Mi obsesión. Angy Skay

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Mi obsesión - Angy Skay Parte

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acuerdos.

      Tragué saliva, intentando canalizar el nudo que estaba creándose con lentitud en mi garganta, sin dejarme respirar, asfixiándome.

      —¿Y tú…? ¿Cómo…? —titubeé, temiendo la respuesta.

      —No es malo que hayas querido forjar un futuro de manera independiente. Warren es un capullo, eso lo sabemos todos.

      Ni por asomo se imaginaba cuánto.

      Luke nunca estuvo al tanto de nuestra supuesta «relación». En realidad, nadie lo supo. Por parte de los dos fuimos lo más discretos que pudimos, y creí que, hasta entonces, nadie sospechaba. La discreción fue esencial y nadie fue consciente de lo contrario. Lo que sí sabía era que Luke tenía un trato especial con Edgar y eran íntimos amigos desde hacía muchísimos años, aunque en los negocios siguieran siendo rivales.

      —No es eso. Es que no sé cómo te has enterado estando tan lejos y siendo una agencia tan pequeña y poco llamativa. Me ha sorprendido, nada más.

      Traté de no darle importancia al tema.

      —Pues muy sencillo. —Le presté suma atención—. El día de tu desaparición y tras esa carta de despedida que le dejaste a tu exjefe sobre la mesa, comenzó un reto personal para el señor Warren. —Esas palabras me alteraron, y se me notó—. Comenzó a buscarte hasta debajo de las piedras, incluso me pidió que si sabía de tu paradero lo avisara. Pero, obviamente, no le hizo falta. Ya sabes que él tiene su propia liga de contactos.

      —¿Y… se supone que me encontró?

      —¡Claro que te encontró!, ¡por Dios, Enma! ¿Acaso se le escapa algo de las manos? No sé ni cómo me haces esa pregunta. Edgar tiene oídos en el mundo entero.

      No podía creérmelo…

      Todo ese tiempo había sabido dónde estaba, que tenía mi propia agencia de viajes, y jamás de los jamases vino a por mí. ¿Y yo con una preocupación que me asfixiaba?

      —En cuanto inauguraste, lo llamaron. Tiene amigos, o enemigos, llámalo como quieras, por todos sitios. Y eso también lo sabes.

      —¿Te dijo algo? —le pregunté ansiosa.

      —¡Qué va! Me enteraba a retazos de las cosas, pero lo hacía. Dos días después de que te marcharas, fui a su despacho para ofrecerle un nuevo trato, y al no verte, me extrañé. —Se echó hacia atrás en la silla, como si el tema que estábamos tratando no tuviese importancia—. Si te digo la verdad, nunca lo había visto tan desquiciado. —Intenté no abrir mis ojos más de la cuenta por la impresión que en ese instante sentía. «Lo sabía… Sabía dónde estabas y no te buscó… Estúpida»—. He de decir que le ha costado bastante que otra persona ocupe tu puesto. No era lo mismo, y tampoco daba pie con bola a la hora de cerrar los acuerdos, por lo menos los primeros días. Pero al final imagino que terminó acostumbrándose. —Hizo un gesto de indiferencia.

      —¿Es alguien que ya trabajaba en Waris Luk?

      —Para no querer saber nada, estás preguntona —bromeó.

      Negué con la cabeza e instalé una falsa sonrisa en mis labios, restándole importancia.

      —Creo que se llama David, si no recuerdo mal. —Hizo un gesto como de pensar—. Sí, David era. Ya se ha acostumbrado, pero al principio tenía a Warren desquiciado. No sabes cómo gritaba y se enfadaba cuando las cosas salían mal.

      Pues sí, sí que lo sabía, aunque no se lo diría a él. Conocía de sobra el carácter que Edgar manejaba en los negocios, y algunas veces era tan exigente que daba miedo llevarle la contraria, indistintamente de que a mí eso no me amilanaba cuando tenía que decirle dónde estaba fallando.

      —No he tenido contacto con nadie, como te decía —traté de cambiar el foco de la conversación—, por eso mismo no sabía nada. He estado trabajando con compañías más pequeñas. Mi agencia no es que sea famosísima, pero funcionamos bien.

      —También lo sé. —En ese momento, sí que tuve que abrir los ojos, tanto como el plato que tenía frente a mí—. Edgar lo tiene todo muy controlado. —Se rio—. Volviendo al tema de antes, si quisieras trabajar para mi compañía, estaría dispuesto a enfrentarme al mayor enemigo del mercado —terminó con una sonrisa risueña.

      —Estoy bien ahora, pero gracias por la propuesta. Lo meditaré.

      El camarero terminó de servirnos la comanda y ambos nos sumimos en la comida; eso sí, sin dejar de hablar.

      —He de reconocer que esta vez don Lincón —comentó con retintín, refiriéndose al dueño del transatlántico— se ha superado con todo esto. —Señaló el restaurante con el tenedor en la mano haciendo círculos, y lo observé confundida.

      —¿A qué te refieres?

      Me miró sin entenderme.

      —Enma, estás un poco espesa hoy. Lincón y Warren son socios. Todo esto es de los dos. Se unieron para el proyecto hace cosa de un año.

      Paralizada y con la mandíbula que casi me llegaba al suelo, no supe qué responder, ni mucho menos qué hacer. Miré a mi alrededor cuando un extraño calambrazo me atravesó, seguido de un escalofrío nada más y nada menos que aterrador. Guie mis ojos por el salón, y justamente en una de las mesas del fondo lo vi. Sus cristalinos ojos brillaban más de lo normal mientras me penetraba con tal intensidad que mi cuerpo comenzó a temblar. Su gesto rígido y autoritario ocasionó que mi boca se secase y que fuera incapaz de apartar mi mirada de él. Paseó una de sus enormes manos, esas que tanto me habían tocado, por su espeso cabello negro. Su camisa se apretó más a su pecho cuando cogió aire copiosamente, dejando que desde mi posición atisbara aquel pequeño detalle que indicaba que estaba enfadado.

      Me había visto, y lo peor era que lo sabía todo.

      Y no hizo nada.

      —Si me disculpas un momento, necesito ir a mi habitación. He olvidado una cosa.

      Luke asintió y me levanté a toda prisa para abandonar la sala, tanta que hice un tremendo ruido al arrastrar la silla hacia atrás. Edgar dejó su lugar en la barra y encaminó sus pasos de manera intimidante y decidida hacia nuestra mesa. Bajé los dos escalones que me separaban de la puerta principal del comedor y, antes de salir, vi que llegaba y estrechaba la mano de Luke con fuerza. Sin darle importancia, giró su rostro en mi dirección con la misma intensidad que antes. Ese simple gesto provocó que mis piernas corrieran a más velocidad.

      Sin detenerme.

      Sin pensar.

      Con el corazón en la boca y torpemente, pasé la tarjeta por el lector de la puerta. Si Luke le revelaba la habitación en la que estaba, no dudaría en preguntarle cual era la mía, e iba a ser prácticamente imposible evitarlo, porque ya me quedaba claro que si no me había buscado en todo el tiempo pasado, ahora no iba a hacerlo, ¿o sí? Igualmente, no quería quedarme para descubrirlo. No quería caer de nuevo.

      Pensé en la posibilidad de bajarme y largarme lejos antes de que fuese demasiado tarde, pero cuando me fijé en la terraza, comprobé que ya habíamos zarpado. ¡Maldita fuera! Sujeté mi teléfono y llamé a Katrina con urgencia. Contestó al segundo tono, para mi alivio.

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