Tres modelos contemporáneos de agencia humana. Leticia Elena Naranjo Gálvez
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Por ello, no se los podría explicar, a menos que se los postulara como artificios que se agregan al mundo, adicionándoselos a la “verdadera” realidad —física— que les antecede y que no está hecha de suyo en clave social ni humana. De allí la vieja idea, aún tan presente en algunas propuestas filosóficas del siglo XX, v. g., el positivismo lógico y algunos autores contemporáneos que simpatizan con los supuestos de este tipo de filosofías (como es el caso del mismo Gauthier), de que la moral, tal y como se aprecia en las sociedades humanas que conocemos, debe poder ser “domesticada”; tiene que ser “purgada” y reducida a cálculo racional, ya que, de lo contrario, no podría darse cuenta de ella ni de su fundamento; no se vería de dónde viene ni qué sentido tiene.17 Para que la moral y, en general, las normas que parecen guiar las interacciones humanas no sean una anomalía inexplicable dentro de un mundo pensado mecanicistamente, acaba por considerárselas como un epifenómeno de ese mundo físico ‘verdadero’ o ‘de base’ que antecede a lo humano y lo social. A la moral se la ha de mostrar, entonces, como un resultado posterior que brota del cálculo racional de los individuos. A su vez, la constitución de estos individuos es pensada como una autoconstitución que antecede y moldea a lo social. Así, de la mano de la mencionada extrapolación del modelo mecanicista a lo social, vendría otra imagen conexa a esta y que se halla muy presente en pensadores como Gauthier, herederos de esta tradición criticada por Ripstein y Brandom: la idea de unos agentes humanos que desde siempre han sido individuos.
Se trata de sujetos autoconstituidos, que cuentan con una plena capacidad de agencia y que son el origen de la sociedad. Nunca al revés: la sociedad no puede anteceder ni moldear a los individuos; no incide, por lo tanto, en su capacidad de agencia. Ellos no necesitan la sociedad para ser lo que son, es decir, para constituirse como tales sujetos-agentes, mientras que, por el contrario, lo social solo se puede explicar como el resultado de la agregación de los individuos y el acuerdo o la negociación entre ellos. De allí que dar cuenta de cómo surge la moral —que ahora aparece como un extraño nexo entre los agentes humanos— equivalga a dar razón de una auténtica anomalía, la cual se soluciona mediante una estrategia reduccionista.18 Esta necesidad de introducir la moral en un mundo que le es ajeno supone ingeniarse algo que, en mi opinión, admite ser visto, a su vez, como verdaderos artificios que permitirían explicarla a partir de ese mundo no moral. Dentro de esos artificios hay uno que acaso resulte especialmente revelador: la ausencia de contextos históricos-culturales dentro de los cuales se insertarían los individuos y los códigos morales que parecen guiarles o que, por el contrario, puedan ser objeto de crítica por parte los primeros. Así, se señala un origen ahistórico, no concreto sino puramente conceptual de lo moral como algo neutro, válido para cualquier agente racional en cualquier tiempo y lugar.
