Contrapunteos diaspóricos. Agustín Laó-Montes

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Contrapunteos diaspóricos - Agustín Laó-Montes

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para denominar las Américas desde una perspectiva feminista negra de las diásporas africanas237. El término “afrodescendiente” floreció en un proceso en el que se revelaron claramente las dimensiones de género y sexualidad del racismo. La cultura política dentro de la cual afrodescendiente fue producida como una categoría política significativa en luchas contra la opresión y a favor del apoderamiento negro, era consciente de los vínculos entre las opresiones raciales, de género, sexuales y de clase, en tanto que formas conexas de dominación, desigualdad y discriminación. Esta óptica interseccional es manifiesta tanto en la Declaración de Santiago como en la Declaración y Plan de Acción de Durban.

      Hoy el término “afrodescendiente” se está convirtiendo en un elemento básico en los léxicos de los gobiernos, de las instituciones transnacionales como el Banco Mundial y las Naciones Unidas, en la academia, y cada vez más en los vocabularios de la vida cotidiana. Esta propagación es sintomática de lo que llamamos una pequeña revolución político-cultural en América Latina, contra el racismo y por el reconocimiento del valor de las historias y culturas negras, y hasta cierto punto en la representación política, como hemos de discutir en detalle, sobre todo en la segunda parte de este libro.

      Un ingrediente clave en el ascenso de reconocimiento de los afrolatinoamericanos y la lucha contra las atribuciones negativas a la negritud en la región es la gestión a favor de contar las poblaciones negras en cada censo nacional. En Brasil, el recuento combinado de pretos (negros) y pardos (mulatos) representa ahora más del 50 % de la población nacional. En el último censo colombiano, después de un debate sobre las categorías para ser utilizadas con el fin de mejorar el número subestimado de afrocolombianos en la encuesta nacional, se decidió diversificarla para que la gente pudiera tener una variedad de opciones de identificación, incluyendo afrocolombiana, afrodescendiente y negro, además de palenquero y raizal, que son identidades locales en el Caribe colombiano. Existe un amplio consenso entre académicos, activistas e incluso en las agencias gubernamentales, de que los 4,5 millones contados en el último censo, que representan el 10 % de la población, sigue gravemente infravalorando el tamaño real del pueblo afrocolombiano, que se estima en el 25 % del total, llegando a alrededor de 10 millones.

      En Puerto Rico fue un escándalo –para quienes consideramos a la isla una sociedad caribeña en la cual la presencia afrodescendiente es significativa–, que en el censo de 2000, el 80 % de la población se declaró como blanca. Se puede argüir que este resultado se explica en parte debido a que el censo que se hace en Puerto Rico es el de los Estados Unidos y que, por ende, sus categorías no tienen en cuenta la particularidad de las denominaciones y significaciones raciales en el archipiélago puertorriqueño. Además, la ideología decimonónica de Puerto Rico como “la más blanca de las Antillas”, aún tiene vigencia (Laó Montes, 2018a). En vista de estos desafíos del racismo puertorriqueño, el colectivo Ilé: Organizando para la Conciencia-en-Acción, organizó una campaña contra el racismo antinegro y para promover identificación positiva con la negritud y afrodescendencia en Puerto Rico. En el censo de 2010 hubo un pequeño cambio: 75 % de la población se declaró blanca y 25 % no-blanca.

      En el caso puertorriqueño las clasificaciones, estratificaciones e identificaciones étnico-raciales se complican con la condición colonial de la isla de Puerto Rico y la situación de las/los puertorriqueños en los EE.UU como migrantes coloniales de largo arco histórico. En esa luz se puede caracterizar la condición puertorriqueña como de doble colonialidad (por nuestra subordinación colonial como pueblo y racialización como no-blancos) y la diferencia afroboricua (de las/los puertorriqueños/as negros/as) como de tripe colonialidad (imperial, nacional y racial), tanto en el archipiélago de Puerto Rico como en el interior del territorio nacional-imperial de los Estados Unidos.

