Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz

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hostilidad tanto el uso de la píldora como de la práctica abortiva al considerar que los hombres, liberados de cualquier limitación, exigirían relaciones sexuales a la medida de sus deseos. Presumiblemente, muchos de ellos se desentenderían de toda consecuencia previsible y darían la espalda a cualquier tipo de compromiso por miedo a la responsabilidad que podría implicarles durante el resto de sus vidas. Además, para esta autora, Londres se había convertido “en la capital mundial del aborto y alcanzaba los niveles más elevados de partos de adolescentes de todo Occidente”. (16)

      Aunque con la pastilla no se corría peligro de muerte o amenaza concreta de presidio como con el aborto ilegal, lo mismo se mantenía dicha práctica difundida puertas adentro y, a la vez, clandestina de puertas afuera. Por lo tanto, en la cotidianidad las mujeres hablaban del aborto entre ellas mientras era castigado en el orden público. En cuanto a la nueva anticoncepción, en sus comienzos, al estar destinada a una minoría con privilegios, además de la exigencia de un compromiso regular de consumo atentaba contra su aceptación generalizada; más allá de saber que de ningún modo aseguraba evitar una posible preñez. El aborto significaba lo opuesto, es decir, una solución frente al hecho consumado. Así, se convirtió en el medio más eficaz para concluir con un embarazo no deseado en la medida en que hubiera certeza de no exponer la vida o de ir presa.

      CRITICONAS CON GANAS

      Friedan había dado en el clavo: descubrió el problema que no tiene nombre, el tedio y la insatisfacción de esas mujeres de posguerra secuestradas por el confort doméstico, sin otra mira más que la vida familiar y la cotidianidad hogareña. Si bien esta autora logró encontrar respuestas a la serie de incomodidades de sus congéneres en el cumplimiento de los roles claves y protagónicos del reino del hogar, no obstante no pudo registrar otras incomodidades también procedentes de la esfera íntima, como los límites de una maternidad no deseada. Tanto la anticoncepción como la práctica abortiva no asomaron en su contrapunto entre una realidad idealizada y la vida de sus pares. Probablemente, la pertenencia política e ideológica de la autora jugó en contra o, quizá, resultaba prematuro escupir tantas verdades sin freno alguno. Incluso, podría pensarse que en este inicio del resurgir del movimiento de mujeres, el aborto era considerado un tema controvertido y tampoco se había instalado un debate público respecto de su ilegalidad.

      Con este tembladeral climático desatado en poco tiempo, otras feministas, con sus voces y sus cuerpos llamaron la atención de la supremacía masculina y sus dispositivos biopolíticos para normalizar y reforzar la subordinación femenina y, por ende, su exclusión. La rebeldía no estallaba solo por su estado cívico sino que impugnaba el manifiesto dominio de los hombres, el tono protector que tendía a mantenerlas sumisas y empequeñecidas mientras ellas se sentían prisioneras y objeto sexual para el copular viril.

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