Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz
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Aunque con la pastilla no se corría peligro de muerte o amenaza concreta de presidio como con el aborto ilegal, lo mismo se mantenía dicha práctica difundida puertas adentro y, a la vez, clandestina de puertas afuera. Por lo tanto, en la cotidianidad las mujeres hablaban del aborto entre ellas mientras era castigado en el orden público. En cuanto a la nueva anticoncepción, en sus comienzos, al estar destinada a una minoría con privilegios, además de la exigencia de un compromiso regular de consumo atentaba contra su aceptación generalizada; más allá de saber que de ningún modo aseguraba evitar una posible preñez. El aborto significaba lo opuesto, es decir, una solución frente al hecho consumado. Así, se convirtió en el medio más eficaz para concluir con un embarazo no deseado en la medida en que hubiera certeza de no exponer la vida o de ir presa.
Otro dato para no soslayar: en los años 60 existían generaciones precedentes de mujeres que habían abortado y que, de alguna manera, lo verbalizaban dentro de su entorno íntimo. En líneas generales, su acogida era cuasi familiar. En cambio, la anticoncepción oral carecía de trayectoria en cuanto a comportamientos reproductivos. Y como todo lo nuevo, por un lado generaba incertidumbre y, por el otro, se ignoraban sus efectos potenciales. Las pastillas aún requerían de mejoras técnicas adicionales. Además, había dificultad en el acceso y la poca información que circulaba no era tranquilizadora. Por lo tanto, este método anticonceptivo, como fue comprobado años más tarde, si bien resolvía con ardides el desgraciado final tan temido por parte de las abortantes, tenía secuelas a largo plazo que provocaban serias complicaciones. No obstante, a las mujeres se les presentaba la ocasión de escoger en primera persona entre un método conocido y otro por conocer. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa puede leerse en esos lemas provocativos de la época: “Un hijo, si quiero y cuando quiera” o “Dueñas de nuestros vientres” que no sea la reapropiación de su sexualidad y de su función reproductora?, pregunta ingeniosa, por cierto, que se hicieron Georges Duby y Michelle Perrot en la sólida producción intelectual de cinco tomos titulada Historia de las mujeres. (17)
CRITICONAS CON GANAS
En estos días, poco faltaba para que en los países de Occidente un nuevo ícono en germen se asentara, adquiriese temple y triunfase: el ideal de la “mujer moderna”. Autónoma, rebelde, liberada eran algunos de los tantos epítetos que armaron sentido común acerca de las mujeres de esta generación. De este modo, el impulso del naciente modelo instaló una nueva óptica de las relaciones entre ambos sexos, entre padres e hijos y demás vínculos familiares. Las palabras de la periodista Gabriela Courrèges confirman este proceso: “La idea de realización personal se asoció con las posibilidades que ellas habían adquirido con su autonomía económica y desarrollo laboral, entendido este último como propuesta gratificante y no como una oposición a la estructura socioeconómica, o a los mandatos culturales”. (18)
En 1963 hubo un indicador de que algo nuevo salía del cascarón: comenzó a circular la obra La mística femenina, de Betty Friedan. (19) Innumerables voces coincidieron en que este texto había contribuido a darle forma al malestar de miles de mujeres de mediana edad, clase media, casadas y con hijos. Rápidamente, se convirtió en el libro más vendido y seguido apasionadamente por grupos del MLM en más de cien ciudades del país. En poco tiempo un millón y medio de norteamericanas lo leyeron sin pausa aunque tal experiencia de domesticidad no se circunscribía tan solo a Estados Unidos, sino que se imprimió como una marca de época en esa nueva fase del capitalismo: el consumo en masa de bienes y servicios, la prosperidad y los descubrimientos tecnológicos.
