Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González Casanova
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2. La colonia adquiere sucedáneamente otras características de dependencia que facilitan el trato colonial. En el comercio exterior no sólo depende de un solo mercado —el metropolitano— que opera como consumidor final o como intermediario, sino de un sector predominante —el minero o el agrícola— y de un producto predominante, el oro o la plata, el algodón, azúcar, estaño, cobre. Surge así en la colonia una situación de debilidad que proviene de la dependencia de un solo mercado, de un sector predominante o único, o de un producto único o predominante. Todo ello aumenta el poder de la metrópoli y sus posibilidades de negociar en términos de desigualdad con la colonia, impidiendo la competencia de otros imperios, e impidiendo que la colonia compita con la metrópoli. La capacidad de negociación de lo colonia es nula o mínima. El monopolio se establece en los distintos tipos de colonias y de sistemas coloniales —aunque en algunas predomine el monopolio fiscal, en otras el de la explotación de los recursos naturales, en otras el del comercio exterior.
3. La colonia es igualmente usada como monopolio para la explotación de un trabajo barato. Las concesiones de tierras, aguas, minas o los permisos de inversión para el establecimiento de empresas sólo se otorgan a los habitantes de la metrópoli, a los descendientes de ellos o a algunos nativos cuya alianza eventualmente se busca.
4. Los niveles de vida de las colonias son inferiores al nivel de vida de la metrópoli. Los trabajadores —esclavos, siervos, peones, obreros— reciben el mínimo necesario para la subsistencia y a menudo están por debajo de él.
5. Los sistemas represivos predominan en la solución de los conflictos de clases; son mucho más violentos y perdurables que en las metrópolis.
6. Todo el sistema tiende a aumentar —como observa Myrdal— la desigualdad internacional,[15] las desigualdades económicas, políticas y culturales entre la metrópoli y la colonia y también la desigualdad interna, entre los metropolitanos y los indígenas: desigualdades raciales, de castas, de fueros, religiosas, rurales y urbanas, de clases. Esta desigualdad universal tiene particular importancia para la comprensión de la sociedad colonial, y está estrechamente vinculada a la dinámica de las sociedades duales o plurales, en que la cultura dominante —colonialista— oprime y discrimina a la colonizada.
VI
La existencia de la sociedad dual o plural coincide y se entrelaza, en efecto, con la existencia de la sociedad colonial, aunque quepa distinguir entre “colonias de emigrantes” o “colonias de granjeros”, por una parte, y “colonias de explotación”, por la otra. Aquéllas han tendido a ser, sin duda, sociedades homogéneas, que “se han movido en dirección a una situación de igualdad con la madre patria, tanto en las finanzas como en el equipo industrial, y hacia una independencia política, formal o potencial”.[16] En cambio, la situación de dependencia, la situación típicamente colonial, se acentúa en las colonias de “explotación”, de “plantaciones”, con culturas heterogéneas:
La sociedad colonial por regla general consiste en una serie de grupos (o etnias) más o menos conscientes de sí mismos, a menudo separados entre sí por distintos colores, y que tratan de vivir sus vidas separadas dentro de un marco político único. En resumen, las sociedades coloniales tienden a ser plurales.[17]
En realidad es difícil precisar si la desigualdad en el desarrollo técnico tiene más influencia sobre la formación del sistema colonial respecto de la influencia que el propio sistema colonial tiene en el desarrollo desigual. Cierto es que las sociedades duales, plurales, ocurren por el contacto de dos civilizaciones —una técnicamente más avanzada y otra más atrasada—,[18] pero también es cierto que la sociedad dual o plural ocurre por el desarrollo colonial, caracteriza tanto al crecimiento colonial como las relaciones típicas del “europeo evolucionado” y el “indígena arcaico”, así como las formas en que aquél domina y explota a éste, y en que se refuerzan sus relaciones desiguales con procesos discriminatorios. La estructura colonial está estrechamente ligada a la sociedad plural, al desarrollo desigual —técnico, institucional, cultural—, y a formas de explotación combinadas, simultáneas y no sucesivas, como en el modelo clásico de desarrollo. En efecto, en las colonias se combinan y coexisten las antiguas relaciones de tipo esclavista y feudal y las de la empresa capitalista, industrial, con trabajo asalariado.
La heterogeneidad técnica, institucional y cultural coincide con una estructura en que las relaciones de dominio y explotación son relaciones entre grupos heterogéneos, culturalmente distintos. Esta característica de la vida colonial interna tiene implicaciones psicológicas y políticas que es conveniente determinar en su cuadro natural y añadir a los fenómenos señalados en los incisos anteriores. Es bien sabido que el racismo y la discriminación racial son el legado de la historia universal de la conquista de unos pueblos por otros, desde la antigüedad hasta la expansión de los grandes imperios y sistemas coloniales de la época moderna. Ya Hobson lo decía, pensando él mismo en términos de razas superiores e inferiores:
Siempre que las razas superiores —escribió— se establecen en territorios donde pueden ser empleadas provechosamente las razas inferiores para los trabajos manuales y la agricultura, para la minería y el trabajo doméstico, las últimas no tienden a morir, sino a constituir una clase servil.[19]
El racismo aparece en todas las colonias donde se encuentran dos culturas, en América hispánica, en el Cercano y en el Lejano Oriente, en África. Es el “dogma oficial” de la colonización inglesa, y corresponde a la “línea de color” que levantan los japoneses en los pueblos asiáticos que dominan, a pesar de su famoso slogan de “Asia para los asiáticos”.[20] El racismo y la segregación racial son esenciales a la explotación colonial de unos pueblos por otros, e influyen en toda la configuración del desarrollo y la cultura colonial: son un freno a los procesos de aculturación, al intercambio y traspaso de técnicas avanzadas a la población dominada, a la movilidad ocupacional de los trabajadores indígenas que tienden a mantenerse en los trabajos no calificados, a la movilidad política y administrativa de los indígenas. El racismo y la discriminación corresponden a la psicología y la política típicamente coloniales.
La psicología colonial, la mentalidad colonialista, han sido poco estudiadas. No disponemos, que yo sepa, de un estudio empírico y riguroso sobre la “personalidad colonialista”, no obstante lo necesario que es y lo útil que sería. Los autores que han hablado sobre el problema lo han hecho en forma de denuncia, y cualquier lector de los textos participa de la emoción en formas de aceptación o rechazo. Algo semejante ocurre con los estudios sobre el colonizado, su psicología y personalidad. El pequeño libro de Memmi[21] con observaciones muy agudas, los casos clínicos que registró Fanon en su trabajo como psiquiatra,[22] se suman a una gran cantidad de denuncias y acusaciones políticas de viajeros, historiadores e ideólogos.
En medio de esta situación es evidente que dos de los