Pequeño circo. Nando Cruz
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Con el paso de los años pienso que quizá Bembibre fue un oasis porque allí no llegaban Los 40 Principales. Si hubiesen llegado, a lo mejor habría habido otras opciones musicales. Que la mayoría de la gente de esa época escuchase Radio 3 hizo que se forjase aquel núcleo de gente.
ÉXODO EN EL BIERZO
MIGUEL MORÁN: En el 84 me fui a Madrid. Estaba cansado de estar allí y quería empezar a buscarme la vida. Tuve una historia con una chica. A sus padres yo les parecía un poco punk. En un pueblito siempre te etiquetan: que si te pintas el pelo, que si te lo pones de punta, que si fumas porros… No querían que estuviese conmigo, y nos largamos.
LUIS CALVO: Me fui a estudiar Ingeniería de Minas a Madrid en el 86. Empecé el curso, pero, como tenía poca nota, en enero me dijeron que no me admitían. Seguí yendo a clase, pasándolo bien, saliendo, conociendo muchos grupos, mucha música…
Mi hermana estudiaba Bellas Artes y conocía a mucha gente. Iba a clase con Santiago Segura y con Javier Aramburu. La primera noche que salí de marcha con ella iba con el cantante de Alphaville. Yo era superfan. Tenía el single Palacio de invierno. Estaba eufórico, me emborraché y en el taxi le vomité encima. Así aterricé en Madrid.
El círculo de gente de Bellas Artes era muy especial. La amiga de toda la vida de mi hermana vivía en un piso muy loco por la calle Hermosilla. Había cinco personas viviendo en cinco habitaciones. Por allí pasaba el de Alphaville, Javier Corcobado, porque una de las que vivía allí era su novia… Cuando Corcobado se intentó suicidar fue en ese piso. Y en ese mismo edificio caí unos años más tarde porque vivía Carmen, de Vainica Doble.
También iba mucho al Rastro. Allí vendían los famosos singles de los jukebox a cinco pesetas. Los vendían sin portada en un puesto que ocupaba dos mesas. Me levantaba pronto todos los domingos y me tiraba una hora o dos solo en ese puesto. Compraba muchos; la mitad no valían para nada, así que volvía y los vendía o los cambiaba.
Llegó el verano, volví a Bembibre y al curso siguiente me fui a estudiar a Oviedo. Era el único sitio en el que podía entrar con mi nota. En Oviedo estuve tres o cuatro años. El segundo año compartí piso con un chico que estaba en un grupo mod, Los Cautivos.
En la Escuela de Minas se jugaba al póquer y al mus. Yo jugaba casi todos los días, ganaba mucho dinero y me bajaba a Bangladesh —una tienda de discos que estaba al lado— a comprar discos piratas de los Cure, de Bauhaus, maxis de importación…
Jorge Albi también fue una influencia muy importante a finales de los 80. La conjura de las danzas fue de lo más importante a nivel de indie-pop. Al principio el programa solo se oía en Valencia. Como mi hermano Fernando estudiaba en Valencia, me lo grababa, y yo buscaba y compraba todos los discos que ponía Jorge Albi.
COVA DE SILVA: Conocí a Luis cuando estudiaba en Oviedo. Una amiga que estudiaba en la Escuela de Minas me habló de él. «Hay un chico al que le gusta tanto la música como a ti.» Quedé con él en la estación de autobuses. Me dio la impresión de que la carrera le importaba un pimiento. Ya vendía casetes con el nombre de La Pera Records.
LUIS CALVO: El detonante de La Pera Records fue escuchar un grupo, Los Vigilantes, y querer sacarlo en casete. Ese fue el germen. Estábamos en el mundillo de Oviedo, recibí la maqueta, me gustó, les llamé, hablamos y la saqué. A lo mejor hice cuatro o cinco copias y las cambié con amigos por otras cosas. No creo que vendiese ninguna.
