Mi obsesión. Angy Skay
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—No, desde luego que no lo es —le respondí de la misma forma.
—¿Vamos?
Extendió su mano para que pasase delante de él y así lo hice, mostrándole un gesto de agradecimiento. Él solo llevaba una simple maleta de mano pequeña. Le lancé un vistazo a mi gran equipaje, haciendo una mueca con los labios.
—Me da la sensación de que he venido para quedarme más de una semana —musité con desgana.
—No te fijes en mi maleta. Cabe más de lo que te imaginas.
En la entrada, dos hombres de la tripulación escanearon nuestros equipajes y después pasaron el detector por los papeles con el código de acceso que nos habían facilitado. Un hermoso vestidor con una iluminación bestial se abrió paso ante nuestras miradas sorprendidas. Me dio tiempo a contar siete ascensores que tardaban dos segundos en llenarse hasta las trancas, y frente a ellos, una gran escalera tan ancha que podrían caber quince personas de lado, como mínimo. Los suelos estaban cubiertos de una moqueta de color rojo, con una gran hilera en los filos de un oro intenso. Contemplé el plano en una de las columnas, sorprendiéndome al ver la cantidad de cosas que tenía, muy similares a otros. Pero eso sí, con todo lujo de detalles.
—Bien, señorita, dejamos las maletas y ¿adónde vamos? ¿Prefieres tomarte una copa en la terraza o quizá bañarte en la piscina olímpica, o tal vez sentarte en los taburetes de la otra piscina? —Hizo un gesto de indiferencia—. No sé, hay tantas cosas que está empezando a dolerme la cabeza.
Solté una carcajada por su comentario. Luke siempre fue un loco risueño de la vida, y eso no había cambiado en los dos años que no nos veíamos.
—La verdad es que no lo tengo muy claro, pero primero —volví mis ojos a las maletas— vamos a dejar el equipaje.
—¡Pues andando!
Esperamos pacientes el ascensor, sin hacer ningún comentario fuera de lugar. La gente que se subió minutos después con nosotros eran familiares, amigos o conocidos del resto de los dueños de otras cadenas que también estaban en el barco. Llegamos a la cuarta planta y, de casualidad, Luke tenía la habitación de al lado.
—Cinco minutos. —Me señaló—. Tenemos que hablar de muchas cosas.
Sonreí.
—¡Oído cocina!
Pasé la tarjeta por el lector y la puerta se abrió, mostrándome una habitación gigantesca con una cama de al menos dos metros de ancho, vestida con unas sábanas blanquecinas y una colcha a juego con los cojines de un rojo intenso. Disponía de un cabecero de color negro de la misma medida, y junto a él había unas amplias cortinas de diversos tonos un poco más apagados que dejaban entrever una diminuta terraza con una mesa y dos sillas de diseño.
Tras inspeccionar la habitación con minuciosidad, dejé la maleta a un lado y me permití tirarme en la cama. Todavía me quedaban dos minutos. Sonreí al comprobar mi reloj. Echaba de menos a Luke, pero jamás fui capaz de ponerme en contacto con él por miedo a que le revelase a Edgar mi paradero. Y ahora solo rezaba para que no hubiese acudido al crucero, o el tiempo y el esfuerzo que había puesto por apartarme de todo lo que se relacionaba con él se irían al traste de un plumazo. Por mucho que intentara convencerme de que mis sentimientos hacia él ya no existían, en el fondo sabía que era mentira.
Salí de la habitación y Luke lo hizo a la vez. Me observó con cara de interesante, y no pude evitar soltar una carcajada cuando en su boca se mostró una perfecta O, indicándome el lujazo que teníamos alrededor.
—Voy a tener que empezar a plantearme el diseño de mis barcos de otra manera.
—¡Oh, vamos! No seas tonto, tus barcos son estupendos. Solo que este es nuevo y tiene más chorradas. Además, no puede competir con tus precios. —Le guiñé un ojo.
Bajamos las escaleras andando con tal de no esperar a que los ascensores llegasen y nos paramos en la cubierta tres, donde se encontraba el restaurante. Cogimos una mesa para dos y enseguida las cartas tomaron posición en nuestras manos.
—Me comería la mesa con las dos sillas —comentó.
—Ya somos dos.
A lo tonto a lo tonto, nos dieron las tres y media de la tarde, y el estómago nos rugía con fuerza. Le pedimos nuestras comidas al camarero, quien nos atendió con amabilidad. Cuando se fue, Luke apoyó sus codos encima de la mesa y me miró con intensidad.
—¿Por qué no trabajas conmigo?
—Ya tengo trabajo —le contesté, y le pegué un sorbo a mi copa de vino.
—Eso ya lo sé. Me refiero al motivo por el cual no me has llamado para concertar mis cruceros.
Dejé la copa en la mesa, notando cómo se me iba un color y me venía otro. Nadie tenía constancia de mi pequeña agencia, por eso mismo no trabajaba con ninguna persona con la que lo hubiese hecho con anterioridad.
—¿Cómo…? —Casi me atraganté.
—¿Qué haces aquí, Enma?
Miró a su alrededor con una sonrisa de oreja a oreja y, con dos de sus dedos, señaló la estancia. Me había pillado.
—Viajar. Obvio.
—Sabes que esto es una comprobación preliminar de las instalaciones, ¿no?
«Detalle que habías pasado por alto», me dijo mi mente.
—¿Y? A veces invitan a personas que no tienen nada que ver con el mundillo. Eso también lo sabes. Tú mismo lo haces con las promociones —disimulé, y le di otro sorbo a mi copa.
—A este tipo de viajes no suelen invitar a personas que no tengan nada que ver, Enma. Ni promociones ni sorteos ni pollas.
Aguanté la risilla que a punto estuvo de salirme por su tono.
—Algunas veces sí, y lo sabes. No sé a qué viene tanta tontería.
Dejé mi copa en la mesa y lo miré fijamente, sin titubear y segura de poder salir de aquella trampa mortal. Me observó juguetón al ver mi gesto, pues sabía que estaba engañándolo. El juego terminó cuando añadió:
—¿Pensabas que era un secreto que tenías una agencia de viajes desde hace un año y medio? —Alzó una ceja con interés.
—¿Y cómo sabes eso? —Puse mi habitual gesto de confusión: juntar mis manos en mi regazo acompañado de un rostro sorprendido; aunque, esa vez, enfurruñado más bien.
—¡Todos lo sabemos! O por lo menos todos los que trabajamos de vez en cuando con Warren.
El cuerpo me dio una fuerte sacudida que por suerte pude controlar.
—¿Que… qué? —Puso cara de no entender qué era lo que le preguntaba, así que opté por dejarme de tonterías y continué; a fin de cuentas, me había pillado—: No te llamé porque quería empezar de nuevo, y tampoco iba a usar los contactos de Waris Luk para mi beneficio. Eso sería una desfachatez por mi parte después de llevar ocho años allí —me excusé.
—¡Vamos,