Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz
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Fue uno de los tantos comienzos del activismo feminista, al comprobar su propia opresión dentro de los espacios compartidos con los varones y ello llevó a elaborar iniciativas hacia dentro y hacia fuera de sus entornos. Hoy, al revisar sus punteos, no se puede menos que pensar que su auditorio se componía mayoritariamente de mujeres blancas, heterosexuales, y de los sectores medios profesionales. Por todas estas razones, y muchas otras más que aún no son reveladas, las feministas blancas de Estados Unidos estuvieron urgidas por crear nuevas colectividades de lucha política compuestas solo por mujeres, en la medida en que en el interior de las organizaciones comprometidas con la justicia social –como eran los frentes anticapitalistas o los partidos políticos de las izquierdas–, las activistas continuaban siendo el “segundo sexo”.
A medida que se removían las capas de pintura del friso, se acrecentaba la virulencia de las mujeres contra los comportamientos de los varones, ya como compañeros de lucha, de cama, o de lo que fuera. En primer lugar, comenzó su destrono a partir del fastidio que provocaban ciertas costumbres masculinas derivadas del mundo de lo privado que recalaron en lo público. En especial, se hacía gala de autoridad y jactancia del saber mientras se desestimaba la toma de decisión o de la palabra por parte de sus compañeras dentro de las organizaciones políticas mixtas. Ser tratadas como “menores de edad”, al igual que en la vida íntima y hogareña, en un espacio afín para ambos, generó disturbios de todo tipo.
La expulsión fue la vía imprescindible, pero en vez de irse ellos se fueron ellas y armaron “rancho aparte”. El éxodo en masa de las organizaciones políticas y de los movimientos sociales fue una muestra de lo experimentado. Esas instituciones jerárquicas, con discursos monolíticos y pensamientos seniles, no permitían desplegar sus propias visiones. Y además, sus compañeros de lucha y de ruta dejaron de ser sus aliados estratégicos desde el momento en que no deseaban el mismo tipo de rebelión que ellas: las microrrevoluciones. En un santiamén, una pléyade de activistas formadas en las calles, en las fábricas y en las universidades se incorporó a la vida de las agrupaciones feministas. En fin: en vez de seguir reclamando por ser reconocidas, se corrieron de las filas partidarias para generar sus cuartos propios. Entonces adoptaron una actitud basada en la autonomía sexual que denunciaba vigorosamente el sexismo masculino. Y como quien no quiere la cosa, esta corriente del feminismo radical colocó en claro cuáles eran sus propios malestares y también los ajenos. Por lo tanto, decidieron hacer un giro en el orden de prioridades. Primero, centraron sus declaraciones en la opresión de las mujeres. Después, se independizaron de los objetivos de los hombres del campo de la izquierda radical. Los acontecimientos posteriores confirmaron que la elección del corrimiento había sido la correcta. De allí que el MLM se haya nutrido, básicamente, de las experiencias y trayectorias de todas las que rompieron lazos con esas estructuras vetustas y egoístas propias de una vieja dama indigna.
LA POLÍTICA SEXUAL
En tanto, la escritora y activista feminista Kate Millet, egresada de la Universidad de Oxford, proponía como estrategia del activismo desconfiar de las reformas legales y rechazar lo establecido por la sola fuerza de la costumbre. De esta manera, ella exclamaba a los cuatro vientos que se iniciaba un nuevo movimiento y se acababan milenios de opresión. Previsiblemente, la agitación permitió el autorreconocimiento de las mujeres blancas como grupo y la consolidación de su identidad colectiva. Ahora bien: la generación de las casadas, a la que Friedan le hablaba, se cruzó con las que luchaban contra la guerra imperial, más las estudiantas que hacían lo suyo. Para la escritora Nancy Caro Hollander, representaba una protesta con un alto protagonismo juvenil que impulsaba innovaciones en torno a los usos y prácticas cotidianas. Y esa franja, junto con la de las docentes de universidades públicas y privadas, encarnó las voces provocadoras para desnudar lo que Hollander denominó “el modelo categórico del sexismo”. (26)
Con la precipitación de las urgencias políticas debida a la radicalidad de la población negra que bregaba por sus derechos civiles, las integrantes del Women’s Lib entendieron su propia discriminación al compararla con el fenómeno del racismo. Así, ellas descubrieron sus semejanzas con aquella comunidad impunemente discriminada porque ambas encarnaban los estereotipos de inferioridad e irracionalidad desde la mirada hegemónica. Identificación que se ampliaba a otros grupos oprimidos del mundo. A ello se sumó la resistencia contra la guerra en Vietnam que impulsó a las jóvenes, a la par de los varones, a usurpar las calles de Nueva York, Chicago, Washington y San Francisco, bajo la emblemática consigna que trascendió hasta el presente: “Hagamos el amor, no la guerra”, tal como lo recuerda Marysa Navarro (27).
