comprobar la corrección de la frase recibida y su traducción. Respondió: «… el hawaiano es bastante correcto e incluso incluye la partícula direccional, aku». Su única sugerencia fue añadir «una coma después del primer hele». ¡Evidentemente, el espíritu no me habló de coma alguna!2

      Pregunté a Lanakila: «¿Cuál es el camino correcto?», porque la frase era nueva para mí.

      «Es el camino moral, el camino correcto», respondió y añadió: «Has sido bendecido con ayuda, y tus ojos apreciarán el resultado. Ten presente que la cura puede tardar unos meses».

      Dicho y hecho, cuando unos meses después me sometí a una revisión mis oculistas no pudieron encontrar prueba alguna de degeneración macular. Esa inversión, dijeron, era imposible, y la única explicación que encontraron era que los diagnósticos previos eran erróneos (¡aunque se habían repetido a lo largo de una década!).3

      Unos tres años más tarde descubrí un nuevo libro sobre Fiji (otra cultura isleña del Pacífico), titulado The Straight Path of

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