Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz
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Dentro de esa coyuntura turbulenta, se acuñó el término “revolución sexual”, que invitaba al varón y a la mujer a experimentar los placeres por fuera de la coalición matrimonio-amor-maternidad, aunque de ningún modo surgieron nuevas coaliciones que compitiesen con las tradicionales o que se hubiesen arrogado sobre aquellas ciertas prioridades. En esta ambicionada “emancipación de las costumbres”, el amor libre, sin límites de edad, fue un componente fundamental para la conquista de una transformación radical dirigida contra el sistema en su conjunto. Pese a ello y a los efectos logrados por la liberación sexual, aunque proliferaban las fiestas de sexo grupal, el nudismo, las exhibiciones de arte erótico y la nuevos rumbos de exploración del cuerpo, la arraigada institución del matrimonio monogámico heterosexual no perdía vigencia.
A la hora de hablar y pensar sobre los modos amatorios de la época, se elaboraron informes científicos que proponían liberar a las personas de la represión coactiva que adaptaba e integraba los cuerpos a un régimen regulatorio dominante. Tanto el pensamiento de Wilhelm Reich como el de Herbert Marcuse repercutieron en este torbellino de reivindicaciones rupturistas. Ambos, con sus teorías, aportaron a la emergencia de los movimientos antisistémicos más emblemáticos de la época. En ellos jugaba un mismo interés por reflexionar en torno a la categoría de familia. Por ejemplo, para Reich, en su libro La revolución sexual, de 1936, esa entidad se erigía como una “fábrica de ideologías autoritarias y estructuras mentales basadas en prohibiciones y en prejuicios”. (2) Y al ser sustento indispensable del capitalismo, resultaba imprescindible su disolución. Por lo tanto, este pensador pionero consideraba: “La reforma sexual conservadora ha cometido siempre el error de no realizar concretamente el derecho de la mujer sobre su propio cuerpo, de no plantear y defender de modo neto y claro a la mujer como ser sexual que es, al menos en tanto que madre. Ha contado demasiado, por otra parte, en su política sexual, con la función de reproducción, en lugar de abolir de una vez por todas la identificación reaccionaria entre sexualidad y reproducción”. (3)
La familia jurídica, la consagración religiosa y civil de la unión conyugal, la doble moral, la castidad, el sometimiento de la mujer por el varón, la fidelidad y la durabilidad de la relación representaban serias trabas para un nuevo patrón, basado en el amor o en la unión libre. Solamente las pasiones y los deseos sin ningún tipo de frenos provocarían las condiciones necesarias para deponer el compromiso formal. En este punto Reich proponía ultimar tanto al matrimonio monogámico como a la familia nuclear, al ser considerados instituciones claves del patriarcado por sus implicancias autoritarias, que presionaban a favor de una moral conyugal restrictiva que incluía la pena contra el aborto. En caso de legalizarlo tanto para mujeres casadas como solteras, traería consigo una incitación a una vida sexual desenfrenada y, por lo tanto, el reconocimiento de las relaciones extramatrimoniales.
Frente a tantas propuestas que impugnaban lo instituido, albergadas por los dorados años 60 con su prometida “liberación”, la lucha por la legalidad del aborto estuvo desvinculada de esa revolución sexual promovida por Marcuse, celebrado como “padre de la nueva izquierda mundial”. Mientras tanto, el amor libre siguió su ruta y fue asociado con la contracultura comunitarista, el ecologismo, el festival de rock y artes de Woodstock, la generación beat y el hippismo. Como respuesta a las transformaciones económicas y laborales, luego de la Segunda Guerra Mundial en Europa –y en la que Estados Unidos tuvo un rol insoslayable–, cuando parecía que había sido sepultado, el feminismo hizo oír su voz al colocarse dentro del marco de estas luchas. Más aún, fue pionero por su necesidad imperativa de instalar en el debate político la noción de la diferencia sexual entre las personas.
A primera vista, tal coyuntura histórica implicó la expansión del crecimiento económico que provocaría una entrada masiva de las mujeres al mercado formal de trabajo, sin perder de vista su avanzado ingreso y egreso de la universidad. (4) Ambas variables configuraron el telón de fondo del impresionante renacer del movimiento feminista, que se sumó a las luchas contra todo tipo de opresión. En realidad, su retorno sería inexplicable sin el desarrollo de tales acontecimientos en el capitalismo central.
