Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González Casanova
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El fenómeno se ha registrado nuevamente en nuestros días con la proliferación de las nuevas naciones. Emerson habla de que “el fin del colonialismo” por sí solo no elimina sino los problemas que surgen directamente del control extranjero, y señala en las nuevas naciones la “opresión” de unas comunidades por otras, “opresión” que aquéllas ven incluso como más intolerable que la continuación del gobierno colonial;[2] Coleman hace ver que en los nuevos Estados, “por especiales razones ligadas a la racionalización del colonialismo, esta clase —los militares, el clero y los burócratas— apoya la idea del ‘derecho divino’ de las gentes educadas para gobernar; y sus miembros no han dejado de ser afectados por las predisposiciones burocrático-autoritarias derivadas de la sociedad tradicional o de la experiencia colonial”;[3] Hoselitz observa que “las clases altas, incluyendo a muchos intelectuales del gobierno, están preparadas para manipular a las masas desamparadas en una forma muy similar a la que empleaban los amos extranjeros cuyo dominio han roto”;[4] Dumont recoge las quejas de los campesinos del Congo (“La independencia no es para nosotros…”) y de Camerún (“Vamos hacia un colonialismo peor de clase…”), y él mismo dice: “los ricos se conducen como colonos blancos…”;[5] Fanon —en su célebre libro Les damnés de la terre— aborda la sustitución de los explotadores extranjeros por los nativos, haciendo hincapié sobre todo en la “lucha de clases”.[6] C. Wright Mills —en un seminario organizado hacia 1960 por el Centro Latinoamericano de Pesquisas en Ciencias Sociales— observó con precisión hace algunos años:
Dado el tipo de desarrollo desigual que ha aclarado tan precisamente el profesor Lambert, las secciones desarrolladas en el interior del mundo subdesarrollado —en el capitolio y en la costa— son una curiosa especie de poder imperialista, que tiene a modo de colonias internas.[7]
Sería inútil seguir citando más autores. Todo estudioso de los problemas económicos y políticos de las nuevas naciones registra estos hechos.
IV
El registro, sin embargo, es esporádico, casi circunstancial. Un estudio más a fondo del problema invita a hacer una serie de delimitaciones, a buscar una definición estructural, que en su caso pueda servir para una explicación sociológica e histórica del desarrollo.
La delimitación del fenómeno supone: a) indicar hasta qué punto se trata de una categoría realmente distinta de otras que emplean las ciencias sociales y que presentan un comportamiento en parte similar, como las categorías de la ciudad y el campo; de la sociedad tradicional y las relaciones del “señor” y el “siervo”, de las relaciones obrero-patronales en la primera etapa del capitalismo; de las clases sociales y el planteamiento y solución de conflictos sociales; de la sociedad plural, de los estratos sociales; b) impedir el uso de esta categoría en procesos de racionalización, justificación, impugnación y manipulación irracional y emocional, como ocurre con todas las categorías que se refieren a conflictos (así, las de colonialismo, neocolonialismo, imperialismo, clases sociales) que son utilizadas en estado de tensión dentro de la propia literatura científica; c) precisar el valor explicativo —y práctico, político— frente a otras categorías bien distintas, como la del protestantismo de Weber; las de “adscripción” y “desempeño” o “éxito”, de Parsons y Hoselitz; el achieving de McClelland; la “empatía” de Lerner, y los “valores” de Lipset en su libro sobre Estados Unidos como nueva nación.
Las preguntas ante la proposición de una nueva categoría para el estudio del desarrollo, como lo es el colonialismo interno, serían: ¿Hasta qué punto esta categoría sirve para explicar los fenómenos de desarrollo desde un punto de vista sociológico, en su mutua interacción, en análisis integrales y analíticos? ¿Hasta qué punto esta categoría no va a registrar los mismos fenómenos que registran las categorías de la ciudad y el campo, de las clases sociales, de la sociedad plural, de los estratos? ¿Cómo impedir que se use o vea esta categoría con la vaguedad, el sentido emocional o irracional, agresivo, difuso, con que se emplean y miran las categorías que aluden a los conflictos sociales, y que entran automáticamente en los procesos de racionalización y justificación de las partes? Y en fin, ¿qué “significación operacional”[8] práctica, desde el punto de vista de la política de desarrollo actual y alternativa, tiene esta categoría? A las preguntas anteriores habría que añadir otras sobre el comportamiento del fenómeno y su valor explicativo a lo largo de las diferentes “etapas del desarrollo”, y a distintos niveles de movilización social.
Si el hecho de que los grupos y clases dominantes de las nuevas naciones jueguen papeles o “roles” similares a los que desempeñaban los antiguos colonialistas es censurable o deplorable, o digno de registrarse en el estudio de estas naciones, no es lo que primordialmente nos interesa, sino la capacidad explicativa de un colonialismo interno, su potencial de explicación sociológica del subdesarrollo, y de explicación práctica de los problemas de las sociedades subdesarrolladas. Para ello vamos a abordar el problema de dos formas: una que nos permite la tipificación del colonialismo como fenómeno integral, intercambiable de categoría internacional a categoría interna, y otro que nos permite ver cómo se ha comportado el fenómeno en una nación nueva que ya está pasando de la etapa del “despegue”, que ha pasado por una etapa de reforma agraria, de industrialización, de construcción de la infraestructura y que ha vivido un amplio proceso de “movilización” de la población marginal, de incremento acelerado de la población que participa del desarrollo, es decir, en un país que se encuentra relativamente más avanzado en el proceso del desarrollo y cuya experiencia puede ser políticamente útil a otras naciones recién nacidas a la independencia. A tal efecto vamos a esbozar el fenómeno del colonialismo interno y su comportamiento en el México contemporáneo.
V
Originalmente el término colonia se emplea para designar un territorio ocupado por emigrantes de la madre patria. Así, las “colonias griegas” estaban integradas por los emigrantes de Grecia que se iban a radicar a los territorios de Roma, del norte de África, etc. Este significado clásico del término colonia subsistió casi hasta los tiempos modernos, en que una característica muy frecuente de las colonias ocupó la atención: el dominio que los emigrantes radicados en territorios lejanos ejercían sobre las poblaciones indígenas. A mediados del siglo XIX Herman Merivale observaba este cambio en el significado del término. En ese entonces se entendía por colonia, tanto en los círculos oficiales como en el lenguaje común, como toda posesión de un territorio en que los emigrados europeos dominaban a los pueblos indígenas, a los nativos.
Hoy al hablar de colonias o de colonialismo se alude por lo común a este dominio que unos pueblos ejercen sobre otros, y el término ha llegado a tener un sentido violento, se