La cueva y el cosmos. Michael Harner

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La cueva y el cosmos - Michael Harner Sabiduría Perenne

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la dicotomía en dos términos sencillos, realidad «ordinaria» y realidad «no ordinaria», que yo había asociado, respectivamente, con el «estado ordinario de consciencia» y el «estado chamánico de consciencia».17 Animado al conocer al menos a un antropólogo con quien compartir experiencias relacionadas con el chamanismo y los alucinógenos, sentí el estímulo necesario para volver a visitar a los shuar en otras tres ocasiones.18

      Carlos tenía un gran sentido del humor y una impresionante sinceridad. Relató sus maravillosos encuentros con el peyote y el hombre yaqui, un brujo llamado don Juan. Sandra Harner y yo lo animamos a narrarlos. En pocas semanas nos presentó el primer relato escrito. Se trataba de una narración etnográfica tan impresionante y presumiblemente exacta que lo animamos a escribir más.

      A medida que se sucedían sus visitas y se acumulaban los posibles capítulos resultaba evidente que Carlos había producido un manuscrito con la dimensión de un libro. Le ayudamos a enviarlo a Grove Press en Nueva York, que lo rechazó de inmediato, algo que más tarde su propietario lamentó profundamente, según se dice. Evidentemente, el servicio de publicaciones de la Universidad de California lo publicó en 1968 con el título Las enseñanzas de Don Juan después de muchas dificultades y contratiempos, pero eso es otra historia para contar en otra ocasión. Había algo evidente, sin embargo: la indiferencia popular de Occidente hacia el conocimiento espiritual y filosófico indígena estaba a punto de cambiar.

      Un poco antes, tras la publicación en inglés, en 1964, del libro que Eliade consagró al chamanismo en 1951, el interés en la materia creció rápidamente en Estados Unidos, sobre todo en California. Este interés aumentó significativamente gracias al uso generalizado de sustancias psicodélicas como el LSD en los años sesenta.

      Antes de 1964, pocos de aquellos exploradores psicodélicos sabían que estaban redescubriendo un territorio conocido por los chamanes durante miles de años. No es de sorprender que buscaran un marco de referencia para su experiencia en las conocidas tradiciones espirituales de las civilizaciones orientales, especialmente el hinduismo y el budismo tibetano. Hablaban de «incursiones» más que de «viajes», y pocos de ellos habían oído hablar de los chamanes y sus experiencias.

      En la misma época en que apareció el libro de Eliade, algo extraño empezó a sucederle a los exploradores psicodélicos «hippies» del distrito Haight-Ashbury de San Francisco. Sus incursiones con LSD y otras sustancias psicoactivas llevaron a muchos de ellos a concluir que eran reencarnaciones de indios norteamericanos fallecidos. En consecuencia, algunos empezaron a exhibir abalorios, piel de reno y plumas. Desde la perspectiva chamánica, probablemente habían vivido la experiencia de fusión con espíritus en el transcurso de sus incursiones, en especial aquellos espíritus que pedían reconocimiento.

      Entretanto, yo intentaba transmitir mis experiencias con la ayahuasca y otros conocimientos chamánicos a mis compañeros antropólogos de Berkeley. Se esforzaron por interesarse y mostrarse comprensivos, pero pronto advertí que mis experiencias chocaban con su paradigma secular tanto como con el punto de vista religioso de los misioneros. Abandonando en gran medida mis intentos por comunicar lo inefable, me concentré en los montones de libros de la gran biblioteca universitaria de Berkeley buscando, literal y figuradamente, espíritus afines.

      Al principio me centré en investigar los testimonios de uso tribal de alucinógenos que hubieran pasado desapercibidos, en especial los poderosos efectos de la ayahuasca, y más tarde de la datura. Mis experiencias con esas sustancias y el uso de otras plantas en la América nativa del Norte, Central y del Sur me hicieron pensar que las experiencias espirituales humanas debieron originarse a partir del uso de plantas psicotrópicas; en otras palabras, que las plantas eran la fuente fundamental de experiencia religiosa y, por lo tanto, de la religión y el chamanismo. Convencido de que el uso e impacto de ambas sustancias no había sido abordado seriamente por los estudiosos del origen de las religiones, me sumergí en la literatura etnológica e intercultural histórica con gran curiosidad y muchas expectativas.

