Tormenta de guerra. Victoria Aveyard

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Tormenta de guerra - Victoria Aveyard Reina Roja

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no tendrá sentido que permanezcas en Norta, y menos todavía que un rey inepto e inestable conserve la corona de Arcón, máxime uno tan imprudente con la sangre de su pueblo y el nuestro.

      —¡Así sea! —murmuramos al unísono Tiora y yo.

      Mi madre gira hacia la fuente inmóvil y le da al líquido la forma que le place, lo hace arquearse en el aire como una compleja figura de cristal. La luz juega con el agua, que se astilla en prismas de todos los colores. La soberana ni siquiera parpadea, como si el sol no la deslumbrara.

      —La comarca de los Lagos arrasará esos países ateos. Conquistará Norta y la Fisura. Estas naciones se muerden ya unas a otras, sacrifican a los suyos a causa de mezquinas rivalidades. No pasará mucho tiempo antes de que su fuerza se agote. Nada escapará a la furia del linaje de Cygnet.

      Siempre he estado orgullosa de mi madre, desde que era una niña. Es una gran mujer, el deber y el honor personificados, visionaria e implacable, una guía para el reino y sus hijas. Ahora me doy cuenta de que yo desconocía la mitad de esto, la resolución que oculta bajo su aspecto apacible, tan fuerte como una tempestad. ¡Y qué gran tormenta será ésta!

      —¡Que se ahoguen! —recito nuestra antigua maldición de castigo divino contra traidores y enemigos de toda laya.

      —¿Y qué hay de los Rojos, aquéllos con habilidades y que se han refugiado en el país montañoso? Sus espías merodean por todo el reino. —Tiora arruga la frente, lo que abre un desfiladero en su piel. Aunque yo querría allanar sus innúmeros temores, tiene razón: hay que acabar con personas como Mare Barrow. Ellas también forman parte de esto y son nuestras rivales.

      —Usemos a Maven contra ellos —le digo—. Está obsesionado con los nuevasangre, en particular con la Niña Relámpago. Los perseguirá hasta el fin del mundo si es necesario, y empeñará toda su fuerza en ello.

      Mi madre asiente con siniestra aprobación.

      —¿Y las Tierras Bajas?

      —Hice lo que me dijiste —me enderezo con orgullo— y sembré esa semilla. Maven necesita a Bracken tanto como nosotras, así que intentará rescatar a sus hijos. Si podemos ganar al príncipe para nuestra causa, emplear sus ejércitos en lugar de los nuestros…

      Mi hermana remata por mí:

      —La comarca de los Lagos será preservada, reuniremos nuestras fuerzas y las tendremos en espera, e incluso podríamos lanzar a Bracken contra Maven.

      —Sí —digo—. Con algo de suerte, todos se matarán entre sí antes de que nosotras mostremos nuestras verdaderas intenciones.

      Tiora chasquea la lengua.

      —Creo poco en la suerte si tu vida está en juego, petasorrehermanita.

      Aunque pronuncia esta palabra con cariño y sin el menor dejo de escarnio, me desagrada. Y no porque ella sea la heredera, la mayor, la hija destinada a gobernar, sino porque ese término revela su preocupación y que está dispuesta a hacer grandes sacrificios por mí, y no quiero esto de ella ni de mi madre. Mi familia ya ha dado suficiente.

      —Tú debes rescatar a los hijos de Bracken —dice la reina con una voz tan gélida y sombría como sus ojos—, una hija de Cygnet. Maven no lo hará, enviará a sus Plateados; no tiene habilidad ni humor para esas cosas. En cambio, si tú acudes con sus soldados, si vuelves junto al príncipe Bracken con sus hijos en tus brazos…

      Trago saliva. No soy un perro que juega a buscar cosas. Se lo dije hace unos minutos a Maven y ahora estuve a punto de decírselo a mi ilustre madre.

      —Es demasiado peligroso —dice Tiora y casi se interpone entre nosotras.

      Mamá no cede, inquebrantable como siempre.

      — no puedes traspasar nuestras fronteras, Ti. Y si deseamos inclinar a Bracken a nuestro lado, debemos ayudarlo; así es como se estila en las Tierras Bajas —aprieta los dientes—. ¿O preferirías que lo hiciera Maven y consiguiese de esta forma un firme aliado? Solo, ese joven es muy peligroso, no le des otra espada para que la empuñe.

      A pesar de que estas palabras hieren mi orgullo y resolución, advierto su buen juicio. Si Maven encabeza u ordena el rescate de los chicos de Bracken, sin duda se ganará su lealtad. Esto es algo que no debemos permitir.

      —¡Desde luego que no! —contesto—. Tengo que hacerlo yo, a toda costa.

      Tiora lo acepta también, da la impresión de que se empequeñece.

      —Haré que mis embajadores establezcan contacto con Bracken lo más discretamente posible. ¿Qué otra cosa necesitas?

      Inclino la cabeza y siento que los dedos se me entumecen. Rescatar a los vástagos del príncipe. Ni siquiera sé por dónde empezar.

      Los segundos se prolongan tanto que es difícil ignorarlos. Si permanecemos más tiempo aquí, despertaremos sospechas en Norta, pienso y me muerdo el labio; sobre todo en Maven, si es que no las tiene ya. Mis piernas pesan como plomo cuando me aparto de mi madre y mis manos se enfrían sin su calor.

      Al pasar junto a la fuente meto los dedos en el arco del agua y me mojo las puntas, que me llevo a los párpados para que el rímel se corra. Lágrimas falsas ruedan por mis mejillas, negras como las flores de duelo.

      —Reza, Ti —le digo—. Si no crees en la suerte, confía en los dioses.

      —Mi confianza en ellos es absoluta —repone en forma automática—. Pediré por nosotras.

      Me entretengo en la puerta, con una mano en el pomo.

      —Yo también lo haré —abro, rompo la burbuja en la que estábamos, pongo fin a los que podrían ser nuestros últimos momentos de seguridad en varios años y balbuceo para mí—: ¿Dará resultado?

      Mi madre me escucha, se vuelve y no puedo ignorar sus ojos mientras me retiro.

      —Sólo los dioses lo saben.

      CINCO

      Mare

      El jet de asalto es lento en el aire, más pesado que de costumbre. Me aferro a los cinturones de seguridad con los ojos cerrados. El movimiento de la nave en conjunción con el reconfortante zumbido de la electricidad me ha puesto soñolienta. Los motores marchan sin complicaciones, a pesar del peso extra. Más cargamento, lo sé. La bodega del avión está llena hasta el tope del botín de Corvium: municiones, revólveres, explosivos, armamento de toda clase; uniformes militares, víveres, combustible, baterías e incluso cordones para las botas. La mitad de eso viaja ahora en dirección a las Tierras Bajas y el resto está en otro jet, rumbo a las montañas de Davidson.

      Montfort y la Guardia Escarlata no son abusivos en su proceder. Hicieron lo mismo tras el ataque al Palacio del Fuego Blanco, del que tomaron lo que pudieron en un periodo muy corto, más que nada dinero del Tesoro en cuanto resultó claro que Maven estaba fuera de su alcance. Igual sucedió en las Tierras Bajas, y por ello esa base del sur ofrece una apariencia de vacuidad, en viviendas y edificios administrativos alguna vez destinados a aparatosos consejos de guerra: nada de pinturas, esculturas ni vajillas o cubiertos finos; ninguno de los accesorios

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