Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz
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Por fin, en 1973 se tradujo al castellano como Nuestros cuerpos. Nuestras vidas. En su prefacio, las integrantes de la colectiva se definían de la siguiente manera: “Somos blancas, tenemos entre 24 y 44 años, la mayoría de clase media y hemos recibido alguna educación secundaria y universitaria. Hay casadas, separadas, solteras, con y sin hijos. Para concluir, somos un grupo muy común y muy especial a la vez, como las mujeres lo son en cualquier país. Como blancas de clase media, solamente podemos describir la vida tal como ha sido para nosotras. Pero comprendemos que las mujeres pobres o de color han sufrido y mucho más la mala información y los malos tratos que describimos en este texto”.
A esa cartilla artesanal que luego devino libro, se le fueron agregando distintos capítulos de acuerdo con el ingreso de una diversidad de colectivas, de nuevas lecturas, de comentarios e ideas que llegaban mediante cartas postales de diferentes lugares de Estados Unidos, de conversaciones telefónicas o de testimonios personales. Terminó convirtiéndose en un texto por y para las mujeres, con la colaboración de componentes latinoamericanas que residían en ese país. Por ejemplo, en el capítulo 11, con el título “Aborto” reseñaban las complicaciones que atravesaban pese a estar legalizado. Entre las cuestiones más urgentes aparecía la realidad acuciante de las pobres que aún no podían acceder a los servicios de abortos, por razones obvias: “Si bien se inauguraron muchas clínicas para las que tienen menos de doce semanas, algunas como las de Planificación Familiar no son lucrativas, y otras no están orientadas hacia la mujer. Unas pocas clínicas regidas por feministas, como las Woman´s Choice Clinics de California, están desarrollando modelos de servicios orientados hacia la salud de las mujeres de las que cualquier servicio sanitario del país tiene mucho que aprender”. Y continuaban con un claro planteamiento: “La legalización del aborto es solo el primer escalón. ¿Qué queda por hacer? Primero, debemos saber que existe un fuerte movimiento contra el aborto que amenaza permanentemente con deshacer lo que hemos hecho. Segundo, la calidad y la disponibilidad de los servicios de abortos varían tremendamente y es necesario estar alerta y hacer algo al respecto”. (55)
En fin, mientras Jane se desvanecía y Nuestros cuerpos. Nuestras vidas se traducía al francés y al italiano, la ensayista española María Arias (56) confesaba que si las activistas del feminismo radical no lograban conquistar la legalización del aborto, guardaban un plan B bajo la manga: planeaban ya en esos años un anticipo de Mujeres sobre las Olas: “fondear un hospital en aguas extraterritoriales, donde médicos y enfermeras voluntarios cuidarán a cualquier mujer que lo desee”.
Mujeres sobre las Olas, (57) fundada en 1999, es una fundación sin fines de lucro que opera en un barco en el que viaja un servicio de salud especializado para practicar abortos seguros sobre el mar. La nave ancla fuera de las aguas territoriales de los países en donde el aborto está penalizado. Además, aprovechan la ocasión para brindar educación sexual, control ginecológico, anticoncepción, apoyo psicológico y todo tipo de servicios en forma gratuita. A Rebecca Gomperts, médica holandesa y artista plástica, se le ocurrió la idea. Como en un relato de ciencia ficción, cruza intrépida el mundo con una clínica móvil instalada en un galeón llamado Aurora. Seguramente, sus ancestros marinos le enseñaron a sacar provecho de la turbulencia del oleaje en ayuda de las tantas náyades condenadas injustamente por querer interrumpir sus embarazos.
