La sociedad invernadero. Ricardo Forster

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La sociedad invernadero - Ricardo Forster Inter Pares

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libres –para vender su fuerza de trabajo en el nuevo mercado industrial– se sometieron, sin saberlo, a innovadoras formas de sujeción que, a diferencia del antiguo esclavo o del campesino reducido a la servidumbre, se basaban en la libertad para intercambiar su único bien convertido en fundamento de esa «liberación». Primero, en el devenir del orden del capitalismo, fue liberar al siervo de la tierra y de sus instrumentos de producción, después fue, pasado el tiempo y expandido el mercado y sus necesidades siempre insatisfechas para garantizar la tasa de ganancia, abrir las fauces del endeudamiento y liberarlo para dar en garantía el futuro. Sin deuda, el capitalismo se muere de inanición. Con deuda, la utopía revolucionaria se transforma en conformismo y conservadurismo.

      Y continúa:

      La situación a la que hemos arribado –Hernández Martínez– con la lógica sacrificial de la deuda en el neoliberalismo, se parece mucho a la situación que Benjamin describe. A través de la captura del tiempo abierto que lleva a cabo el mecanismo de la deuda y el sistema de crédito, las relaciones sociales de producción capitalistas se convierten en «destino» en el sentido del autor de las Tesis de filosofía de la historia. La extraña sensación de vivir en una sociedad sin tiempo, sin génesis ni télosis, en una sociedad cosificada y sin posibilidad de ruptura, tiene en la deuda una de sus explicaciones, pues a través de la deuda y el crédito el capitalismo gestiona el futuro y el tiempo e intenta convertirlos en destino, en un orden de la desdicha y de la culpa y del que no hay salida. Es así como el mismo por-venir es ahora lo que es sacrificado en el altar al capitalismo.

      Entre el dominio de la deuda, la consecuencia culpable que ella genera en el individuo,y la ficción de la libertad se ha ido construyendo la máquina de dominación neoliberal.

      VI

      Cuando el lenguaje publicitario, articulado desde la semiótica, se ocupó de lleno de la política, de la disputa de candidatos, de la apropiación mercantil de las ideas y proyectos, no hizo otra cosa que transferir a ese ámbito no sólo la lógica del negocio y de la busca de rentabilidad para un producto (cualquier producto), sino que fundamentalmente transfirió el arsenal del «lenguaje del comportamiento» –que opera sobre y con lo físico y lo mímico– apuntando a la interiorización afectiva de los mensajes y convirtiendo al votante en un ciudadano-consumidor de candidaturas cosificadas. A partir de ese giro estratégico del poder sobre la esfera del consumo político, la propia esfera de lo democrático quedó atrapada en la red del capital y de su lógica, abandonando el lenguaje verbal para moverse gustosamente con ese otro lenguaje destacado por Pasolini y que anticipa lo señalado por Boris Groys en su Posdata comunista allí donde el filósofo alemán señala la distancia absoluta entre el lenguaje hablado, el que permite a los seres humanos diseñar imaginariamente su destino, y el léxico económico, que opera con cifras y cálculos, y que se mueve en una esfera donde los hablantes se callan.

      En La nueva razón del mundo, Christian Laval y Pierre Dardot sostienen

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