      El pueblo puertorriqueño en su conjunto es racializado como otredad colonial del Imperio estadounidense, que en su ideología étnico-racial hegemónica es imaginado como república blanca238. En este sentido, la identidad puertorriqueña es racializada como no-blanca, más allá del color de la piel, a partir de varios registros de racialización entre los que se destacan la diferencia racial-civilizacional entre anglos y latinos, que es constitutiva del discurso imperial yanqui, y nuestra condición como migrantes coloniales dentro del territorio de los Estados Unidos, que nos ha situado en espacios de trabajo, vivienda y producción cultural, similares a norteamericanos negros, sobre todo en el noroeste del país239.

      La república blanca es una ideología que ha sido desafiada desde su constitución misma. En la historia reciente dicha disputa se revela dramáticamente en el contraste entre la elección de Barack Obama como presidente-imperator negro, contrapunteada con la ascención subsecuente a la presidencia de Donald Trump, esgrimiendo una plataforma racista de nacionalismo blanco con la consigna de “hacer a América grande de nuevo”, dentro de la cual se rechazan explícitamente a mexicanos y puertorriqueños, que en esta concepción no son parte de la nación norteamericana.

      En esta clave, argumentamos que, al estar situados en una zona fronteriza, en la encrucijada de una pluralidad de modos de colonialidad y formas de racialización, las/los afroboricuas históricamente hemos estado en condición de percibir y combatir una diversidad de intersecciones de opresión racial-colonial. En tanto que fuerza de trabajo colonial racializada, los sectores subalternos afropuertorriqueños han experimentado sobreexplotación económica, marginalización social y política y discriminación etno-nacional y étnico-racial en los Estados Unidos y Hawái desde finales del siglo XIX, mientras en Puerto Rico han sido sometidos a los embates del racismo criollo, sin olvidar sus variedades experienciales de acuerdo con género, sexualidad, generación y clase. El estar moviéndonos entre-mundos explica en gran medida el que afroboricuas desde Arturo Alfonso Schomburg hasta Marta Moreno Vega, fundadora del Centro Cultural del Caribe-Instituto de la Diáspora Africana, hayan tenido liderato intelectual y político en el mundo afro desde el siglo XIX.

      El libro de Isar Goudreau, Scripts of Blackness, analiza la producción de discursos de negritud en Puerto Rico, dibujando las complejidades de su relación con las ideologías y políticas nacionalistas, todo esto sobre-determinado por la relación colonial de Puerto Rico con los Estados Unidos. Aquí no pretendemos ni podemos resumir la riqueza del trabajo de investigación histórica, etnográfica y de análisis de este libro, pero destacaremos algunos elementos pertinentes a este capítulo. El estudio de Goudreau revela la multiplicidad de discursos, esquemas cognitivos y significados de negritud en Puerto Rico, a partir de un estudio de las representaciones del barrio San Antón del pueblo de Ponce como una “comunidad negra”. La autora muestra contrastes entre percepciones públicas de San Antón como comunidad negra, a partir de representaciones folclorizadas de las culturas afropuertorriqueñas, por ejemplo, reducidas a ciertos géneros de música y danza (bomba y plena), a contrapunto de relatos de miembros del vecindario que la pueden describir como racialmente mixta, mientras destacan la necesidad de mejoramiento de vivienda e infraestructura. Goudreau argumenta que los discursos y representaciones de negritud –académicos, gubernamentales, mediáticos, populares– son históricamente contingentes y vinculados a luchas de poder y, por ende, a jerarquías imperiales, pero también de clase, género, sexualidad y lugar dentro de los escenarios nacionales.

      El título del poema “Jibaro My Pretty Nigger”, del afroboricua Felipe Luciano, que en Nueva York fue miembro del afamado grupo afroamericano The Last Poets y del movimiento radical puertorriqueño denominado Young Lords, expresa con justicia poética la contingencia y polivalencia de los libretos de negritud240 en clave boricua241. La identificación del jíbaro como negro, transgrede su significación como el campesino blanco representativo de la puertorriqueñidad, en el imaginario de la intelectualidad criolla boricua a partir de la década de 1930. El poema resignifica positivamente el prototípico insulto racial nigger, al convertirlo en pretty nigger, anticipando usos posteriores como en el de nigga de las culturas del hip hop, y además lo traduce al español como “Mi negro lindo”. En fin, la metodología elaborada por Isar Goudreau

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