Friedan había dado en el clavo: descubrió el problema que no tiene nombre, el tedio y la insatisfacción de esas mujeres de posguerra secuestradas por el confort doméstico, sin otra mira más que la vida familiar y la cotidianidad hogareña. Si bien esta autora logró encontrar respuestas a la serie de incomodidades de sus congéneres en el cumplimiento de los roles claves y protagónicos del reino del hogar, no obstante no pudo registrar otras incomodidades también procedentes de la esfera íntima, como los límites de una maternidad no deseada. Tanto la anticoncepción como la práctica abortiva no asomaron en su contrapunto entre una realidad idealizada y la vida de sus pares. Probablemente, la pertenencia política e ideológica de la autora jugó en contra o, quizá, resultaba prematuro escupir tantas verdades sin freno alguno. Incluso, podría pensarse que en este inicio del resurgir del movimiento de mujeres, el aborto era considerado un tema controvertido y tampoco se había instalado un debate público respecto de su ilegalidad.
Por caso, en el interior de la mayor agrupación feminista de ese entonces, como fue la Organización Nacional de la Mujer (NOW), se planteaban desacuerdos –en un primer momento– en torno a la cuestión del aborto hasta que decidieron ingresarlo en la cartografía de sus demandas junto con el pedido de guarderías infantiles subvencionadas por el gobierno para los hijos de las trabajadoras. (20) En una época en la que todo estaba por hacerse, los rasgos más preocupantes se relacionaban con la reestructuración de lo doméstico y familiar como así también con la paridad económica y laboral para asimilar derechos entre hombres y mujeres. Por una u otra razón, a La mística femenina le faltó una pata para que su descripción alcanzara a evidenciar las pesadumbres del ideal regulatorio del amor romántico y la maternidad obligada.
Con este tembladeral climático desatado en poco tiempo, otras feministas, con sus voces y sus cuerpos llamaron la atención de la supremacía masculina y sus dispositivos biopolíticos para normalizar y reforzar la subordinación femenina y, por ende, su exclusión. La rebeldía no estallaba solo por su estado cívico sino que impugnaba el manifiesto dominio de los hombres, el tono protector que tendía a mantenerlas sumisas y empequeñecidas mientras ellas se sentían prisioneras y objeto sexual para el copular viril.
En 1964, un pequeño grupo de mujeres que activaba en organizaciones estudiantiles como el Comité de Coordinación Estudiantes No Violento (SNCC) o en Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS), por ejemplo, comenzaron a plantear fuertes cuestionamientos por las pugnas que se presentaban entre ambos sexos en el interior de dichos frentes. Fue así que, con una audacia inusitada, ellas presentaron un documento titulado “Posición de la mujer en los grupos de estudiantes”. (21)
Años más tarde, en 1969, el Comité de Movilización Estudiantil organizó un acto en Washington DC para manifestar su apoyo a todas las luchas que estaban alcanzando algún tipo de victoria en ese entonces .(22) Así, pasaron lista a su desenvuelto compromiso contra la guerra de Vietnam, la conquista de los derechos civiles de la comunidad negra, entre otros, pero se olvidaron de nombrar y, por consiguiente, de solidarizarse, con el MLM. De inmediato, desde las gradas, un grupo de feministas indignadas hasta rabiar increpó al orador por no haberlas incluido en su discurso. Con los pelos de punta, una de ellas tomó la palabra. Y este fue el resultado: “Nuestra presentación comenzó con la lectura de un documento a favor del movimiento de las mujeres. Algunos hombres entre el público nos abuchearon, se rieron e iniciaron una rechifla. Para acallar vociferaron ‘Llevátela de la plataforma a la cama’. Los organizadores, en vez de pedir silencio a los alborotados, nos hicieron abandonar el tablado rápidamente”. (23)
Más que una humorada machista esa expresión tenía su seriedad y culminaría en un grito de guerra en el momento en que las activistas feministas expresaban sus propios proyectos políticos para elegir nuevos caminos. Entonces Shulamith Firestone, una activista y pensadora radical clave del MLM, junto con otras compañeras, lanzaron en Nueva York la Declaración del Grupo pro Liberación Femenina. Fue una clara respuesta a la postura de los militantes marxistas tanto blancos como negros que se sentían orgullosos de su chauvinismo. (24) Una gesta provocadora para colocar en primerísimo lugar el interés de