E-Pack Bianca y Deseo abril 2020. Varias Autoras

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prematuramente?

      –Sí.

      Dante se estremeció, y se preguntó por qué le preocupaba la suerte de una mujer de la que no había oído hablar hasta el día anterior. Pero eso no era tan relevante como sus dudas sobre Salvatore, más vivas que nunca. ¿Se habría enterado de que Orla había sufrido un accidente? ¿Sabía siquiera que tenía un nieto?

      Fuera como fuera, no podía permitir que el descubrimiento de su existencia lo desconcentrara. El acuerdo con los D’Amore era lo más importante en ese momento, y Aislin podía desempeñar un papel clave si él conseguía recordar que no le iba a pagar un millón de euros porque estuviera prendado de su belleza, sino porque le ayudaría a convencer a Riccardo de que no había salido a sus padres.

      Además, Orla y Finn solo eran dos desconocidos, y seguirían siéndolo en cualquier caso. Que fueran de su misma sangre no significaba nada. La sangre no hacía familia y, aunque la hiciera, ya había sufrido bastante con la suya.

      Su adorada madre lo había abandonado. Sus abuelos lo habían querido mucho, pero se peleaban constantemente e intentaban que tomara partido en sus disputas. La única persona por la que Dante habría hecho cualquier cosa era el difunto Salvatore, que había sido un padre fantástico durante su infancia, aunque poco convencional.

      Sí, jugaba demasiado y salía con demasiadas mujeres. Sin embargo, eso no había impedido que estuviera siempre a su lado, apoyándolo en cualquier situación, frente a cualquier obstáculo que les pusiera la vida.

      Y ahora descubría que era un mentiroso.

      ¿Por qué le iba a importar entonces su nueva familia, si la vieja le había mentido, abandonado o utilizado como arma arrojadiza?

      Se había hartado de esas cosas. Prefería estar solo.

      –Ya está. Te acabo de transferir el dinero de Orla –informó a Aislin–. Supongo que podrás disponer de él al final del día.

      Ella frunció el ceño.

      –¿Me has transferido los doscientos mil euros?

      Dante asintió y dijo:

      –Te di mi palabra y la he cumplido. ¿Ya nos podemos ir?

      AISLIN miró por la ventanilla del coche. En cuestión de veinte minutos, habían pasado del bosque mediterráneo y los campos de cultivo a las brillantes luces de la capital de Sicilia, Palermo.

      Por suerte para ella, Dante se había sentado con el chófer de modo que pudo disfrutar del paisaje sin tener que vérselas con el creciente deseo que sentía, un deseo que él parecía compartir. Pero ¿lo compartía de verdad?

      Desgraciadamente, Aislin tenía tan poca experiencia en materia de hombres que no se podía fiar de su instinto. Se había criado en una aldea de Kerry, con pocos niños para jugar, y la situación no mejoró cuando llegó al instituto. Luego, ya en la universidad, estaba tan ansiosa por tener un novio que habría hecho lo que fuera por conseguirlo; pero se topó con un grupo de jóvenes que estaban puntuando a las chicas en función de su belleza, y eso la marcó.

      Desde entonces, hacía lo posible por mantener las distancias con ellos. Sabía que algunas mujeres disfrutaban con ese tipo de juegos, encantadas de que las votaran del uno al diez, pero ella era diferente.

      Sin embargo, todo cambió en el segundo año de la carrera, cuando Patrick la empezó a cortejar. Lejos de intentar desnudarla al instante, le regalaba flores o le pedía ayuda con sus estudios y, como Patrick era uno de los chicos más populares de la facultad, a Aislin se le llenó la cabeza de pájaros.

      Todo fue bien durante los seis primeros meses. Se pronunciaron palabras de amor y, por supuesto, ella se las creyó. Pero el accidente de Orla la obligó a concentrarse en su hermana y su sobrino, y Patrick terminó acostándose con la compañera de piso de Aislin, a quien consideraba una buena amiga.

      Tres años después, estaba tan sola como al principio. No quería salir con nadie y, aunque hubiera querido, no tenía tiempo para nada. Y, de repente, Dante aparecía en su vida y destrozaba su tranquilidad emocional con una facilidad desconcertante; quizá, porque era mucho más atractivo que Patrick.

      Ni siquiera sabía qué le parecía peor, si la posibilidad de que la deseara o la posibilidad de que no. La miraba como si sintiera lo mismo que ella, pero hablaba como si aquello fuera un simple asunto de negocios y, además, seguía desconfiando de él. Que estuviera cumpliendo su parte del trato no significaba que lo fuera a cumplir íntegramente. Era un hombre poderoso, cuya apariencia afable ocultaba un fondo oscuro.

      Mientras avanzaban por las calles de Palermo, Aislin se sintió como si hubieran viajado al pasado. Había tantos edificios antiguos que se imaginó viviendo en un palacio, entre guardaespaldas armados; y se llevó una sorpresa cuando el coche se detuvo en un callejón que daba a una casa de cuatro pisos de altura, de paredes color crema, balcones de hierro forjado y montones de flores.

      –Ya hemos llegado –dijo Dante.

      –¿Vives aquí?

      Aislin no se lo podía creer. Estaban en un barrio normal, pero Dante era multimillonario. ¿No habría sido más lógico que viviera en una mansión o en uno de esos pisos de lujo donde vivían los ricos?

      Justo entonces, un adolescente de cazadora de cuero se acercó al vehículo y abrió la portezuela de Dante, que salió, estrechó la mano del recién llegado y se puso a hablar con él animadamente mientras el chófer la ayudaba a salir a ella. Luego, el joven interrumpió la conversación que mantenían y sacó el equipaje del maletero.

      Desconcertada aún con la aparente normalidad del lugar donde estaban, Aislin se quedó clavada en el sitio hasta que Dante la miró con humor y le indicó que les siguiera. ¿Sería posible que viviera verdaderamente allí?

      El interior del portal era tan poco reseñable como el resto. Tenía una escalera de lo más corriente, y lo mejor que se podía decir al respecto era que las paredes estaban libres de pintadas y que no olía mal. Pero todo cambió cuando, en lugar de subir por la escalera, Dante pulsó el botón del ascensor.

      Aislin parpadeó al ver la ancha moqueta del suelo y los enormes espejos, sin una sola mota de polvo. Era el tipo de ascensor que se podía ver en cualquier hotel de lujo.

      Momentos después, salieron al pequeño vestíbulo de la última planta, donde solo había una puerta. Entonces, el joven se adelantó y la abrió, ganándose el agradecimiento de Dante, que le dio un par de billetes a modo de propina. Aislin no entendió lo que decían, porque hablaban en italiano; pero entendió el nombre del adolescente, Ciro.

      –¿No vas a entrar? –preguntó Dante al cabo de unos segundos.

      –Esto no es una broma, ¿verdad? Vives aquí, ¿no?

      –No, no es ninguna broma –dijo él, clavando en ella sus ojos verdes–. Anda, pasa de una vez. No tienes nada que temer.

      Aislin entró, y lo que vio la dejó boquiabierta.

      –¿No es lo que esperabas?

      Ella sacudió la cabeza, mirando las preciosas molduras de los altos techos.

      –Pues espera a ver lo

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