E-Pack Bianca abril 2 2020. Varias Autoras

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para llevar las cosas al fregadero. Su tía abuela no podía ser más ilusa. En las revistas había visto fotos de Logan en diferentes eventos sociales con distintas acompañantes, todas guapísimas. Y había conocido a su prometida, Susannah, que también había sido una belleza. ¿Cómo podría ella competir con esas mujeres?

      ESA TARDE Layla dio de comer a Flossie y la llevó a dar un paseo. Cuando regresaron, el animal empezó a roncar tan pronto como se echó en su cesta de mimbre, frente a la chimenea del estudio.

      La entristecía ver su declive. Angus la había llevado a Bellbrae cuando solo era un cachorrito juguetón, al poco de que ella se fuera a vivir allí con su tía. Sospechaba que había comprado a la perrita para ayudarla a adaptarse mejor, y una vez, en una conversación con Angus, había deslizado esa suposición, pero él se había apresurado a negarlo con ese tono brusco que lo caracterizaba.

      Layla había pasado muchos ratos felices jugando con Flossie, cepillando su sedoso pelo y dando paseos con ella por la propiedad. Al llegar el castillo le había parecido enorme y aterrador, pero con la compañía del alegre cachorrito había acabado convirtiéndose en un verdadero hogar. Un hogar que no podía imaginar que pudiera llegar a perder. Sus recuerdos más felices, los únicos recuerdos felices que tenía, estaban unidos a aquel lugar.

      Estaba terminando de preparar la cena cuando Logan entró en la cocina. Le lanzó una breve mirada por encima del hombro y siguió removiendo el estofado que tenía en el fuego.

      –La cena estará lista enseguida.

      –¿Y tu tía? –le preguntó Logan.

      Layla se volvió.

      –Le he dicho que se tomara la noche libre –le explicó. Se quedó callada un momento antes de añadir–. Sabía lo del testamento. Tu abuelo se lo contó.

      Logan frunció el ceño.

      –¡Vaya, qué considerado! –murmuró él con sarcasmo–. Se lo contó a alguien del servicio, pero no a mí.

      Layla apretó los labios.

      –Tía Elsie es algo más que una simple ama de llaves –le espetó irritada mientras deshacía el nudo del delantal–. Ha estado al lado de tu familia en los momentos buenos y malos durante treinta años –le recordó, arrojando el delantal sobre una silla–: cuando tu madre os abandonó, cuando tu padre murió, y la primera vez que Robbie se descarrió. Y también cuando tu abuela murió y tú estabas en la universidad. Ha trabajado como una mula todos estos años; no te atrevas a referirte a ella como «alguien del servicio» –lo increpó. Su pecho subía y bajaba, como si hubiese subido corriendo una de las torres del castillo.

      Logan cerró los ojos un momento y suspiró.

      –Parece que últimamente cada vez que abro la boca meto la pata –murmuró torciendo el gesto, disgustado consigo mismo–. No pretendía ofender a tu tía, pero es que me fastidia que mi abuelo me tuviera preparada esta jugarreta. Odio las sorpresas, y esto era lo último que me esperaba de él.

      Desde luego había sorpresas… y sorpresas, y Layla sabía que por desgracia la vida de Logan había estado jalonada de malos tragos y tragedias, como que su madre los abandonara a su hermano y a él cuando solo eran niños, para irse a vivir al extranjero con su amante, como la repentina muerte de su padre por cáncer de páncreas, o el suicidio de su prometida.

      –Espero que no te importe que le haya contado a tía Elsie que me has pedido que me case contigo.

      Logan se quedó mirándola.

      –Claro que no. ¿Y qué te ha dicho?

      –Que sería una locura que no aceptara.

      –¿Y vas a aceptar?

      –Para que te quede claro: no quiero casarme contigo –puntualizó ella, levantando la barbilla–, pero tampoco quiero que pierdas Bellbrae, así que sí, voy a aceptar tu propuesta. Considéralo como una obra de caridad.

      Si se había sentido aliviado al oír su respuesta, desde luego Logan no se lo dejó entrever. Por la mirada inexpresiva que le dirigió, bien podrían haber estado hablando del tiempo.

      –Agradezco tu sinceridad. Ninguno de los dos queremos esto, pero sí, los dos queremos salvar Bellbrae.

      Layla mantuvo la barbilla bien alta y le sostuvo la mirada.

      –Tía Elsie también me dijo que duda que siga siendo un matrimonio solo sobre el papel por mucho tiempo.

      Él esbozó una media sonrisa que hizo que a Layla el estómago le diese un vuelco. Hacía años que no lo veía sonreír.

      Logan se acercó a ella.

      –¿Y por qué piensa eso? –inquirió con voz ronca.

      Layla apartó la vista. Las mejillas le ardían.

      –¿Quién sabe? –contestó encogiendo un hombro–. A lo mejor cree que el deseo se apoderará de ti y no podrás resistirte a mis encantos.

      Se hizo un silencio tenso, un silencio cargado de una energía inusual que parecía vibrar en cada partícula de oxígeno. Una energía que hizo que un cosquilleo recorriera a Layla. Le lanzó una mirada furtiva a Logan y lo encontró mirándola pensativo.

      Logan pareció salir entonces de su ensimismamiento y se pasó una mano por el pelo.

      –Pensaba que me conocías lo suficiente como para saber que soy un hombre de palabra. Si te digo que no consumaremos nuestro matrimonio, puedes contar con ello.

      ¿Por qué?, ¿tan poco deseable le parecía? ¿Le resultaba tan repulsiva como al primer y único novio que había tenido a los dieciséis años? ¿Tan distinta la veía de las supermodelos con las que tenía romances pasajeros?

      –Ahora mismo no sé si debería sentirme reconfortada o insultada –respondió.

      Las palabras habían escapado de sus labios antes de que su cerebro pudiera reprimir a su orgullo herido.

      Logan bajó la vista a sus labios, y cuando sus ojos se encontraron de nuevo el corazón de Layla palpitó nervioso. Le costó un horror no mirar ella también su boca, pero no pudo evitar preguntarse si sus besos serían tiernos o ardientes. Peor aún: de pronto su mente conjuró imágenes de ambos haciendo el amor, en una amalgama de brazos y piernas, besándose con pasión. Una pasión que solo podía imaginar, puesto que era algo que no había experimentado.

      –Tener una relación normal solo complicaría las cosas –murmuró él con esa misma voz rasgada–. No sería justo para ti.

      Layla le dio la espalda y sus ojos se posaron en el estofado, que seguía hirviendo a fuego lento. Ella también estaba hirviendo por dentro, estaba derritiéndose por unas sensaciones y un ansia que no sabía cómo controlar. ¿Podría ser que la proposición de Logan las hubiera desatado?, ¿que de pronto fuera consciente de unas necesidades físicas que hasta entonces había ignorado y negado?

      Tomó la cuchara de madera y removió un poco el estofado.

      –¿Seguirás teniendo ligues de una noche mientras estemos casados?

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