No te daré mi voto. Miguel Ángel Martínez López

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No te daré mi voto - Miguel Ángel Martínez López Novela

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a su gusto no son más que tácticas burdas para ocultar la falta de vocabulario. Por eso estas palabras sonaron especialmente fuertes en su boca. Su amigo Agustín se quedó perplejo, pensando que quizá la paella era aún peor que de costumbre.

      −Una gran mierda −Isidro levantó lentamente los ojos buscando la compasión de su amigo−. ¿Quién me ha nombrado a mí juez en este sinsentido? Alguien se está llenando los bolsillos o está ampliando su colección de medallas por esta gran operación. La fusión de dos grandes empresas, el fortalecimiento de la economía nacional, las ventajas para asegurar la competitividad y el servicio a los clientes, y un montón de sinergias que demuestran que dos más dos son cinco, como todo el mundo sabe. ¿Sabes lo que significa exactamente “sinergia”? –Agustín negó con la cabeza– Viene del griego, es algo así como colaboración, la definición exacta es (me la sé de memoria): “Acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales”. ¿Sabes lo que quieren decir éstos cuando dicen “sinergia”? –Su amigo volvió a negar con un gesto– Quieren decir “ahorros” y “despidos”.

      »Claro, eso tiene su trabajo sucio, porque las sinergias son de bulto: Nos ahorramos nosecuantas nóminas eliminando al personal duplicado, tantas oficinas, con sus inmuebles, aumenta nuestro volumen y nuestra capacidad de negociación en las compras, etcétera, etcétera… y para conseguir todo eso buscamos un grupo de expertos que analicen nuestros activos y descubran todos los puntos de “mejoras sinérgicas”. Y, ¿cómo se buscan los expertos? Dos pringados de Recursos Humanos por dirección provincial, preferentemente mayores y antipáticos, para que no les preocupe mucho ganarse el odio de todos los elegidos para la desvinculación (otro asqueroso eufemismo) y no les quede tiempo para cobrarse las simpatías de los que se queden. ¿Qué te parece? −Isidro Jarabo miró para un lado, como queriendo coger fuerzas para seguir adelante.

      Su amigo Agustín aprovechó el paréntesis para destensar algo la cuerda:

      −Pero los sindicatos habían negociado un procedimiento para todo eso, que asegurara un proceso limpio para las listas de desvinculación, ¿no?

      −No −Isidro bajó la voz como para vestir claramente de confidencialidad la respuesta−. Los sindicatos han negociado un procedimiento para poder revisar las listas previamente, para asegurar cómo quedan los suyos a cambio de no apoyar las reclamaciones. No han podido conseguir más, o no han querido, no lo sé. El caso es que mi informe, mi escaso y ridículo informe, será el único dato que decida el futuro de la mitad de los empleados de esta provincia.

      −No me lo puedo creer −Agustín miró con pasmo a su amigo, entre el asombro y el terror−. ¿Y con qué criterio eliges?

      −Bueno −respondió Isidro Jarabo relajándose un poco−, si en una familia varios trabajan en la empresa, incluyo en la lista al más joven, creo que es lo más justo, dentro de la injusticia. Para los demás, si no hay ningún expediente disciplinario, que son la mayoría, pues a ojo, por intuición, sin más criterio que si echara una moneda al aire. Dos tercios se quedan y un tercio se va. Esas son las órdenes, por ahora.

      Isidro Jarabo apartó el plato de paella a medio terminar. El tema de la conversación le había quitado el apetito.

      −¿Por qué estábamos hablando de esto? −Preguntó a su amigo, buscando una buena excusa para salir de ese tema.

      −Hablabas de una entrevista con un tipo curioso− le recordó Agustín.

      −Sí, ya recuerdo. El único, hasta ahora, que ha levantado un poco la cabeza en medio del rebaño.

      −¿Cuál ha sido tu informe?

      Isidro tardó unos segundos en responder.

      −Prescindible.

      Agustín se estiró como un resorte, sorprendido por la respuesta de su amigo, que entendió claramente el gesto como un reproche.

      −Estoy seguro de que ese chico sufriría cada día más si se queda en este infierno. Creo que con esto le doy la oportunidad de buscar algo mejor.

      Todos los lunes, Moisés, camino del trabajo, se acercaba a la parroquia para recoger el dinero de los cepillos del fin de semana e ingresarlo en el banco. Tenía bastante confianza con don Pedro, el viejo párroco, y le hacía el favor de evitarle el trámite. Ese lunes, Moisés llegó un poco antes a la iglesia y estuvo arrodillado unos minutos antes de entrar en la sacristía, donde el párroco preparaba todo para la misa de las ocho.

      −¿Qué tal don Pedro? ¿Dónde están los millones?

      −¡Eso me gustaría saber a mí! Si te vale con las treinta mil pesetas de este fin de semana, las tienes ahí. ¿Cómo te va todo?

      −Sobreviviendo. Esperando a que el banco decida si cambio de trabajo.

      −No te agobies, sabes que la mano de Dios lleva a los que confían en él.

      −Sí, pero el banco no está entre los que confían en él −Moisés recogió el paquete cargado de monedas y ya se marchaba cuando le contestó el viejo sacerdote.

      −Dios es más fuerte que un banco. Seguramente, si los salmistas hubieran conocido a los bancos modernos hubieran escrito algo así como “Más poderoso que los bancos es el Señor”.

      −Pero para eso hace falta mucha fe −respondió Moisés mientras se alejaba.

      En la estrecha carretera los coches se amontonaban. Sus conductores miraban repetidamente sus relojes, estiraban sus cuellos intentado otear la marcha de la caravana. Las ocho y cuarenta y tres. Arturo se movía nervioso frente al volante de su SEAT Ibiza azul. Llegaba tarde al trabajo. Un desgarrador chirrido le llegó por la espalda. Él se encogió esperando un golpe, pero sólo llegó el ruido del crujir de la chapa y cristales estallando. Echó un vistazo por el retrovisor mientras oyó un segundo golpe. Uno de los coches que veía por su espejo se zarandeo bruscamente. Bajó rápidamente del coche. Tres vehículos más atrás había sido el choque. El ocupante del último salía pálido como un muerto. El penúltimo lo ocupaba una chica que se mantenía quieta con la cabeza sobre el volante. Del siguiente, que había recibido el coletazo del impacto, apareció un hombre joven lanzando maldiciones. El causante del accidente casi no acertaba a hablar, pero intentaba desesperadamente entender el daño que había producido a la mujer, inmóvil, que permanecía agarrada al volante.

      −¿E..está usted bien? Hay que llamar a una ambulancia. Lo siento…

      La chica le hizo un gesto con la mano para que esperara, levantó la cabeza intentando contener los nervios, con el rostro contraído por el llanto que le anudaba la garganta.

      Con Arturo se congregaron algunos curiosos.

      −¿Alguien puede llamar al 112?

      −Sí, yo tengo un móvil.

      −¡Ese criminal se olvidó de frenar! ¿Es que no vio que estábamos parados?

      −Es que no es normal estar parados en medio de una carretera.

      −¿Qué no es normal? ¡Pues así estamos todos los días!

      La chica rompió a llorar ruidosamente mientras se cubría el rostro. Varios coches se habían incorporado a la accidentada caravana y sus conductores se bajaban para ver lo ocurrido. Arturo se acercó a la joven que seguía llorando.

      −¿Está herida,

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