EL MALESTAR EN LA CULTURA MACHISTA
Cuando Sigmund Freud escribió su obra crítica más influyente del siglo XX, El malestar en la cultura, planteó que esa angustia existencial era fundante de los seres humanos en la Modernidad. A las feministas blancas, la disconformidad no les era ajena y estuvieron entre las primeras en denunciar públicamente su desasosiego. El dominio varonil de las alcobas trastabilló hasta caer como las esfinges y los panteones de un régimen oprobioso e infame. Y todo quedó patas para arriba. La sola mención de la maternidad o la sola definición de la maternidad como la servidumbre reproductiva determinada por la biología revelaba hasta dónde querían llegar estas insobornables pensadoras sin frenos delanteros. Shulamith Firestone convocaba a reponer aquella revuelta tan ingeniosa como lo fue la huelga de vientres postulada por el anarquista catalán Luis Bulffi, en 1906, que representó una guía emancipadora para las aguerridas libertarias bien entrado el siglo XX. (58) En cambio, en el plan orquestado por Firestone, las mujeres no tenían necesidad alguna de preñarse como cualquier mamífero. Para ella, resultaba primordial confiscar el control de la fertilidad humana como modo de restituir la propiedad sobre sus propios cuerpos, es decir, posibilitar el encuentro con el placer personal. De ese modo, su prédica se centraba en entrever que el núcleo de la opresión femenina partía de sus funciones procreadoras y de la crianza. Además, en 1970, la fecundación in vitro estaba en camino. Y hacia allí apuntaba con su hocico: “El caso es que las mujeres no tienen ninguna obligación reproductiva concreta para con la especie. Si se muestran definitivamente reacias, será necesario desarrollar a toda prisa los métodos artificiales o, en caso extremo, proporcionar compensaciones satisfactorias que harán que la gestación merezca la pena. Con ello fenecería la psicología del poder aunque puede siempre subsistir clandestinamente”. (59) Convocaba a liberar a las mujeres de la tiranía de su biología reproductiva por todos los medios disponibles.
Ahora bien: del NYRW se desprendieron numerosas colectivas a raíz de distintos desacuerdos en torno a la acción política, la teoría feminista y la estructura de liderazgo; todas ellas famosas por su espectaculares manifestaciones culturales, ya que alimentaban posicionamientos revulsivos contra la supremacía masculina en las diversas caras del sistema. Margaret Randall proclamaba que “la metodología de los grupos de acción es sin duda la más revolucionaria”. (60) Los presentaba como un ejemplo de retrato urbano de intervenciones públicas con una inclinación sustancial de condena al machismo y a la explotación capitalista. Así nació, en 1968, y se mantuvo activo hasta 1973, la colectiva Cell 16. Para ciertas entendidas en quitarse de encima los lastres del ideal romántico, a esta célula fundada por Roxanne Dunbar y Lisa Leghorn se la conocía tanto por su propuesta de que las activistas prescindiesen de aquellos varones que no acompañaban al MLM como por la enseñanza de autodefensa a sus integrantes. Fue impulsada por las referentes más conspicuas del movimiento: Dana Densmore, Betsy Warrior, Abby Rockefeller, Betsy Guerrero, Ellen O’Donnell, Jayne West, Mary Anne Weathers, Maureen Maynes, Gail Murray, Hillary Langhorst y Sandy Bernard. Si bien ellas proponían el celibato como una acción política trascendente, de alguna manera fue un mojón para avanzar hacia el principio del separatismo lésbico que estallaría más allá de los 70. Con certeza, este llamado a la resistencia en la cama posibilitó un cuestionamiento declarado contra la heterosexualidad obligatoria, sin que aún apareciese la oportunidad de asumir públicamente el lesbianismo, como la alternativa sexo-afectiva y política de las mujeres. Para dar cierre al contrapunto, Susan Lydon anticipó los embates próximos: “Definir la sexualidad femenina normal desde la perspectiva de los hombres es una forma de mantener dominadas a las mujeres, de hacerlas dependientes en lo sexual, al igual que en lo económico, lo social y lo político”. (61) Todavía no había llegado el turno para que Adrienne Rich y Monique Wittig fueran reconocidas como voces propias.
Al poco tiempo, bajo el lema “Somos brujas, somos mujeres. Somos liberación. Somos nosotras”, se presentó WITCH, Conspiración Terrorista Internacional de Mujeres del Infierno, cuya traducción es Bruja. Ellas honraban a las hechiceras por considerar que “fueron mujeres sin miedo de existir, valientes, agresivas, inteligentes, inconformes, curiosas, independientes, liberadas sexualmente y revolucionarías”. (62) En su Manifiesto WITCH se definían como “combatientes y guerrilleras contra la opresión femenina”. (63) También condenaban los trasfondos políticos y económicos de las corporaciones empresariales y de las instituciones estatales. Su