E-Pack Bianca abril 2 2020. Varias Autoras
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Logan inspiró profundamente y resopló con frustración.
–Exacto. Y los dos sabemos lo que hará si Bellbrae cae en sus manos.
No podría haber dos hermanos más distintos. Logan era callado, trabajador y responsable, mientras que Robbie era un juerguista y un irresponsable que había avergonzado a su familia un sinfín de veces.
–¿Crees que vendería la propiedad?
Logan hizo una mueca de desagrado.
–O peor: podría convertir este lugar en un centro de recreo para vividores como él.
Layla se mordió el labio. Su mente era un enjambre de pensamientos. Si Robbie vendiera Bellbrae… ¿qué sería de su tía Elsie? ¿Adónde iría? Llevaba los últimos cuarenta años viviendo allí, en una pequeña cabaña en la propiedad. Bellbrae era para ella su hogar; para ambas. ¿Y qué pasaría con Flossie, la vieja perra del abuelo de Logan? Estaba casi ciega, y la angustiaría aún más que a su tía Elsie que la llevaran a otro lugar.
–Debe haber algo que puedas hacer para recurrir esas condiciones del testamento.
–Imposible: está blindado –contestó Logan, y se volvió de nuevo hacia la ventana.
–Pero… ¿por qué pondría esas condiciones? –murmuró Layla–. ¿Te mencionó algo de eso antes de que…?
Aún le costaba creer que hubiera muerto. Solo al ponerse a guardar sus cosas en cajas se había dado cuenta de lo diferente que sería Bellbrae sin el viejo Angus McLaughlin. Había sido un maniático y un quisquilloso, pero en sus últimos meses de vida Layla se había esforzado por ignorar sus defectos y había descubierto que en el fondo era un hombre tierno y afectuoso.
Logan se frotó la nuca con la mano y se giró para mirarla.
–Llevaba años diciéndome que sentara la cabeza y cumpliera con mi deber, que me casara y trajera un par de críos al mundo para asegurar la continuidad de nuestro linaje.
–Pero tú no quieres casarte.
La mirada de Logan se ensombreció, y se volvió una vez más hacia la ventana.
–No.
El tono tajante de ese «no» hizo que a Layla se le encogiera el corazón. Seguramente era incapaz de imaginarse casándose con otra mujer que no fuera Susannah. Si ella pudiera encontrar a alguien que la amara de esa manera…
–¿Y un matrimonio de conveniencia? –le sugirió–. Solo tendría que durar el tiempo justo para que se cumpliesen las condiciones del testamento.
Él enarcó una ceja, y le preguntó con sarcasmo:
–¿Te estás ofreciendo voluntaria?
A Layla se le encendieron las mejillas, y se agachó para disimular su azoramiento, haciendo como que reorganizaba las cosas de su cesta.
–Pues claro que no.
Su voz, entremezclada con una risa vergonzosa, había sonado aguda y forzada. ¿Ella? ¿Casarse con él? Nadie querría casarse con ella, y mucho menos alguien como Logan McLaughlin.
Un extraño silencio cayó sobre la sala. Logan fue hacia ella, y Layla levantó la vista lentamente cuando se detuvo a su lado y lo miró con el corazón palpitándole con fuerza. A sus treinta y tres años, Logan estaba en su mejor momento: rico y con talento –se había convertido en un paisajista de renombre mundial–, no se podría encontrar a un soltero más cotizado… ni a uno tan reacio como él a comprometerse.
–Piénsalo, Layla –le dijo.
La nota ronca en su voz la hizo estremecer. No podía negar la atracción que sentía por él. ¿Estaba burlándose de ella? Era imposible que viera en ella a alguien con quien casarse, aunque solo fuera por conveniencia y de manera temporal.
–No seas ridículo –replicó incorporándose.
Cuando Logan le puso la mano en el hombro, sintió que un cosquilleo le recorría el brazo y tragó saliva.
–Hablo en serio –le dijo él, clavando su intensa mirada en ella–. Si quiero evitar que Robbie venda Bellbrae, necesito una esposa, ¿y quién mejor que alguien que ama este lugar tanto como yo?
Layla retrocedió un par de pasos.
–Estoy segura de que encontrarás a otra persona más apropiada para que sea tu esposa.
–Layla, no estoy hablando de un matrimonio de verdad –le recordó Logan en un tono condescendiente, como un profesor dirigiéndose a un alumno torpe–. Solo sería un matrimonio sobre el papel, y duraría un año como máximo. Y tampoco tendríamos que organizar una gran boda; podría ser una ceremonia discreta, solo con los testigos necesarios para hacerlo legal.
Layla apretó los labios y apartó la vista un momento.
–Pero… ¿no te preocupa lo que pueda decir la gente? –dijo, alzando la vista de nuevo hacia él–. Tú eres un terrateniente y yo solo una chica huérfana, pariente del ama de llaves. Nadie me consideraría un buen partido para ti.
Logan frunció el ceño.
–¿Por qué eres tan dura contigo misma? Eres una joven hermosa; no tienes nada de lo que avergonzarte.
Una ola de calor la invadió. Eso no era lo que le decía el espejo. Claro que Logan no había visto la magnitud de sus cicatrices.
–¿Y cuando el año termine?
–Haremos que anulen el matrimonio y volveremos a nuestras vidas.
Layla se secó las manos, que de pronto estaban sudorosas, en los pantalones. Si accediera a aquel matrimonio, tendría que convivir con él durante un año entero… No es que fueran a dormir juntos ni nada de eso, pero…
–No espero que lo hagas a cambio de nada –añadió Logan–. Te compensaría generosamente, por supuesto –dijo, y le ofreció una cifra que hizo que se le abrieran los ojos como platos.
Habría estado dispuesta a hacerlo gratis para salvar Bellbrae, pero con ese dinero podría ampliar su negocio de limpieza. Podría contratar a más empleados para centrarse solo en la gestión. Levantó la barbilla, esforzándose por mostrar una compostura que no sentía en absoluto en ese momento.
–Me gustaría que me dieras un día o dos para pensarlo.
La expresión de Logan apenas varió, pero a Layla le pareció que respiró aliviado al escuchar su respuesta.
–Por supuesto. No es una decisión menor, que se deba tomar a la ligera, lo cual me recuerda que hay algo importante de lo que tenemos que hablar antes de nada.
Layla sabía por dónde iba, y la irritó que la considerara tan ingenua como para pensar que podría acabar enamorándose de ella. Ella no era Jane Eyre ni lo veía a él como el señor Rochester. Aunque lo encontraba tremendamente atractivo y se le disparase el pulso cuando lo tenía cerca, jamás se permitiría encapricharse