E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020. Varias Autoras

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      –¿No?

      –No, Danielle. Me siento muy atraído por ti. Quiero que seas mi esposa. Por mí, no por Monica. Pero si después de que nazca el niño quieres marcharte… no te detendré. Y te debo una disculpa por todo lo demás. Por cómo te he tratado, por lo que he pensado de ti, por creer las mentiras que contó Robert…

      –Déjalo, Flynn.

      –Aunque sospecho que todo eso no es más que la punta del iceberg.

      –Sí, me temo que así es.

      –Cuéntamelo, Danielle.

      Ella dejó escapar un largo, largo suspiro.

      –Casarnos fue un error desde el principio, pero yo quise creer que no era así. Después de un tiempo ya ni siquiera podía disimular…

      –¿Lo querías?

      –Pensé que lo quería, pero pronto descubrí que su idea del matrimonio era muy diferente a la mía. Él quería amor incondicional y yo… yo quería ser libre.

      –Pero te quedaste embarazada.

      –Fue un error, un accidente. Yo no habría querido que un niño se criase en ese ambiente. Robert me juró que todo sería diferente, que iba a cambiar, que no iba a dejarse manipular por su madre, pero… murió en un accidente una semana después.

      Flynn la miró, pensativo.

      –Siento lo que te hizo, lo que te hicieron. Ojalá pudiera borrar esa etapa de tu vida.

      De repente, los ojos de Danielle se llenaron de lágrimas.

      –Ya lo has hecho. Cuando hacemos el amor me haces sentir como una mujer, no como una pobre excusa de esposa.

      –Tú nunca serías una pobre excusa de nada.

      –Gracias –murmuró ella.

      Una hora después, cuando Danielle se había quedado dormida, Flynn bajó al estudio y se sirvió una copa de whisky. Debería haberle quemado la garganta, pero no era así. Estaba ardiendo por dentro. Ardiendo por tomar a un hombre muerto del pescuezo y arrancarle el corazón.

      Y Monica. A la que Jean había tenido que llevar a casa después de darle un calmante. Menuda pareja.

      Pero lo peor de todo era que él le había hecho lo mismo que su marido y su suegra. La había tratado mal, la había despreciado… pobre Danielle. No podía perdonárselo a sí mismo.

      Connie le había entregado por la mañana el informe que había encargado sobre Danielle y su marido. Y esa información lo había puesto enfermo. Ahora sabía que todas sus acusaciones habían sido infundadas. Danielle no era una buscavidas y no se había gastado el dinero del préstamo.

      Y, a pesar de lo mal que se había portado con ella, Danielle lo había perdonado.

      Flynn volvió a tomar otro trago de whisky. Había hecho falta una seductora rubia de ojos azules para recordarle que el mundo no se había hecho a medida de Flynn Donovan. Se sentía humilde y esa era una sensación que no había tenido en mucho tiempo.

      Dos semanas después, Flynn tuvo que ir a Brisbane para una reunión de negocios y Danielle descubrió que lo echaba de menos. Nada era lo mismo sin él. Los días eran eternos, las noches solitarias…

      Sin embargo, ninguno de los dos había pronunciado la palabra amor.

      –Lo echas de menos, ¿verdad? –le preguntó Louise.

      –Pero si se marchó ayer –bromeó Danielle.

      –Te estás engañando a ti misma, niña.

      –¿Yo?

      –Flynn te necesita. Y a tu hijo. Sé que le haces feliz, Danielle, y eso me hace feliz a mí. Lo recuerdo de niño y era un niño muy triste…

      –¿Lo conociste de pequeño?

      –Claro. Yo vivía cerca de su casa.

      –¿Por qué nadie lo ayudó entonces, Louise?

      –Todos lo intentamos, pero su padre era un hombre orgulloso y no aceptaba ayuda de nadie.

      –¿Cómo murió su madre?

      –De parto.

      Danielle se llevó una mano al corazón.

      –¿La madre de Flynn murió dando a luz?

      –Sí, pero eso no va a pasarte a ti. Las cosas han cambiado mucho y las mujeres ahora tienen unos partos facilísimos. Entonces no había tratamientos ni nada.

      ¿Su madre había muerto de parto y Flynn no se lo había contado? Bueno, quizá no quería asustarla.

      –Lo quieres, Danielle –dijo Louise entonces–. Sé que lo quieres. Lo veo en tus ojos.

      –No, yo no… te equivocas.

      –No, no me equivoco –sonrió la mujer.

      Cuando se quedó sola, Danielle empezó a pasear por la habitación. Se sentía atraída por Flynn. Más que eso.

      Sí, mucho más que eso.

      Algo se abrió entonces dentro de ella, algo que completó el círculo que había empezado a dibujarse el día que lo conoció. Louise tenía razón. Estaba enamorada de él.

      Amaba a Flynn Donovan.

      Había estado demasiado ciega como para verlo, pero era cierto. ¿Cambiaba eso algo?, se preguntó entonces. ¿Podría casarse con él sabiendo que Flynn no la amaba?

      ¿Podría casarse con un hombre a quien solo le interesaba en la cama?

      De repente, sintió un estremecimiento. Y cuando miró hacia el patio lo vio allí, de pie, imponente a la luz del atardecer.

      –¡Flynn!

      En un segundo, él estaba a su lado, besándola con una pasión que la hizo suspirar. Danielle se derritió, dejando que tomase sus labios como una ofrenda de amor.

      –Estás contenta de verme –murmuró, con una sonrisa de pura satisfacción en los labios.

      –Estaba aburrida. Tu regreso rompe la monotonía.

      –Ah, me alegro de servir para algo.

      –¿Has solucionado el problema en la oficina de Brisbane?

      –No, tengo que volver mañana.

      –¿Mañana? –repitió ella–. ¿Y qué haces aquí?

      –Quería verte. Dime una cosa: ¿sigues pensando que yo no te dejaría respirar?

      De

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