En esa dirección va el testimonio de la ensayista Margaret Randall, quien sostenía que “las mujeres han sido esenciales en las acciones más radicales antibelicistas: quemaban los archivos de reclutamiento del ejército, destruían las credenciales electorales para impugnar al sistema político, repudiaban el sufragio bajo la consigna ‘devolvamos el voto’; sostenían huelgas de hambre en prisión hasta llegar a inmolarse, todos eran gestos de desobediencia civil”. (28)
Entre tantas expresiones de lucha por la liberación de las mujeres existía una gran cantidad de facciones que incorporaban diversas corrientes de acción y pensamiento. En consecuencia, hacia el inicio de los años 70, el MLM exhibía una complejidad cada vez más acentuada a raíz de la puesta en marcha de fines y métodos heterogéneos. Sirve la voz de la filósofa Simone de Beauvoir en una entrevista titulada “El segundo sexo, 25 años después”, realizada por el escritor estadounidense John Gerassi. En ella analizaba las razones por las que Estados Unidos se había convertido en el epicentro del movimiento feminista desde los años 60 en adelante: “Como eran muy difundidas las innovaciones tecnológicas, las mujeres no escaparon a sus influencias. Por eso fue natural que el movimiento feminista tuviese su mayor ímpetu en el corazón del capitalismo imperial, aunque ese ímpetu hubiera sido estrictamente económico, esto es la reivindicación por salarios iguales a trabajos iguales. Pero fue dentro del movimiento antiimperialista donde la verdadera conciencia feminista se desenvolvió. Tanto en el movimiento contra la Guerra de Vietnam por parte de Estados Unidos como, después, en la rebelión de 1968 en Francia y en otros países europeos, las mujeres comenzaron a hacer sentir su poder”. (29) De acuerdo con Simone, ellas entendieron que el capitalismo llevaba necesariamente a la dominación de los pueblos pobres en todo el mundo; así, millares de mujeres comenzaron a adherir a la lucha de clases, aun cuando no aceptaban el término y sus alcances dogmáticos.
De esta manera, se transformaron en activistas, con protagonismo en las marchas, las campañas, los grupos clandestinos y la militancia de izquierda. Es decir, lucharon a la par por un futuro sin explotaciones ni alienaciones. Sin embargo, en esas organizaciones a las que se habían incorporado reproducían lo que en la sociedad intentaban combatir: ser encasilladas como el segundo sexo.
Entre tanto las activistas de los partidos que integraban el movimiento de la Nueva Izquierda, New Left, con un cariz antiestatista y muy afín al socialismo libertario, promovían un feminismo más heterodoxo y plural, justamente al cruzar la condición de clase con la raza y la etnia. Tal fue el caso de la socióloga Marlene Dixon, que resaltaba las transformaciones que se produjeron con la luminosidad de un rayo, al contagiarse de ese fermento que estalló entre los estratos más bajos de la sociedad: los negros, los latinoamericanos, los indios y los blancos pobres. Así, cada grupo descubrió la naturaleza de su opresión dentro de la sociedad norteamericana. Entonces Dixon planteaba: “Las mujeres desean saciar su sed de vida libre y plenamente humana. El resultado es el crecimiento de un nuevo movimiento femenino que abarca mujeres pobres, negras y blancas, trabajadoras explotadas, clase media, aprisionadas en las casas soñadas, estudiantes y mujeres militantes que descubren, en el seno de los movimientos de liberación, que ellas no son libres”. (30)
En esa dirección, la periodista y escritora Mildred Adams Kenyon formuló un pensamiento que procedía de otra vertiente en cuanto a la diversidad del MLM, ya que “consideraba necesario que la extrema izquierda del movimiento se proclamara abiertamente lésbica y, por ende,