Revolución y guerra. Tulio Halperin Donghi

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Revolución y guerra - Tulio Halperin Donghi Historia y cultura

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Y por otra parte esa redistribución no seguía el ritmo de las transformaciones económicas: todavía en 1810 el Interior mostraba una población más abundante que el Litoral en expansión. Datos que sería imprudente utilizar si no con un gran margen de aproximación dan para el Interior, en la década de 1770, una población total de 200.000 habitantes: la del Litoral podía estimarse en poco más de una cuarta parte (37.000 para Buenos Aires y su campaña, 5000 y 6000 para Corrientes y Santa Fe). En las décadas que siguieron hasta la revolución, el ascenso del Litoral fue desde luego más rápido que el del Interior; la población urbana de Buenos Aires era hacia 1810 de 40.000 habitantes, la de su campaña podía considerarse equivalente; si Santa Fe había avanzado poco (la apertura de nuevas tierras había hecho sentir sus consecuencias en Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental), para la región en su conjunto podía calcularse una población de 160.000 habitantes. Al mismo tiempo la población del Interior había crecido (en algún caso –como el de Córdoba– tan velozmente que puede pensarse también que la confección de los padrones se había hecho más meticulosa); atribuir a la región 300.000 habitantes en el momento de la revolución no parece excesivo.[58] Pese a ese aumento del Litoral, la escasez de población sigue haciéndose sentir en él más duramente que en el Interior; pese a las modalidades de ese aumento, algunos rasgos diferenciales de la distribución ecológica en el Litoral se mantienen, aunque atenuados: el más importante es la alta proporción de población urbana; la persistencia de este rasgo mostraba cómo el avance demográfico litoral se vinculaba con su nueva posición mercantil, a la vez que con su expansión ganadera.

      Ese avance de población, tenido por insuficiente, fue posible sobre todo gracias al crecimiento vegetativo y a las migraciones internas. Intervinieron también otros factores: la inmigración metropolitana y la importación de esclavos.

      La inmigración –casi totalmente espontánea– contribuyó indudablemente al crecimiento litoral; no es fácil medir su influjo ya que, por una parte, los ingresos fueron en alta proporción clandestinos, y por otra los padrones no suelen discriminar –hasta después de 1810– entre españoles europeos y americanos. Testimonios impresionistas nos muestran no sólo una inmigración peninsular que se vuelca hacia los sectores mercantiles y burocráticos urbanos, sino también otra (de desertores y polizontes) que prefiere alejarse de la relativa vigilancia de la ciudad, y se orienta hacia las afueras y aun hacia la plena campaña; la importancia de esta última no es fácil de medir; por otra parte, no hace sino anticipar una corriente que se mantendrá a lo largo del siglo XIX y habrá de inquietar a los representantes de más de un país con comercio activo en el Plata, formada por marineros desertores de muy variado origen. Esta corriente, sin embargo, no parece haber influido considerablemente en el avance demográfico de la provincia.

      Mayor importancia numérica tuvo sin duda la introducción de esclavos. Esta era la solución habitual en las últimas etapas coloniales para el problema planteado por la escasez de mano de obra; es usual señalar qué razones impidieron, en el Río de la Plata, que la gravitación del régimen esclavista alcanzase la intensidad que tuvo en las colonias de plantaciones: faltaban aquí precisamente las plantaciones, y la esclavitud fue un fenómeno más urbano que rural; por otra parte, el tipo de actividades a las que en las ciudades se orientaban los esclavos hacía menos interesante para sus amos el mantenimiento de la institución misma; eso explica sin duda la abundancia de emancipaciones.

      Estas observaciones –en su mayor parte válidas– no deben, sin embargo, hacer olvidar la importancia que tuvo la entrada de esclavos negros como medio para obtener la mano de obra que la escasa población local no podía proporcionar. En este sentido, el Río de la Plata estaba todavía favorecido por constituir el punto de entrada de esclavos para todo el sur de las Indias españolas; la oferta de negros fue aquí abundante desde comienzos del siglo XVIII.

      Y en efecto, la proporción de la población de color se eleva en Buenos Aires a lo largo de esa centuria desde el 16,5% en 1744, hasta el 25%, en 1778 y el 30% en 1807. En la campaña la parte de la población negra es más escasa, hecho que se constituye en una prueba adicional de la concentración de la riqueza mueble en actividades urbanas, porque no hay duda de que –contra lo que quiere frecuentemente suponerse– allí donde se la usó la mano de obra esclava resultó rendidora para los trabajos rurales (sobre todo para los agrícolas). En todo caso la entrada de esclavos para el Litoral en expansión del siglo XVIII no alcanzó a dar a este una proporción de población negra comparable a la de ciertas zonas del Interior, donde el período de entrada de esclavos había sido la centuria anterior: en Tucumán, en 1706, la población negra cubre un 44% del total. Pero en el Interior una alta proporción de los pobladores de color se encuentran emancipados; en Tucumán hay cuatro negros libres por cada esclavo, en Corrientes la proporción es análoga. En Buenos Aires, en cambio, hay en 1810 un negro libre por cada diez esclavos.

      Ahora bien, pese a que caracterizaciones acaso excesivamente esquemáticas presentan a las actividades económicas vinculadas con la esclavitud (ya sea la trata, ya la utilización en escala importante de mano de obra servil) como propia de los sectores más arcaicos de la economía, es indudable que la gravitación de la mano de obra esclava contribuyó a debilitar el ordenamiento tradicional en las ciudades litorales; si su empleo doméstico no podía influir decisivamente en este aspecto, el artesanal era en cambio importante; ya se ha visto cómo el sector artesanal libre resistía bastante mal la concurrencia de los esclavos; en último término fue la presencia de estos –y de sus amos, políticamente influyentes– uno de los factores de peso para frustrar el surgimiento de un sistema de gremios artesanales en Buenos Aires y favorecer el triunfo precoz de la libertad de industria.

      La sociedad rioplatense se nos muestra entonces menos afectada por las corrientes renovadoras de la economía de lo que a menudo se gusta presentar; por otra parte, el influjo renovador es sobre todo destructivo; está lejos de haber surgido ni siquiera el esbozo de una ordenación social más moderna. Pero a la vez, el orden tradicional aparece asediado por todas partes; su carta de triunfo sigue siendo el mantenimiento del pacto colonial; mientras este subsista, la hegemonía mercantil, que es su expresión local, está destinada también a sobrevivir. La revolución va a significar, entre otras cosas, el fin de ese pacto colonial (y a más largo plazo la instauración de uno nuevo, en que las relaciones con las nuevas metrópolis se dan de modo diferente). Este dato esencial bastará para poner en crisis la ordenación social heredada de la colonia; dicha crisis será todavía acelerada por otros aportes menos previsibles de la revolución: en cuarenta años aparentemente vacíos de realizaciones económicas se pasará de la hegemonía mercantil a la terrateniente, de la importación de productos de lujo a la de artículos de consumo perecedero de masas, de una exportación dominada por el metal precioso a otra marcada por el predominio aún más exclusivo de los productos pecuarios. Pero esa transformación no podrá darse sin cambios sociales cuyos primeros aspectos evidentes serán los negativos; el aporte de la revolución aparecerá como una mutilación, como un empobrecimiento del orden social de la colonia.

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