E-Pack Bianca y Deseo abril 2020. Varias Autoras

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que hay un montón de mujeres que estarían encantadas de acompañarte. Y no tendrías que pagarles nada –dijo.

      –Ya, pero ninguna que me convenga.

      –¿Qué significa eso?

      –Que tengo que dar una imagen determinada, y tú me serías de ayuda.

      –Aun así, un millón de euros por una sola tarde…

      –¿Quién ha dicho que es una sola tarde? Es todo un fin de semana.

      –¿Todo? –preguntó ella, jugueteando con su coleta.

      –El novio es uno de los hombres más ricos de Sicilia. Está obligado a dar la fiesta más grandiosa que pueda.

      Dante lo dijo con un tono tan socarrón que Aislin estuvo a punto de reírse.

      –Si acepto tu oferta, ¿hay algo más que deba saber?

      –No, nada. Salvo que te presentaré como mi prometida.

      –¿Cómo?

      Dante sonrió de oreja a oreja.

      –Tendrás que interpretar el papel de mi novia.

      –¿Y por qué necesitas una novia?

      –Porque el padre de la joven que se va a casar cree que puedo manchar su reputación.

      –¿Y a qué se debe eso?

      –Te daré las explicaciones pertinentes cuando aceptes mi ofrecimiento. Pero supongo que tendrás que pensarlo, así que dejaré que lo consultes con la almohada –declaró él–. Si tu respuesta es afirmativa, te llevaré a mi casa y te daré más detalles. Por supuesto, tendremos que estar juntos unos días para conocernos mejor y que nuestra actuación sea convincente.

      –¿Y si la respuesta es negativa?

      Él se encogió de hombros.

      –Entonces, perderás un millón.

      –Pero Orla se quedaría con sus cien mil euros, ¿verdad?

      –Eso no tiene nada que ver. Solo depende de que se haga la prueba de ADN y confirme que somos hermanos.

      Aislin dudó. Cien mil euros era una suma importante, pero un millón era otra cosa. Un millón podía cambiar sus vidas.

      –¿Me lo prometes? –preguntó al final.

      Él se levantó del sillón.

      –Te doy mi palabra. Decidas lo que decidas, Orla tendrá lo que he prometido.

      Aislin no supo por qué, pero le creyó.

      Dante entró en la mansión de la playa y saludó al ama de llaves, quien casi tuvo éxito en su intento de no parecer sorprendida de verlo llegar en plena noche. La villa siempre había sido de su familia y, cuando su abuelo se dio cuenta de que Salvatore era capaz de perderla por su adicción al juego, pasó la propiedad a su nieto.

      Sin embargo, Dante había permitido que su padre viviera en ella hasta su fallecimiento, y ahora no sabía si quedársela o venderla. Él prefería vivir en la ciudad y seguir soltero, pero su abuelo siempre había deseado que se casara, formara una familia y criara a sus hijos entre los muros de la mansión.

      Desgraciadamente, su abuelo tampoco había sido un buen ejemplo de las virtudes del matrimonio. Había estado casado cuarenta y ocho años y, cuando su esposa murió, pasó los tres años siguientes celebrando su muerte. Dante estaba convencido de que las lágrimas que había derramado durante su entierro no habían sido de pena, sino de alegría.

      Pero no podía negar que aquella villa era especial para él. Había crecido allí y, por si eso fuera poco, estaba llena de recuerdos de su padre. El simple hecho de entrar en el despacho y sentarse en su sillón, cosa que hizo momentos después, bastaba para que se sintiera como si volviera a ser el niño que se escondía bajo la mesa para asustar a Salvatore, quien siempre se fingía asustado.

      Desde luego, el despacho también le recordaba cosas malas. Era el sitio donde su padre hablaba con él para informarle de la muerte de algún familiar, el sitio donde le había confesado que estaba en bancarrota, el sitio donde le había rogado que pagara sus deudas de juego. Pero la vida era así. Tenía momentos buenos y no tan buenos.

      Tras abrir el ordenador portátil de Salvatore, se preguntó cómo era posible que hubiera guardado en secreto la existencia de Orla. Aislin decía que la había mantenido hasta los dieciocho años y, si estaba diciendo la verdad, habría registros de las transferencias bancarias, registros que estaba decidido a encontrar.

      Pero aún no estaba seguro. Cabía la posibilidad de que Sinead O’Reilly no hubiera dicho a Salvatore que se había quedado embarazada de él. Cabía la posibilidad de que hubiera mentido a sus propias hijas y de que fuera realmente ella quien se había encargado de mantener a Orla.

      Dante entró en la cuenta de su difunto padre y empezó a buscar, pero no encontró nada, porque el sistema no le permitió acceder a los registros antiguos de movimientos bancarios. Sin embargo, Salvatore era muy serio con esas cosas, y supuso que habría guardado los extractos en el archivador.

      Una hora después, estaba sentado en el suelo entre un montón de papeles. Había encontrado la prueba que no quería encontrar.

      Efectivamente, su padre había transferido sumas a la cuenta de Orla durante dieciocho años, hasta que llegó a la mayoría de edad. Todos los meses, le ingresaba dos mil euros en un banco irlandés.

      Aislin se asomó por enésima vez a la ventana, esperando a Dante. Ya había hecho las maletas, que había dejado en la entrada; pero estaba tan nerviosa que le había faltado poco para marcharse al aeropuerto y huir de allí.

      Cien mil euros era una suma sustancial, pero no tan apetecible como un millón. Orla se podría comprar una casa, hacer reformas para que Finn estuviera cómodo y tendría dinero para cualquier cosa que pudiera necesitar, desde llevar al niño de vacaciones hasta comprarle una silla de ruedas con motor. Hasta se podría comprar un coche.

      Esa fue la razón de que Aislin no huyera, aunque lo estaba deseando. ¡Un millón de euros por asistir a una boda! Todos los problemas de su familia quedarían resueltos en un fin de semana. Y quedarían resueltos sin haber tenido que pasar por el calvario para el que estaba preparada cuando llegó a Sicilia.

      ¿Quién se iba a imaginar que el poderoso e implacable Dante Moncada demostraría tener conciencia y le concedería a Orla la mitad del valor de la casa de campo? El hecho de que insistiera con la prueba de ADN no tenía nada de particular. Era un hombre de negocios, y no había llegado a donde estaba por el procedimiento de creer lo primero que le decían.

      En lugar de encontrarse con un monstruo, se había encontrado con un hombre arrogante que, sin embargo, sabía atender a razones. Pero, en ese caso, ¿por qué le incomodaba la idea de pasar unos cuantos días con él?

      Justo entonces, Dante llamó a la puerta y entró, sobresaltándola. Aislin había abierto las contraventanas, y tuvo la impresión de que él brillaba bajo el sol de primavera.

      Llevaba una camisa azul, unos vaqueros

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