Mi obsesión. Angy Skay
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—Es que… Es que…
Un miedo atroz recorrió mis venas. Balbuceé, sin conseguir que se entendiese nada de lo que intentaba contarle. Respiré con profundidad varias veces antes de continuar, y miré incesantemente la puerta, rezando para que nadie llamase. Una cosa era saber todo lo que Luke me había contado y otra muy distinta poder contener los nervios que me recorrían la piel cada vez que su simple nombre pasaba por mi cabeza y, lo peor, cada vez que lo veía. No. Desde luego que eran dos cosas completamente distintas. ¿Sabéis esa sensación que traspasa tu cuerpo cuando anhelas tanto a alguien que al recordarlo o verlo no puedes evitar notar una extraña sensación en el estómago? Pues así me sentí yo.
—Enma, tranquilízate, ¿qué sucede?
Escuché que Joan hablaba por detrás y le preguntaba. Le respondí de manera atropellada:
—Katrina, Edgar está aquí. Está en el barco.
—Dios mío…
La última vez que lo había visto fue un mes antes de que mi amiga diera a luz. Ella se pensaba que estaba engañándola cuando le dije que no volvería a saber nada de él por decisión propia, y mi cura fue uno de los motivos por los cuales estuve tan distante al final de su embarazo. Necesitaba pensar las cosas con claridad y tomar una decisión cuanto antes. Poco después del nacimiento de Jane, le conté lo ocurrido con Edgar durante todos esos años.
—Cuéntame qué ha pasado. Pero, por favor, cálmate. —Le expliqué lo que Luke me había contado, sumándole la aparición de Edgar en el restaurante. ¿Cómo no pude darme cuenta de que estaba allí?—. Lo primero, Enma —comenzó cuando acabé mi relato—, es que ese tío ha sabido dónde estabas desde el minuto uno y no se ha molestado en buscarte. ¿A qué vienen tantos nervios?
Suspiré con pesadez e histeria.
—¡No lo sé, Katrina! Pero sé que no puedo…, que no quiero estar cerca de él. Parezco una gilipollas que se contradice. ¡No sé explicarte por qué tiemblo al verlo!
—¿Le tienes miedo?
—¡No! —le respondí convencida—. No es miedo. Lo que no quiero es volver a pasar por lo mismo de hace años. ¿Sabes cuánto tiempo lloré todas las noches, Katrina? ¿Sabes cuántas veces fantaseé con que dejaría a su mujer?
Un silencio se hizo al otro lado de la línea. Nadie mejor que ella me entendía. Nadie mejor que ella sabía por lo que había pasado. Y no quería volver atrás como los cangrejos. No quería promesas, no quería súplicas, no quería nada de aquel irresistible hombre.
Porque era malo.
Porque era el demonio en persona.
Porque él era el problema.
—¿No puedes bajarte del barco? —me preguntó con voz firme, dispuesta a encontrar una solución meramente viable.
—No. Hemos zarpado ya.
Me senté en la cama, dejándome caer, agotada. ¿Por qué tenía que estar él allí y no cualquier persona de Waris Luk? ¿Por qué no me había enterado antes de ese supuesto trato con el señor Lincón? Mis dudas se acrecentaban por segundos, y supe en aquel instante de meditación que, si yo estaba allí, había sido porque la mano de Edgar tenía algo que ver. ¿Acaso estaba riéndose a mi costa? Dejé mis pensamientos a un lado cuando mi amiga habló:
—Pues bájate en el próximo puerto, coge un avión y vuelve a casa si no puedes soportarlo. No te martirices, Enma. A veces, las cosas se superan sin más; otras necesitan más tiempo del que creemos.
Exhalé un fuerte suspiro. ¿Desde cuándo había sido tan cobarde? Si tenía claro que mi corazón ya no le pertenecía y sabía que no volvería a caer en sus redes, ¿por qué no era capaz de afrontarlo sin más?
—Puede que esta sea la prueba de fuego que tenía que llegar algún día. Si no, debería haberme dedicado a la moda —le aseguré con desgana.
—Entonces, amiga, solo son siete días y, de nuevo, no volverás a verlo nunca más. Piensa antes de caer en la trampa que sabía dónde te encontrabas y no ha hecho ni el amago por verte. Por lo tanto, ya sabes que solo eras su capricho. Su polvo pasajero y su amante cuando a él le apetecía.
Y tenía razón, aunque me doliese.
—Te llamaré si tengo novedades.
Tras eso, me despedí y colgamos el teléfono. Extendí mis brazos hacia atrás, dejando que el sueño me atrapase durante unas cuantas horas.
Un buen rato después, escuché unos fuertes golpes en la puerta. Abrí los ojos con pesadez y los dirigí hacia el sonido. Había anochecido.
—¡Enma! ¡Enma!
La voz de Luke me alivió, y respiré profundamente antes de llegar hasta la puerta. La abrí con lentitud, asomando mi cabeza para asegurarme de que no había nadie más con él. Efectivamente, estaba solo.
—¿Qué haces? Te has dejado la comida entera y al menda. —Puso morritos, señalándose.
Me reí. Se notaba en exceso que seguía teniendo expresiones de su madre española.
—Lo siento. No sé qué me ha pasado, pero he empezado a marearme y al tumbarme me he quedado dormida. —Le puse carita de niña buena.
Negó con la cabeza y apoyó las manos en su cintura.
—En una hora es la cena de gala con el capitán. A ver si vas a quedarte dormida también —renegó, sin creerse mucho mi excusa—. Te espero en el pasillo, ¿vale?
Asentí con una sonrisa que él imitó y se dio la vuelta para dirigirse a su habitación.
Cerré, dejé caer mi cuerpo sobre la puerta y me pasé una mano por la cara. Tendría que ignorarlo si se acercaba a mí, y en el caso de que quisiese entablar una conversación, la eludiría. Fui a por mi maleta, saqué toda la ropa y la puse sobre la cama, hasta que di con el vestido de color verde oliva que había escogido para la ocasión. Entré en el baño con rapidez para darme una ducha y me arreglé el pelo. Cuando estaba terminando de maquillarme, contemplé la hora: me quedaban quince minutos. A toda prisa, metí mis pies por el bajo del vestido y me lo subí hasta arriba. Sin embargo, ¿qué pasa cuando no llegas a la cremallera? Pues que la cagas.
Me calcé los tacones y cogí el bolso de mano antes de salir. Al abrir, me encontré a un radiante Luke con un traje de chaqueta negro y su pajarita a juego. Sonreí al ver lo elegante que iba, y él hizo lo mismo silbando con descaro.
—Si tu marido te escuchase… —dije con media sonrisa.
—Me divorcié hace un año.
Mi cara de asombro no pasó desapercibida para él.
—Ah…
—Tranquila —se rio—, lo tengo más que superado. Era un cretino.
Vaya… El mundo estaba lleno de ellos, por lo que se veía. Me giré con urgencia para indicarle con mi mano la cremallera y de esa manera echar al olvido