En Gauthier, esta neutralidad y esta ausencia de contexto de lo racional y de lo moral pienso que sufren un giro muy interesante: el autor no solo asume sus nociones de lo racional y de lo moral como neutras, sin hacer caso de la sospecha de que estas puedan estar cargadas valorativa e históricamente —cosa que, por lo demás, creo que no tiene por qué ser vista como necesariamente negativa o vergonzosa—. Lo extraño es que, amén de lo anterior, de tanto en tanto Gauthier parece que se viera en la necesidad de hacer unas curiosas apologías de la moderna sociedad occidental y, sobre todo, de la moderna sociedad de mercado. Lo cual equivaldría a defender, paradójicamente, una forma histórica-concreta de sociedad y, por lo tanto, a traicionar su propia consigna de neutralidad. En estas apologías, nuestro autor intenta demostrar que este tipo concreto (repito, históricamente datable) de sociedad es moralmente superior a otros, y lo es —con lo cual surgiría otra paradoja— por gozar de una especial neutralidad en virtud de la cual la moralidad y la racionalidad que Gauthier le atribuye a la moderna sociedad de mercado son válidas para todo tiempo y lugar. Es como si en dicha sociedad se realizara (aunque el autor no lo diga en estos términos) el ideal hegeliano de la realidad que es racional.19 De allí que Gauthier afirme en muchos apartes de su Morals by Agreement que en la moderna sociedad occidental, y, sobre todo, en la institución del mercado, se encarna el ideal de cooperación social que él propone con su “moral por acuerdo”. Pues, según él, en nuestras modernas sociedades occidentales sí hemos hallado la clave para interactuar de tal manera que cada uno, buscando su propio beneficio, aporte al mismo tiempo al beneficio de todos (pp. 101-102, 231, 289-298).
Esto explicaría la ejemplaridad y el valor normativo que el autor atribuye a nuestra sociedad, en claro contraste, según él, con otras sociedades previas o contemporáneas a ella. Señalo este énfasis del discurso de Gauthier no porque malévolamente insista en mostrar sus flancos más débiles, sino porque creo que resulta ser bastante revelador del modelo de agente moral y de racionalidad práctica que puede extraerse de su texto. Centrémonos, pues, en dicha noción de racionalidad, para lo cual a continuación se hará un breve repaso de algunos conceptos básicos de la teoría de la elección racional y se intentará mostrar hasta qué punto nuestro autor se ciñe a esta.
1.2. El modelo de la teoría de la elección racional y la reforma normativa que propone Gauthier
Para llevar a cabo su justificación racional de la moral y con ello desarrollar su propuesta de una “moral por acuerdo”, Gauthier parte de aquella noción de racionalidad que en su momento fue formulada de manera ejemplar por Hume y que contemporáneamente tiene su mejor expresión en la teoría de la elección racional. Dicha noción es la que nuestro autor considera la más acertada, la más clara y mejor desarrollada, hasta el punto de ofrecer, para el filósofo canadiense, el modelo que han de tomar como supuesto imprescindible las ciencias sociales y, en general, todo intento de dar cuenta de las acciones humanas. Veamos, entonces, la versión que ofrece Gauthier del esquema básico de la teoría de la decisión, lo que hereda gustoso de esta y aquello que, por el contrario, piensa que debería ser objeto de ajustes para mejorar la teoría.
1.2.1. El esquema de la teoría de la decisión
Siguiendo las nociones iniciales de la teoría de la elección racional, para Gauthier las acciones humanas pueden ser vistas como el producto de unas elecciones — elecciones de acciones— que se explican o se prevén causalmente a partir de las preferencias de los agentes. A estos se les considera ‘racionales’ en tanto se supone que intentan maximizar la medida de dichas preferencias, esto es, su utilidad.20 Al mismo tiempo, las preferencias y las acciones llevadas a cabo para satisfacerlas se explican por los deseos y creencias del agente, de acuerdo con el clásico esquema de la moderna teoría de la acción: el agente A lleva a cabo la acción B porque A tiene el deseo X y la creencia Y de que B es un buen medio para satisfacer X.21 Gauthier parte de un supuesto del que, según él, también han partido ciertos desarrollos de teoría de la decisión:22 una sana medida de asepsia metafísica y neutralidad valorativa, desde la cual se exigiría omitir cuestiones tales como la naturaleza de las creencias y los deseos de agentes concretos, puesto que dichos deseos y creencias no serían objeto de una observación o de un control empírico directo. Para ofrecer los criterios de racionalidad de las elecciones humanas en general bastaría, entonces, con un presupuesto ontológico muy débil: que dichos deseos y creencias, cualesquiera que sean, pueden ser asumidos como aquello que explicaría las preferencias de cualquier agente racional, esto es, uno que intente satisfacer esas mismas preferencias mediante