E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020. Varias Autoras
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–¿Mimarme? –sonrió Danielle–. ¿Asegurándose de que no estaba sola ni un momento? ¿Criticando todo lo que hacía? No, el único que estaba mimado era Robert. Pero no me di cuenta hasta después de casarme con él.
–Yo no te haría eso –dijo Flynn.
–Lo estás haciendo ya. Solo me he acostado contigo, no esperaba una proposición de matrimonio.
Flynn intentó relajarse. Le demostraría que las cosas serían diferentes con él. Le demostraría que podía hacerlo.
–No te estoy pidiendo que te cortes un brazo, Danielle.
–Eso sería más fácil que la lenta tortura de ser asfixiada hasta la muerte.
Su marido había cometido esos errores, no él. Y él no quería pagar por los errores de otro hombre; sobre todo de un hombre muerto.
–No vas a recibir una oferta mejor.
–No quiero una oferta mejor –replicó Danielle–. No quiero ninguna oferta –añadió, levantándose para ir al baño–. Y Flynn… este no es el principio de una aventura. Este es el final de una aventura.
Él la vio cerrar la puerta sin decir nada, pero no estaba de acuerdo. No había llegado donde estaba rindiéndose ante la primera dificultad cuando quería algo. Y no solo quería proteger a Danielle y a su hijo, sino que quería tener a Danielle en su vida, por muy absurdo que sonara.
Y él siempre conseguía lo que deseaba.
Capítulo Siete
Danielle apoyó las manos en el lavabo e intentó que se le deshiciera el nudo que tenía en la garganta.
¡Casarse con él!
¿Cómo podía hacerle eso? ¿Cómo podía estropearlo todo con una proposición de matrimonio? Flynn Donovan era la última persona en el mundo de la que habría esperado eso. La última persona que desearía atarse a alguien. Después de todo, era un hombre que debía tener una lista interminable de mujeres esperándolo…
Y, sin embargo, la quería a ella.
La supuesta buscavidas. La supuesta estafadora. La supuesta mujer que haría cualquier cosa por llamar su atención.
No lo entendía. Pero daba igual. Ella no podría soportar otro matrimonio con un hombre que quisiera poseerla, agobiarla, dictarle lo que tenía que hacer y cómo. Lo único que ella quería era su independencia.
Pero tenía que ser fuerte. No debía olvidar lo que Robert le había hecho en nombre del amor. No debía olvidar que Robert había querido saber dónde estaba cada minuto del día, con quién había comido, a quién había visto. Ni las sugerencias sobre lo que debía ponerse, no solo por parte de Robert sino de su madre. Ni las críticas cuando daba una opinión… hasta que dejó de darlas.
Era muy joven cuando se casó y estaba deseando enamorase cuando conoció a Robert. Echaba de menos a sus padres y había querido que alguien la amase.
Pero había elegido al hombre equivocado, a la familia equivocada. Y para cuando lo descubrió ya era demasiado tarde. Estaba casada con Robert Ford.
Y con su madre.
¿Y Flynn quería devolverla a ese infierno?
No, no pensaba volver a cometer ese error.
Afortunadamente, Flynn se había ido cuando volvió del baño y Danielle salió a dar un paseo por el jardín botánico. Pero ni siquiera los hermosos jardines tropicales consiguieron calmarla… incluso tenía la absurda sensación de que alguien la seguía y no dejaba de mirar por encima del hombro.
Pasó el resto del día en casa, esperando que Flynn volviera para seguir presionándola.
Qué cara.
Había luchado mucho para llegar a ese momento de su vida y, embarazada o no, lo último que deseaba era sentirse atrapada otra vez en un matrimonio sin amor. Y estaría atrapada. Atrapada por un hombre que pensaba que las mujeres valían solo para una cosa.
Afortunadamente, estaba embarazada. Lo que Flynn Donovan más temía era lo que iba a salvarla de sus garras.
Su hijo.
Al final, Flynn no fue a su casa y tampoco lo hizo Monica. De modo que se puso a limpiar el apartamento y a colocar, por enésima vez, la ropita de bebé que le había regalado su amiga Angie.
Le temblaban las manos mientras colocaba los patucos, las camisetitas. En seis meses tendría a su hijo en brazos, pensó. Había intentado prepararse para ese momento, pero seguía pareciéndole increíble.
* * *
Desgraciadamente, no estaba preparada para la bomba que recibió al día siguiente en el trabajo. Ben Richmond, el hombre que le había alquilado el ático, pasó por la boutique cuando Angie había salido al banco.
–Hola, Danielle.
–Hola, Ben. ¿Qué haces por aquí?
–Danielle, verás… tengo que hacerte una pregunta –dijo el hombre, nervioso.
–Dime.
–¿Estás embarazada?
–Pues… sí –contestó ella, sorprendida.
–Entonces, ¿vas a tener un niño?
–Eso parece. ¿Por qué lo preguntas?
–Es que… Verás… el contrato de alquiler que firmaste especifica que el inquilino no puede tener niños.
–¿Qué?
–Que no se admiten niños en ese edificio. Si dependiera de mí… –se disculpó Ben–. Pero no es así.
–¿Estás diciendo que tengo que irme de mi apartamento, de mi casa?
–No te preocupes. No vamos a echarte mañana ni nada parecido. Pero el propietario insiste en que te marches lo antes posible. Lo lamenta mucho, pero…
–Pero yo no recuerdo ninguna cláusula sobre eso.
–Está en el contrato, Danielle. Yo no te dije nada porque no sabía que estuvieras embarazada.
Danielle apretó los labios.
–Tardé mucho tiempo en encontrar un sitio que me gustase y ahora tengo que ponerme a buscar otra vez.
–No te disgustes –intentó consolarla Ben–. Yo te ayudaré. Tengo un par de sitios en mente no lejos del ático. Te gustarán, te lo prometo.
La idea de volver a mudarse la llenaba de horror. ¿Y si no encontraba nada que le gustase? ¿Y si no podía pagar otro apartamento? Entonces tendría que volver con Monica.
–¿Te encuentras