En este contexto, como un conejo de la galera surgió el Movimiento de Liberación de la Mujer (MLM), conocido también con la abreviatura coloquial Women’s Lib con la que se hizo popular. Marysa Navarro recuerda que recién en la década del 80 fue bautizado Feminismo de la Segunda Ola. (5) Eso sí, arremetió con una pujanza arrolladora en las monumentales urbes del país del Norte, con una peculiaridad poco registrada: allí, algunos grupos de científicos husmearon en el velado mundo de las sexualidades cuando todavía el filósofo Michel Foucault no era una figura de renombre ni había publicado su Historia de la sexualidad.
Cabría recordar el tan mentado informe elaborado por Alfred Kinsey y Wardell Pomero, el resultado de un estudio publicado en dos monumentales tomos: Comportamiento sexual del hombre, en 1948, y Comportamiento sexual de la mujer, en 1953. Sus conclusiones pusieron en cuestión los tabúes que inhibían hasta entonces a la población estadounidense respecto de sus vidas sexuales y eróticas. Luego, en 1966, apareció La respuesta sexual humana, de William Masters y Virginia E. Johnson, investigación referida a la morfología y el funcionamiento del aparato sexual masculino y femenino. Estos trabajos, aclamados como una significativa contribución a favor de la ola de cambios, omitieron referencias en torno a la ilegalidad del aborto y sus secuelas. Quizás en aquellos tiempos no lo concebían como parte constitutiva de la sexualidad. Sin duda, semejante desatención predijo los límites de lo que se entendía como pasible de ser investigado. De todos modos, se iniciaba así la lista de best-sellers de una disciplina que, de modo particular producía desvelo: la sexología.
ANTICONCEPTIVOS PARA NO ABORTAR
A partir de los años 60, emergió una acentuada preocupación por la explosión demográfica y una puesta en marcha de políticas de control de la natalidad. La aparición de la píldora anticonceptiva, su comercialización y su uso se generalizaron durante los inicios de esa década, en Estados Unidos. Estaba destinada especialmente a las señoras casadas, amas de casa y con un número suficiente de hijos, más que a las solteras tentadas por incursionar en aventuras amorosas. En sus comienzos, la píldora era recetada previa presentación de la libreta de matrimonio. Pese a ese obstáculo, por cierto, representaba “el mal menor” frente la complicación del aborto ilegal, la numerosa cadena de partos y el infanticidio.
Fue así que la planificación familiar, que implicaba el empleo intencional de nuevas tecnologías anticonceptivas, comenzó a pensarse como la alternativa más rápida y efectiva para un esperable impacto sobre el descenso de la fecundidad: las mujeres emprendieron el uso de la anticoncepción oral, la colocación de dispositivos intrauterinos y también fueron sometidas a las esterilizaciones quirúrgicas masivas de manera involuntaria, en especial, en los países del Tercer Mundo.
Las investigaciones científicas comprometidas con la pastilla oral no mostraban su descubrimiento como una consecuencia directa de la revolución sexual sino que había un interés biopolítico para su desarrollo. De ese modo, surgieron organismos filantrópicos y académicos abocados a cuestiones demográficas que luego incentivaron un movimiento mundial de programas de planificación familiar. Reglamentaban así a poblaciones completas teniendo en cuenta su tamaño, crecimiento y movilidades, con métodos que se difundían a través de dichas asociaciones internacionales y de los organismos estatales.
En líneas generales, estaban apoyados por los países centrales y dirigidos a las regiones empobrecidas de los continentes ricos en recursos naturales. El clima de recelo con respecto a la pastilla prosiguió su rumbo cuando se hizo público que los testeos implementados por los laboratorios norteamericanos se llevaban a cabo en poblaciones pobres y con la comunidad negra en Harlem, Estados Unidos. Por ejemplo, las primeras pruebas se centraron en la población femenina de Puerto Rico, México o Haití y también en pacientes de hospitales psiquiátricos. De ahí que destacadas voces feministas advirtieran sobre su uso como herramienta de intervención sobre el cuerpo de las mujeres, utilizada principalmente por esos mismos movimientos