No te daré mi voto. Miguel Ángel Martínez López

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No te daré mi voto - Miguel Ángel Martínez López Novela

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problema es que estamos ya a diez de diciembre y como nos lo pensemos un poco más vamos a poner las luces de navidad en el chiringuito de la piscina −respondió Fernando.

      −Pero no estamos hablando de unas lucecitas baratas, las luces actuales iluminan toda la entrada, desde la fachada hasta el portal, incluyendo las dos alas de ascensores y el árbol que preside el fondo del portal. Ah, y el belén a los pies del árbol. Lo que está más viejo es precisamente el cuadro de distribución y las luces de la fachada. Cambiar todo eso puede irse a los dos mil euros, mínimo −explicó otro de los vocales.

      −Con los fondos que tendremos, tras cobrar los recibos de diciembre, podríamos llegar −añadió Fernando−. Creo que, si consiguiéramos demorar algún pago a enero, salvábamos el año. Este otoño hemos tenido suerte con el frío y en calefacción hemos gastado menos.

      −Los que nos arreglaron las farolas de la piscina el año pasado era gente muy flexible. Seguro que si les proponemos fraccionar el pago lo aceptarían −comentó Moisés.

      −El problema es el plazo, nos hemos dormido con esto −contestó Fernando.

      −De todas formas, es un gasto significativo, habría que convocar una asamblea −sugirió un vocal.

      −Yo ya he pedido ofertas y las tengo aquí −Moisés enseño unos folios grapados de dos en dos que detallaban tres ofertas de renovación del alumbrado navideño−, sólo hay que convocar urgentemente la asamblea.

      −Imposible −interrumpió Fernando−. No hay tiempo para eso. Lo ideal sería convocar una asamblea para cada decisión, pero si existe esta junta es precisamente para tomar ese tipo de decisiones que, por su urgencia, no permiten convocar una asamblea. Tenemos que decidirlo nosotros. Convocar la asamblea es una forma de decidir que no se renueve la iluminación.

      −Los vecinos están orgullosos de la iluminación navideña −añadió Moisés−, es una tradición que honra a esta urbanización. Ya el año pasado no pocos vecinos se quejaron del estado de la instalación y de que, algo que antes les llenaba de orgullo, empezaba a ser un poco vergonzoso. Si convocamos la asamblea para esta misma semana...

      −Imposible −comentó el secretario−, los estatutos ordenan quince días para convocar una asamblea extraordinaria y un mes para una ordinaria.

      −¿Y si lo aprobamos sin asamblea?− preguntó uno de los vocales.

      −Un gasto superior a seiscientos euros debe ser aprobado por más de la mitad de los vecinos, eso también está en los estatutos y todas estas ofertas están por encima −dijo el secretario.

      Todos quedaron en silencio unos segundos, conscientes de haber llegado a un callejón sin salida.

      Fernando no soportó el impasse.

      −¡Esto es absurdo! Nos nombran representantes de los vecinos y no nos dejan decidir. Entonces, ¿qué somos, representantes o administradores del papeleo? Estos estatutos son absurdos, habría que plantearse cambiarlos.

      Fernando siguió hablando sobre lo injusto de la situación y lo contradictorio del mandato recibido en la junta de vecinos. Moisés lo miraba fijamente, pero su mente estaba en otro sitio, dándole vueltas a alguna idea.

      −Un momento −interrumpió Moisés−, ¿qué dicen los estatutos, que hay que aprobarlo por más de la mitad de los vecinos o que hay que aprobarlo “en asamblea” por más de la mitad de los vecinos?

      El secretario sacó los estatutos de su carpeta y buscó el artículo.

      −¿Dónde quieres llegar? −preguntó Fernando.

      −Quiero saber si es preceptiva la asamblea o se puede consultar a los vecinos directamente −contestó Moisés.

      −¿Uno a uno?

      La pregunta de Fernando no fue contestada porque el secretario había localizado el artículo y comentó su contenido en voz alta.

      −Tal y como está escrito no hace falta asamblea. Si encontramos la manera de consultar a los vecinos, nadie podría impugnar la decisión.

      −Mire Menéndez −le comentaba Isidro Jarabo al director de la sucursal−, la dirección provincial quiere comunicar las desvinculaciones el treinta de diciembre, de forma simultánea en todas las oficinas. Eso hace imposible que recursos humanos pueda encargarse.

      −Eso significa que me toca a mí el marrón.

      −Aquí está el sobre con los finiquitos, fechados en ese día. Debe custodiar este sobre y notificarlo personalmente, empezando a las dos de la tarde, tras el cierre de la oficina.

      Menéndez estaba visiblemente incómodo con Jarabo, que seguía dando las instrucciones impasiblemente.

      −Ahí tiene la lista. Debe impedir que los interesados estén con día libre o vacaciones. Es cierre de mes y año, cancele los permisos. Si después de la comunicación, el empleado quiere abandonar la oficina, no hay inconveniente, siempre que se lleve todas sus cosas, porque el treinta y uno es sábado y el lunes ya no pertenecerá a la compañía. ¿Alguna duda?

      −¿Y si el empleado se resiste? −preguntó Menéndez− Quiero decir, si rechaza el finiquito y se pone violento.

      −Usted es el director de la oficina, no tengo que explicarle cómo hacer su trabajo.

      Jarabo estaba al tanto del trato de la dirección provincial con Menéndez, pero fingió ignorarlo. Menéndez preguntó:

      −¿No podría contar con alguna ayuda? Mi oficina es especialmente conflictiva y me voy a encontrar rodeado de gente… digamos… tocada. Es como dejar a un jabalí herido, ¿no lo entiende? Yo no tengo la culpa de que los despidan, pero ellos pueden pensar…, no sé, que les he vendido.

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