Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz
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Hasta que un día me propuse transformarla en un ensayo histórico-político que dé cuenta de las luchas por el derecho al aborto voluntario, al menos en Buenos Aires. Y así lo hice. Primero, entrevisté a compañeras cercanas. Luego, fui ampliando mis horizontes hasta llegar a tomar testimonios aproximadamente a sesenta personas claves. Los archivos privados de nuestras pioneras fueron las pistas de la documentación examinada. Los abrieron y me aportaron materiales y documentos que luego utilicé con tesón; sin ellos hubiera sido imposible la producción de esta obra. Cumplieron la función protagónica de llevar y traer datos, nombres, fechas y acontecimientos: Osvaldo Baigorria, Alicia Cacopardo, Nora Ciapponi, Gabriella Christeller, Tununa Mercado, Marta Miguelez, María Elena Oddone, Martha Rosenberg, Elsa Schvartzman, Moira Soto, Sara Torres, entre otros aún no descubiertos. Por supuesto que habrá tantos más en el camino que todavía queda por recorrer. Estos fueron los escogidos una y otra vez por aquellas exploradoras de anaqueles y rinconeras, como es mi caso. Son documentos subterráneos que se produjeron en el fragor de la disputa, de discusiones garabateadas en papeles comunes, volantes, cartas, resúmenes de reuniones y actividades, solicitadas, entrevistas, publicaciones sin año, revistas efímeras, recortes de diarios fotocopiados o pegados en hojas simples, libros de estrecha circulación. A su manera, ellos son transmisores de legados.
Dahiana Belfiori, Rafael Blanco, Martín Boy, Malena Costa, Vanina Escales, Renata Hiller, Daniel Jones, Gabriela Mitidieri, Mario Pecheny y Leonor Silvestri fueron quienes leyeron tramos de mi publicación mientras otras y otros lo trabajaron de arriba abajo. Luego, todas y todos me hicieron una devolución meticulosa, imposible de eludir. Entre tanto, mi hija Eloísa Guzmeroli, junto con mi sobrina Sofía Burló y Ronnie Smeke, me acompañaron desde el comienzo. Finalmente, la historiadora feminista Marysa Navarro (1) me orientó en los primeros tramos de este ensayo; y Horacio Tarcus, investigador y fundador del CEDInCI, quien hizo la conexión con la editorial. Siempre pienso que un libro, aunque esté firmado solo por el autor, siempre encarna una producción colectiva. Michel Foucault, en su obra Microfísica del poder, señala: “El comienzo histórico de las cosas no es la identidad aún preservada de su origen, es la discordia con las otras cosas, es el disparate”. Con los textos pasa algo parecido. Hay una transmisión de saberes preexistentes, una circulación de textos; alguien que lee lo que una escribe y lo comenta; otras que lo publican; otras que lo corrigen; quienes acercan materiales incunables y los ofrecen; una que guarda en su archivo información y lo abre para que otra persona lo revise; quienes quieren testimoniar; quienes a través de las redes virtuales envían ese dato sustancial y necesario. Yo atravesé todo eso y mucho más. Entonces, Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo, si bien fue pensado por mí en la tremenda soledad de un escritorio frente a una computadora y tapada de papeles simboliza, de todos modos, un relato compuesto por una polifonía de voces, de manos, de cabezas pensantes, que colaboraron en esta trama compleja de acercamientos a los documentos para tejer una historia.
Cuento esta historia parada en Buenos Aires, la ciudad que nunca duerme, con un Obelisco en el centro y una Plaza de Mayo en donde rondan todo los jueves desde las 15.30 hasta las16 horas las Madres con la divisa del pañuelo blanco. Mi activismo feminista, de izquierda crítica, antibelicista, autonomista, queer, abortero, asambleario, justamente se centró aquí. Me parece una imprudencia de mi parte escribir de lo que no conozco. Además, los papeles tan necesarios y urgentes que ayudaron a componer estas memorias moran también en esta gran urbe. Por eso tomé la decisión política de no analizar a lo largo de mi trabajo a ningún grupo o colectiva por fuera de la Avenida General Paz. Si hablo de Rosario o de Córdoba dejo de lado al resto de las provincias. Entonces, me ajusté a lo que conozco, nada más. Como sé que es un fallo arbitrario y autoriza a avivar sentimientos hostiles, invité a colectivas y personas amigas para que me acompañen. En realidad, les manifesté mis deseos de que se asocien a este proyecto. Con muchas de ellas, oriundas de distintos rincones del país, constituimos redes, grupos de afinidad político-afectiva, membresías activistas. El aborto es el único lugar donde convergen todas las tendencias del feminismo. Sus heterogéneas constelaciones se aúnan siempre allí y no, precisamente, en la identidad “mujer”.
