No te daré mi voto. Miguel Ángel Martínez López

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу No te daré mi voto - Miguel Ángel Martínez López страница 5

No te daré mi voto - Miguel Ángel Martínez López Novela

Скачать книгу

era nuevo. La liga de fútbol, los profesores interinos, el curso político, los fascículos coleccionables... Incluso algunas empresas eran también nuevas. La prensa sepia lo anunciaba ya durante el verano: “Gran fusión en la banca española”.

      –¿Apellidos?

      –Rodríguez Pelayo.

      –¿Nombre?

      –Moisés

      –¿Antigüedad en la empresa?

      –Entré con veintiocho y tengo cuarenta y cinco, eso hacen diecisiete, ¿no? Eso es, diecisiete años.

      El entrevistador le miró incómodo. Él no estaba para calcular ninguna resta. Él hacía preguntas y el empleado contestaba.

      –¿Estado civil?

      –Casado

      –¿Su mujer trabaja en la empresa?

      –No, es aparejadora, está empleada en una empresa de construcción. También hace algunos trabajos por su cuenta, como autónoma.

      –Tiene usted hijos.

      –No.

      Un silencio tenso llenó el pequeño despacho. Moisés empezó a mirarse los zapatos mientras el entrevistador colocaba en el orden apropiado los papeles de la entrevista. Finalmente, una vez ordenados, introdujo los papeles cuidadosamente en un sobre crema.

      –Bien –concluyó el entrevistador–, eso es todo.

      –¿Todo? –preguntó asombrado Moisés– ¿Ya está? ¿Ésta es la entrevista para evaluar la situación personal de cada uno?

      –La empresa se comprometió con los sindicatos que estudiaría individualizadamente los casos de todos los empleados. La entrevista es una pequeña parte del estudio.

      –Entiendo. Y luego sacará el bombo de la lotería para decidir a quién despide.

      –Toda empresa, después de una fusión, necesita optimizar sus recursos. Es duro para los que estamos dentro (yo también estoy incluido), pero es necesario. El compromiso de la empresa con los empleados es tener en consideración la situación personal de cada uno y eso es lo que estamos haciendo. El compromiso con los accionistas es optimizar los recursos. No podemos hacer más. Recuerde que hay empleados, puede que incluso usted sea uno, que también son accionistas.

      –Al final, resultará que nos despedirán por nuestro bien.

      El entrevistador se encogió de hombros.

      Moisés no pudo callarse, aunque entró con el firme propósito de no polemizar sobre el asunto; ya había roto la barrera del silencio, ya no podía parar:

      –Yo lo veo de otra manera –contestó Moisés–. Suponga que un hombre rico se casa con una mujer rica; uniendo sus grandes patrimonios serían mucho más ricos. ¿Imagina usted que se dijeran: “Vamos a desprendernos de la mitad de nuestra riqueza para optimizar nuestros recursos”? ¿No sería más lógico sumarlos y ser doblemente ricos?

      –No sé que tiene que ver con esto.

      –¿No ha oído nunca hablar aquí de “nuestro capital humano”? “Lo más valioso que tenemos aquí son las personas”, ¿le suena?

      El entrevistador sonrió como se sonríe ante un niño o ante un loco y apuntó:

      –A veces se dicen cosas…

      –¿No cree usted que, si una empresa se encontrara de pronto con el doble de capital, no sería capaz de doblar su actividad? Y si el capital fuera humano, ¿no sería capaz de hacer el doble de cosas?

      La sonrisa del entrevistador se fue apagando rápido, como una cerilla al viento.

      –Está usted muy equivocado. Si la empresa pudiera funcionar sin gente, nos echarían a todos. Una cosa es lo que se dice y otra lo que se piensa.

      Sonó el teléfono mientras los dos hombres tensaban la mirada, uno que no quería dejar de preguntar y otro que no aceptaba la pregunta porque ya había hablado más de la cuenta. El timbre sonó de nuevo y el entrevistador puso su mano en el auricular.

      –Ya puede marcharse –dijo a Moisés, y descolgó el teléfono.

      El texto del periódico era contundente: «La fusión crea una empresa líder en el sector con un beneficio cercano a los mil ochocientos millones de euros».

      –Ana, ¿tú sabes cuántos son mil ochocientos millones de euros?

      –Demasiados. Realmente no lo sé. Yo, las cifras que conozco, están entre lo que cuesta una barra de pan y un chalet de lujo, todo lo demás es mucho o muchísimo, pero realmente no sé cuánto. Si me dijeras la mitad de esa cifra, me daría un poco igual, me seguiría pareciendo una cifra incontable.

      −Es el precio de veinte mil empleos −respondió Moisés con los ojos clavados en el periódico.

      −No lo creo −apuntó su mujer−. Es más bien la disculpa para eliminar veinte mil empleos.

      Ana miró con cariño a su marido, se recostó en su costado y le acarició como Aladino a la lámpara maravillosa, queriendo sacar el genio escondido en su interior.

      −No te preocupes, ni siquiera sabes si tú estás en la lista. Además, si te tocara ser uno de los despedidos, hasta puede que te venga bien. Cada vez te gusta menos tu trabajo.

      −Cada vez me gusta menos mi empresa −respondió Moisés−. Mi empresa y sus mensajes cada vez más rebosantes de hipocresía: “lo más importante es el cliente”, “lo más valioso son las personas”, “la prioridad son nuestros accionistas”… Cuando en sus labios se lee claramente la verdad, como en una película mal doblada. Sus hechos son gritos que denuncian sus mentiras: ¡Lo más importante es el dinero! Aunque resulte muy duro decirlo con estas palabras, pero trabajo en una empresa de AVAROS. Pero lo más dramático es que las demás son, más o menos, iguales; todas las grandes empresas están regidas por la avaricia. Vivimos en una economía de avaricia −Moisés apartó el periódico y envolvió a su mujer con el brazo estrechándola contra su pecho−. No me hagas mucho caso, hoy no tengo el día muy bueno.

      Isidro Jarabo almorzaba, como siempre, con su amigo Agustín en un destartalado mesón cerca de la oficina. La esclavitud a los hábitos arraigados les impedía cambiar de lugar a pesar de lo roído de los manteles y de la mediocridad de los menús que se repetían aburridamente. Hablaron de fútbol y de famosos que se iban muriendo, pero al final, aunque los dos evitaban hablar del asunto, volvieron a caer en el tema doloroso:

      −¿Cómo llevas los expedientes?− preguntó Agustín a su viejo amigo.

      −Hoy he entrevistado a un tipo curioso −comentó Isidro Jarabo sin levantar la mirada de la apelmazada paella de los jueves−. De vez en cuando te encuentras con gente que piensa un poco y se da cuenta de la realidad. Todo esto, las entrevistas y los expedientes, no son más que pantomimas para desfigurar, a los ojos de la mayoría, la lotería que precede a la poda.

      Un silencio espeso se llenó del sonido de los cubiertos y los platos.

Скачать книгу