Montse dibujó una pera y se convirtió en el logo. Me mandó una carta con la pera y yo dije, «lo llamaré La Pera Records y utilizaré este dibujo como logo». Pero luego nos sonaba a La Polla Records y a un poco de coña, a «esto es la pera». Con ese nombre solo salió la casete de Los Vigilantes.
MONTSE SANTALLA: Esa pera la dibujaba desde niña. Pero nos sonaba un poco a pijo, porque entonces a los pijos se les llamaba «peras».
LUIS CALVO: En Oviedo empecé el fanzine La línea del arco. Lo primero que aparecía eran las direcciones. Si hablaba de un fanzine inglés, daba la dirección para que la gente les escribiese y comprase sus discos. El objetivo de un fanzine era poner en contacto a la gente con cosas que te gustaban. Si no dabas direcciones, ¿cómo iban a contactar con ellos? Todos nos ayudábamos. Aquí no había dinero, sino un afán de hacer cosas chulas, de hacer tu fanzine e intercambiarlo con otro, de intercambiar cintas, de aumentar tu cultura musical con gente de Inglaterra, Alemania, Japón o cualquier sitio.
En el primer casete recopilatorio de grupos indies que hice, Hacia la luz, daba la dirección de todos los grupos: de los Pale Saints, de Field Mice… Si te gusta la música y tu ilusión es darla a conocer y ser un vehículo de transmisión, lo más lógico era explicar cómo sonaba el grupo y dar su dirección para que pudieran comprarles un single.
Me escribía con gente de todo el mundo. E igual que sacaba maquetas de grupos japoneses, estaba en contacto con fanzines japoneses, alemanes, americanos, ingleses… Yo sabía poco inglés. Mi madre estudió en un colegio inglés y nos enseñó de pequeños. Ella me ayudó alguna vez a escribir cartas. Yo escribía un poco en plan indio.
En el mundo indie estaba a la orden del día contactar con tus grupos favoritos. Llegó un momento, con diecinueve o veinte años, que, cuando compraba un disco y me gustaba el grupo, lo primero que hacía era escribirles para decirles que me gustaban mogollón. Me parecía lo normal. Años después, cuando saqué el single de los Posies en Elefant, Ken Stringfellow me dijo, «tú fuiste el primer tío de España que nos escribió».
No era tan caro mandar una carta. Nos movíamos mucho con tarjetas postales, que eran más baratas que una carta. Y existía el cupón internacional: si alguien te pedía información sobre tu fanzine, te enviaba un cupón que canjeabas en la oficina de correos por un sello del valor del país al que lo mandabas. Así, tú ya no pagabas el sello.
Con el fanzine saqué muchas casetes: de los Haywains, de Home and Abroad… Estaban grabadas a mano y con las portadas fotocopiadas en color: las cortaba con el cúter, las pegaba… Todas muy bonitas, todo muy indie. Como se hacía en Inglaterra o en Alemania. Mi hermana Virginia me ayudaba a diseñar las portadas. Le pedía dibujitos.
Cuando tenía dinero para sacar una casete, hablaba con el grupo y me mandaban el máster. Sabía cómo se hacía porque había comprado la casete de los Desechables. Estaba acostumbrado a ese tipo de casetes caseras hechas sobre cintas TDK a las que ponías una pegatina. Incluso tengo un montón de casetes grabadas por una cara y con la otra en blanco para que te grabases tú mismo lo que quisieras.
Surtido de casetes de diseño casero de los primeros tiempos de Elefant. (Cedida por Luis Calvo.)
Con el dinero que gané trabajando un verano en un pub de Bembibre, me compré una doble pletina para copiar casetes. No tenía amplificador ni plato. ¡Solo doble pletina! ¡Y unos cascos! No tenía dinero para más.
Llegué a sacar unas treinta referencias en casete. Hablaba con los grupos y me mandaban los másters, porque la mayoría de estas canciones eran exclusivas. Sacaba cincuenta o cien, hacía una portada, las duplicaba en casa y las vendían por correo o en conciertos.
En esa época ya vendía casetes en Japón. De repente, me llegaba un pedido: ¡Quince casetes! Y, venga, ¡a hacer casetes para Japón! Del que más