Nada mejor que recuperar las palabras de Audre Geraldine Lorde: “Tenemos que habitar orgullosas la casa de la diferencia”. En nuestra situación, esta casa es el aborto. Hablamos de las maneras más diversas para instalar el debate, sus contiendas, sus entradas y salidas de la órbita pública y los modos en que ciertas feministas nos proponemos visibilizar lo que se mantiene entre cuatro paredes de lo íntimo y provoca tanto escozor con solo nombrarlo. Independientemente de lo que apunten la iglesia, los gobiernos, el parlamento, la corporación médica y jurídica, las mujeres implantamos nuestra propia decisión de abortar como una gesta de desobediencia frente al mandato compulsivo de la maternidad. ¿Ante quién nos insubordinamos? Básicamente, desobedecemos a la heterosexualidad como régimen político, así nos enseñó nuestra amada Monique Wittig.
Mabel Bellucci
Buenos Aires, marzo de 2014
1. Marysa Navarro es una historiadora nacida en Pamplona que acompañó el feminismo latinoamericano desde los inicios de su etapa de liberación, participando con ideas, presencia y acciones en la mayoría de los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe. Recibió un doctorado en Historia de la Universidad de Columbia en 1964. Durante 40 años enseñó Historia Latinoamericana en Dartmouth College, New Hampshire. Ha escrito varios libros y numerosos artículos. Es autora de la primera biografía académica sobre Eva Perón (Evita, Corregidor, 1982). Asimismo, se ha especializado en Historia Argentina y en los Estudios de Mujeres en América Latina. También es Académica Residente en el David Rockefeller Institute for Latin American Studies de Harvard University, donde prosigue sus investigaciones actuales. En el presente, está trabajando sobre una historia de la Comisión Interamericana de Mujeres con su colega mexicana Ana Lau Jaiven, además de en un relato de su vida y la de su familia durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial.
I. EL MOVIMIENTO DE LIBERACIÓN DE LA MUJER
MARGINALIDADES DINÁMICAS
Mientras nosotras amábamos, ellos gobernaban.
Kate Millet, 1984.
Hacia 1960, el mundo era otro mundo. Estados Unidos irrumpió después de la maraña de destrucción y aniquilamiento que significó la Segunda Guerra Mundial, con el fin de perpetuarse y ejercer su dominio de potencia imperialista del planeta. Promovía desplegar su control sobre la humanidad entera. Sin embargo, ese reino de las necesidades y el consumo también fue el epicentro de la conflictividad en sus múltiples variantes. Así, desde las entrañas del capitalismo imperial se escucharon y se vivieron transformaciones de radicalidad cultural surgidas en los bordes del orden hegemónico, que, a la vez, prefiguraron nuevos modos de vida. Explosionaron como “marginalidades dinámicas”, parafraseando la sagacidad del filósofo francés Félix Guattari; fueron luchas cualitativas y paradigmáticas contra todo tipo de opresión: manifestaciones de la comunidad negra por la conquista de sus derechos civiles, de los y las estudiantes (1), las mujeres, los homosexuales, las lesbianas, junto a un poderoso movimiento antibelicista contra la guerra colonial en un país lejano como era Vietnam, conocido por sus arrozales. Esa década, tan recordada como añorada por las generaciones siguientes, quedó enmarcada por un complejo contexto histórico internacional que originó las condiciones favorables para que estas revueltas se produjesen en el momento y el lugar indicados. Eran tiempos de acelerados cambios geopolíticos que llevarían a la ruptura del sistema colonial de dominación europea.
En 1959, asomó el triunfo de la Revolución Cubana junto con la insurrección de los movimientos de las izquierdas revolucionarias y las exploraciones contraculturales, artísticas, estéticas y musicales en nuestro continente. En el instante que dura un resplandor, las rebeliones cruzaron océanos y continentes. Primaba la tentativa de subvertir el orden social y económico con planteos hostiles contra