E-Pack Bianca y Deseo abril 2020. Varias Autoras

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no tenía cara de haber dormido a pierna suelta, sino de haber estado rumiando sus preocupaciones con una botella de whisky.

      Aislin sintió un extraño calor entre las piernas, y supo lo que significaba. Lo suyo con Dante no era un simple reconocimiento de la belleza masculina. Lo deseaba.

      –Ah, sigues aquí –dijo él, sin más.

      –Tienes buena vista –ironizó ella.

      Definitivamente, lo deseaba. Pero eso no quería decir que fuera a perder la cabeza. Había superado obstáculos mucho más difíciles que la tentación, y sabía controlar sus emociones. De lo contrario, no habría podido enfrentarse al ejército de funcionarios y oficinistas que intentaban negarle el derecho a ser la tutora de Finn mientras Orla se recuperaba de las heridas que había sufrido en el accidente.

      –Tan buena vista como buen cerebro –replicó él.

      –Y mucha modestia –se burló ella.

      Dante sonrió.

      –¿Debo suponer que vas a aceptar mi oferta?

      –¿Un millón de euros por acompañarte unos días? Tendría que estar loca para rechazarla. Pero, antes de que la acepte, debo decir que nadie se va a creer que estemos comprometidos. Te acabas de separar de tu novia.

      Él se sentó en el sofá, estiró las piernas y le guiñó un ojo.

      –Todos saben que soy rápido con estas cosas.

      –Eso no es motivo de orgullo.

      –Bueno, sé ir despacio cuando hay que ir despacio.

      Aislin se ruborizó ligeramente.

      –Te advierto que no admitiré jueguecitos…

      Dante se maldijo a sí mismo. No tenía intención de coquetear con ella, pero había sido incapaz de resistirse.

      –¿Jueguecitos? ¿Te refieres al sexo?

      El leve rubor de Aislin pasó a ser rojo intenso.

      –No te preocupes –prosiguió él–. Nuestro acuerdo es estrictamente empresarial. Además, los novios son de familias muy conservadoras, y estoy seguro de que nos alojarán en habitaciones separadas.

      Aislin estaba en lo cierto al suponer que Dante no había dormido. Lo había intentado, pero ni el consumo de media botella de whisky le había hecho conciliar el sueño. Su mente volvía una y otra vez a la sensual irlandesa que había ocupado su casa. La encontraba tan atractiva que, en otras circunstancias, habría ido a por ella sin dudarlo; pero tenía que concentrarse en el acuerdo con los D’Amore, por no mencionar el pequeño detalle de que Aislin seguía siendo hermana de su hermanastra.

      Por suerte, también era la mujer perfecta para engañar a Riccardo. En primer lugar, porque no pertenecía a su mundo y, en segundo, porque era inteligente y estaba completamente comprometida con su familia, virtudes que Riccardo adoraría.

      Lo único que tenía que hacer para salirse con la suya era abstenerse de tocar a Aislin. Y eso, que ya le había parecido bastante difícil en la soledad de la madrugada, se le antojó imposible al verla en persona otra vez. Era asombrosamente bella. Ya no llevaba el pelo mojado, como la noche anterior; estaba seco, y se mostraba con toda la gloria de una melena de color rojizo, como el pelo de un zorro.

      Por lo demás, su aspecto no era particularmente interesante. Se había puesto unas botas bajas, unos leggings negros y un jersey de color caqui que habían visto tiempos mejores, pero estaba tan sexy como si llevara un vestido de cóctel con un escote atrevido.

      En ese momento, Aislin se frotó los brazos, enfatizando de forma inconsciente los senos en los que Dante estaba pensando.

      –Muy bien. Si aceptas que lo nuestro será platónico, trato hecho.

      –¿Hay algo más que te preocupe? Porque nos tenemos que ir.

      –Sí, hay algo más –respondió ella, incómoda con la sensualidad de su mirada–. Quiero la mitad del dinero por adelantado.

      –No.

      –Necesito una garantía. Voy a fingir que me gustas durante todo un fin de semana, y no me gustaría que luego cambies de opinión y te niegues a darme el dinero.

      –¿Es que no te gusto?

      –¿Cómo puedo saber si me gustas? Nos acabamos de conocer, y no tengo motivos para confiar en ti.

      Dante sonrió una vez más, encantado de que Aislin fuera tan directa. Lo encontraba muy refrescante.

      –Te daré diez mil euros.

      –Eso es calderilla.

      –¿Cuánto dinero tienes en tu cuenta bancaria?

      –¿Dinero? Mi cuenta solo tiene polvo.

      Él estuvo a punto de soltar una carcajada.

      –Va bene, que no se diga que no puedo ser razonable –dijo él, sacudiendo la cabeza–. Te daré cincuenta mil euros ahora, en mano o transferidos a tu cuenta, como prefieras. Tendrás el resto el domingo que viene.

      Aislin asintió.

      –De acuerdo.

      Dante se levantó del sofá.

      –Excelente. Vámonos.

      –Nos iremos cuando me transfieras los cincuenta mil euros.

      –¿No los quieres en mano?

      –No, prefiero una transferencia.

      Él suspiró y sacó el teléfono móvil.

      –¿A qué nombre está la cuenta?

      –Al de Orla O’Reilly.

      –¿No quieres que te lo transfiera a la tuya? –preguntó él, frunciendo el ceño.

      –El dinero no es para mí, sino para nuestra hermanastra y nuestro sobrino. Están muy necesitados, y no recibirán sus cien mil euros hasta que veas los resultados de la prueba de ADN, un proceso que puede durar varias semanas.

      –¿Insinúas que no te vas a quedar el millón?

      –Bueno, dejaré que Orla me invite a una pizza.

      Dante se quedó completamente desconcertado.

      –¿Qué pretendes? ¿Es que aspiras a la santidad? –dijo.

      Ella lo miró con cara de pocos amigos, y él se encogió de hombros.

      –Está bien, como tú digas. Pero necesito el número de la cuenta.

      Aislin se lo dio, y él la volvió a mirar.

      –¿Te lo sabes de memoria?

      –Hace tres años, Orla sufrió un accidente

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