Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz

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Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo - Creusa Muñoz

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las heterosexuales lejos de la aprobación masculina. Ante la situación de dar su consentimiento pesó más en ellas saber que se empleaba a las mujeres como conejillos de Indias. Si bien el nuevo anticonceptivo encarnaba el símbolo de la liberación porque proporcionaba el control de la fecundidad, también esa potencial libertad gritada a los cuatro vientos se ligaba estrechamente con la condición de raza, clase y etnia de las propias consumidoras. Al representar una herramienta al servicio del imperialismo estadounidense, impedía verlo como una promesa alentadora.

      En relación al preservativo, se lo desplazó por estas nuevas técnicas de control de la fecundación. Anteriormente, se los extraía de las máquinas automáticas en los baños públicos masculinos, cuando las enfermedades venéreas preocupaban a las capas medias por su masividad, en consonancia con el consumo continuo de la prostitución femenina. El sexo comercial permitió, por un lado, preservar la virginidad de las futuras cónyuges y, por otro, explorar todo lo que un matrimonio no podía contener.

      En una rápida apreciación, el mundo de las alcobas recorrió un camino sinuoso pero aún “tironeado” entre lo viejo por morir y lo nuevo por nacer. Se presentaron serias dificultades para el acceso a la anticoncepción moderna, las más de las veces difundida de boca en boca sin una información apropiada: olvidos en cuanto a mantener una regularidad en su consumo, posibles riesgos para la salud y, además, en ese momento un bien destinado para un grupo social reducido. La idea de que el cuidado por el embarazo o de los posibles efectos secundarios de la anticoncepción quedaba bajo la competencia de las mujeres adquirió un significado sin vuelta atrás. No cabe duda de que liberó a los hombres de su rol tradicional en el empleo del preservativo, a salvo de que se propiciasen políticas referidas a la sexualidad y la reproducción también para ellos. Al parecer, la mujer asumía completamente la responsabilidad de dicha decisión, resolvía sola como si fuera una carga que debía sostener por fuera de la pareja.

      EFECTOS INDESEADOS

      Durante los años 60, las mujeres que se embarcaban en una vida sexual sin ataduras y requerían de una protección anticonceptiva comprobaban que los métodos del momento eran todos, de alguna manera, incómodos e ineficaces. Por ejemplo, el preservativo masculino no les resultaba demasiado atrayente por estar asociado con los prostíbulos, las aventuras pasajeras y las enfermedades. Además, para que fuese eficaz se debían adoptar precauciones para evitar su rotura y el convencimiento constante de emplearlo sin concesiones. Mientras, el diafragma debía usarse de manera combinada con cremas espermicidas con la exigencia de aprender a colocarlo en el lugar correcto. En cuanto al Dispositivo Intrauterino (DIU), en la mayoría de los casos no era bien tolerado y en ocasiones expulsado por el cuerpo.

      En cuanto a los varones, con respecto a la anticoncepción oral se presumía que vivirían en una especie de laissez faire, laissez passer constante al desligarse de todo tipo de responsabilidad paterna y matrimonial. Así, sus detractores se empeñaron en declarar una batalla contra el control de la natalidad por restringir la función primaria y única de la mujer: la procreación; al tiempo que se alertaba sobre sus efectos negativos

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