E-Pack Bianca y Deseo abril 2020. Varias Autoras
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–Solo te estoy pidiendo que me concedas un momento de intimidad para poder vestirme y hablar sobre la herencia que quieres quedarte –afirmó ella–. En cuanto al café, lo he dicho por si te apetecía tomar uno… pero, si lo preparas, yo lo tomo con leche y una cucharada de azúcar.
Él la miró de arriba abajo, devorándola con los ojos.
–Está bien, vístete –dijo.
Dante salió de la habitación y cerró la puerta, dejándola sin aliento. Se sentía como si el oxígeno hubiera desaparecido de la habitación y solo quedara el aroma de su colonia, tan sexy como el hombre que la usaba.
Mientras intentaba calmarse, se puso la ropa interior, unos vaqueros y un jersey plateado. Luego, entró en el servicio, se pasó los dedos por el cabello y, tras respirar hondo, salió de la habitación, convencida de que estaba preparada para enfrentarse a él. De hecho, se había preparado para cualquier eventualidad, aunque había acelerado las cosas cuando supo que Dante había vendido las cuarenta hectáreas de Florencia y se había embolsado el beneficio.
Sin embargo, tenía que recuperar el aplomo. Dante no era un tipo cualquiera, sino uno que se había hecho multimillonario con su esfuerzo y talento y que era capaz de robarle a su propia hermana la parte de la herencia que le correspondía.
Al llegar abajo, descubrió que se había sentado en uno de los dos desvencijados sillones, y que estaba ojeando sus libros de la universidad. Sobre la mesita, había dos tazas de café. Y sus guardaespaldas habían desaparecido.
Dante esperó a que tomara asiento y, a continuación, entrecerró los ojos, pasó un dedo por el libro que tenía en la mano y dijo:
–Háblame de ti, Aislin O’Reilly.
–Mi nombre no se pronuncia Ass-lin, sino Aislin.
Él estampó el libro en la mesa, sobresaltándola.
–Afirmas que eres mi hermana, y quiero saber cosas respecto a ti –insistió–. Demuéstrame que lo eres.
Aislin cruzó las piernas.
–Yo no soy tu hermana. Tu hermana es Orla, mi hermanastra –replicó–. Estoy aquí en representación de sus intereses.
Él frunció el ceño.
–¿Tu hermanastra?
–Sí, somos hijas de la misma madre –dijo la joven–. Y Orla y tú, del mismo padre.
Dante se tranquilizó notablemente al saber que aquella maravilla de mujer no era sangre de su sangre, porque el simple movimiento de sus caderas lo volvía loco. Había admirado su cuerpo cuando bajaba por la escalera, y se había quedado helado al pensar que podía estar deseando a su hermana.
–Ya, pero ¿dónde están las pruebas que lo demuestran?
–Si esperas un momento, te las enseñaré.
Aislin se levantó, entró en la pequeña cocina, abrió el bolso que había dejado en la encimera y sacó un sobre que le dio segundos después.
–Es el certificado de nacimiento de Orla –anunció.
Dante leyó el contenido del sobre. Efectivamente, era un certificado de nacimiento. Se había expedido veintisiete años antes, e incluía el nombre de los padres de la criatura: Sinead O’Reilly y Salvatore Moncada.
Sin embargo, eso no probaba nada. Podía ser una falsificación, y también cabía la posibilidad de que la madre de Aislin hubiera mentido sobre la identidad del padre.
Justo entonces, notó que el sobre contenía algo más: una fotografía.
Dante, que no quería mirarla, la sacó a regañadientes. Era una joven con un bebé entre sus brazos; una joven y un bebé con un cabello tan rizado como el suyo y del mismo color, castaño oscuro.
Pero esa no era la única coincidencia, porque los ojos de la mujer también tenían el mismo tono verde.
Capítulo 2
DANTE se quedó tan pálido que Aislin casi sintió lástima de él. Sin embargo, ya tenía bastante con su propia turbación. Estaba tan nerviosa que, cuando alcanzó su taza de café, le temblaron las manos. Y no era para menos, teniendo en cuenta que la delicada situación podía terminar en un enfrentamiento de lo más desagradable.
Si hubiera sido por ella, ni siquiera se habría tomado la molestia de viajar a Italia; pero se trataba de Orla, quien necesitaba el dinero para comprar una casa donde poder criar a Finn, porque el pequeño no era precisamente normal. Había estado varios meses en una incubadora y, aunque hubiera sobrevivido a sus complicaciones pulmonares, tenía secuelas que lo acompañarían el resto de su vida.
Aislin, que quería a su sobrino con toda su alma, había intentado comunicarse con Dante; pero su abogado se interponía una y otra vez en su camino, y al final perdió la paciencia y tomó un avión a Sicilia para hablar con él en persona. ¿Quién le iba a decir que su servicio de seguridad le impediría verlo? Por eso había entrado en la casa de campo. Era la única forma de llamar su atención.
Al cabo de unos momentos, Dante apartó la mirada de la fotografía y la clavó en sus ojos.
–No sé nada de esta mujer –afirmó–. Mi padre tuvo muchas amantes y, por si eso fuera poco, siempre hay alguien que intenta pasar por hijo suyo para echar mano a nuestra fortuna. Y ahora vienes tú, me das esta foto y dices que…
–Te digo la verdad –lo interrumpió ella–. Orla es tu hermana. El parecido no deja lugar a dudas.
–Un parecido muy conveniente –replicó Dante.
–¡Esto es cualquier cosa menos conveniente! –protestó Aislin.
–Si fuera realmente mi hermana, ¿por qué ha esperado a que mi padre muriera? ¿Por qué no se presentó antes?
–Porque no lo necesitaba. Tu padre pagó su manutención hasta que cumplió dieciocho años –contestó ella.
Dante soltó un suspiro.
–Sabes que comprobaré tu historia, ¿verdad?
–Sí, lo sé, aunque no necesitarías comprobar nada si no hubieras reventado todos mis esfuerzos por hablar contigo. Tendrías todas las pruebas que puedas necesitar.
–Discúlpame, pero no te creo. Mi padre solo reconoció a un hijo, yo. Nunca me dijo que tuviera una hermana.
–Eso no es culpa de Orla.
–¿Seguirá diciendo que es hermana mía cuando sepa que no queda nada de la herencia?
–¡Si no queda nada, será porque tú has vendido todas las propiedades que te dejó!
Él la miró con lástima.
–Mi padre era ludópata. Lo vendió todo para poder pagar sus deudas de juego.
–Oh,