Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz

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Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo - Creusa Muñoz

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presagiaba el anuncio de un suceso futuro: “Los hombres radicales tienen una posición de poder que no abandonarán hasta que tengan que hacerlo”. (25)

      Fue uno de los tantos comienzos del activismo feminista, al comprobar su propia opresión dentro de los espacios compartidos con los varones y ello llevó a elaborar iniciativas hacia dentro y hacia fuera de sus entornos. Hoy, al revisar sus punteos, no se puede menos que pensar que su auditorio se componía mayoritariamente de mujeres blancas, heterosexuales, y de los sectores medios profesionales. Por todas estas razones, y muchas otras más que aún no son reveladas, las feministas blancas de Estados Unidos estuvieron urgidas por crear nuevas colectividades de lucha política compuestas solo por mujeres, en la medida en que en el interior de las organizaciones comprometidas con la justicia social –como eran los frentes anticapitalistas o los partidos políticos de las izquierdas–, las activistas continuaban siendo el “segundo sexo”.

      A medida que se removían las capas de pintura del friso, se acrecentaba la virulencia de las mujeres contra los comportamientos de los varones, ya como compañeros de lucha, de cama, o de lo que fuera. En primer lugar, comenzó su destrono a partir del fastidio que provocaban ciertas costumbres masculinas derivadas del mundo de lo privado que recalaron en lo público. En especial, se hacía gala de autoridad y jactancia del saber mientras se desestimaba la toma de decisión o de la palabra por parte de sus compañeras dentro de las organizaciones políticas mixtas. Ser tratadas como “menores de edad”, al igual que en la vida íntima y hogareña, en un espacio afín para ambos, generó disturbios de todo tipo.

      La expulsión fue la vía imprescindible, pero en vez de irse ellos se fueron ellas y armaron “rancho aparte”. El éxodo en masa de las organizaciones políticas y de los movimientos sociales fue una muestra de lo experimentado. Esas instituciones jerárquicas, con discursos monolíticos y pensamientos seniles, no permitían desplegar sus propias visiones. Y además, sus compañeros de lucha y de ruta dejaron de ser sus aliados estratégicos desde el momento en que no deseaban el mismo tipo de rebelión que ellas: las microrrevoluciones. En un santiamén, una pléyade de activistas formadas en las calles, en las fábricas y en las universidades se incorporó a la vida de las agrupaciones feministas. En fin: en vez de seguir reclamando por ser reconocidas, se corrieron de las filas partidarias para generar sus cuartos propios. Entonces adoptaron una actitud basada en la autonomía sexual que denunciaba vigorosamente el sexismo masculino. Y como quien no quiere la cosa, esta corriente del feminismo radical colocó en claro cuáles eran sus propios malestares y también los ajenos. Por lo tanto, decidieron hacer un giro en el orden de prioridades. Primero, centraron sus declaraciones en la opresión de las mujeres. Después, se independizaron de los objetivos de los hombres del campo de la izquierda radical. Los acontecimientos posteriores confirmaron que la elección del corrimiento había sido la correcta. De allí que el MLM se haya nutrido, básicamente, de las experiencias y trayectorias de todas las que rompieron lazos con esas estructuras vetustas y egoístas propias de una vieja dama indigna.

      LA POLÍTICA SEXUAL

      De esta manera, se transformaron en activistas, con protagonismo en las marchas, las campañas, los grupos clandestinos y la militancia de izquierda. Es decir, lucharon a la par por un futuro sin explotaciones ni alienaciones. Sin embargo, en esas organizaciones a las que se habían incorporado reproducían lo que en la sociedad intentaban combatir: ser encasilladas como el segundo sexo.

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