      Encontré considerables pruebas que demostraban que los chamanes de diversas latitudes habían recurrido a plantas psicodélicas para alcanzar la experiencia de otra realidad. Estas plantas también parecían estar detrás de las historias de «brujas» voladoras, hombres lobo, vampiros y zombis. Incorporé algunos de estos descubrimientos a mi artículo sobre el uso de plantas psicodélicas en la supervivencia del chamanismo (entonces «brujería») en Europa a finales de la Edad Media y durante el Renacimiento.19 El artículo formó parte de mi libro Alucinógenos y chamanismo, esencialmente compuesto por artículos leídos en un simposio de la Asociación Antropológica Americana en 1965. Carlos Castaneda participó en el simposio. Su artículo, a diferencia de los demás, nunca fue publicado. Fue decisión suya.

      Otros se vieron simultáneamente involucrados en una investigación similar desencadenada por la experiencia de Gordon Wasson con la «seta mágica» entre los mazatecos en México;20 por las publicaciones de Albert Hofmann, posteriores a su descubrimiento del LSD;21 por los relatos de Aldous Huxley, que abordaban sus experiencias con la mescalina,22 y por la presentación de psilocibina que Timothy Leary hiciera a los estudiantes de Harvard.23

      Así pues, a principios y mediados de los años sesenta muchos de nosotros creíamos que «era cosa de las drogas», de ahí que se publicaran varios artículos atribuyendo el origen de la «experiencia religiosa» a la antigua ingestión de plantas psicodélicas.24 La extendida experimentación con LSD durante esos años reforzó la opinión de que una sustancia bioactiva ingerida era la llave «secreta» que explicaba la experiencia chamánica de ingreso en otras realidades.

      En 1968, los primeros libros de Castaneda se sumaron a la opinión general,25 como había ocurrido con la obra Mushrooms, Russia, and History de Wassons, de 1957, en la que las experiencias visionarias de los chamanes siberianos se atribuían a la ingestión de la seta agárica psicodélica (Amanita muscaria).26

      No obstante, como resultado de mi investigación intercultural, al finales de los sesenta yo estaba llegando a la conclusión de que los chamanes integrados en la mayor parte de las culturas indígenas de todo el mundo realizaban su labor sin un consumo apreciable de estas sustancias psicodélicas. Me resultaba de una obviedad incuestionable que, a lo largo y ancho del mundo la percusión, especialmente el tambor, estaba mucho más extendida entre los chamanes indígenas que las sustancias psicodélicas. Sin embargo, era difícil aceptar la posibilidad de que el uso chamánico del tambor pudiera alterar los estados de consciencia.

      Admitiendo el poder del tambor

      Ya en 1948, en Zuni Pueblo, en Nuevo México, me sorprendió el efecto del repetitivo tambor ceremonial en un contexto sagrado; de hecho, tuve una verdadera experiencia religiosa en aquel lugar. A principios de los años cincuenta, me expuse a los efectos de los cascabeles mohave y cahuilla, y de los tambores de pie en las ceremonias sagradas «circulares» del Norte de California.27

      Más tarde, en los años sesenta, descubrí que la percusión era utilizada en un contexto específico de sanación chamánica entre los salish costeros del estrecho de Puget en el Oeste del estado de Washington, aunque no se practicaba el viaje espiritual. Progresivamente, mis lecturas interculturales sobre chamanismo me obligaron a concluir que en la mayoría de las culturas del mundo los chamanes no ingerían plantas psicotrópicas para alterar su consciencia.

      En los sesenta compré un tambor doble estilo Pueblo y decidí experimentar con él a fin de inducir viajes a otras realidades. Para mi sorpresa, descubrí que la percusión firme y reiterada alteraba inmediatamente mi conciencia. ¡Podía realizar viajes chamánicos sin sustancias psicodélicas! No debería haberme sorprendido, sin embargo. Como es habitual, los chamanes sabían lo que hacían, y se beneficiaban de miles de años de experimentación.

      En una fase temprana de mis experimentos descubrí que un

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