Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz

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del capitalismo y del racismo. Lo definía como un régimen de opresión sexual sobre el que se fundaba el resto de las opresiones. Su planteo condensaba un interrogante crucial: “¿Es posible analizar la relación entre los sexos desde una perspectiva política?”. (78) De esta manera, la autora comparaba la diferencia sexual con los vínculos de poder. En su libro explicitaba: “Cuando hablo de política me refiero a las relaciones estructuradas del poder, al sistema que hace que un grupo sea gobernado por otro, que un grupo sea dominante y otro subordinado”. (79) En ese trazado, la autora concibió un hallazgo: “el sexo reviste un cariz político que, las más de las veces suele pasar inadvertido, y en el que se manifiesta una relación de poder”. Su escrito data de 1968. Entre tanto, Michel Foucault –conocido por sus estudios de cómo los regímenes políticos necesitan disciplinar a partir de la creación de cuerpos dóciles– publicaba el primer tomo de Historia de la sexualidad en 1976. Ello significa que la noción de política del sexo acuñada por este filósofo francés, como producto de un discurso político que el poder dominante utiliza en cada época histórica para controlar la sociedad de su tiempo, había sido concebida por el pensamiento feminista radical en los años 60.

      La historiadora italiana Silvia Federici analiza cómo la sexualidad, la procreación y la maternidad se han colocado en el centro de la teoría feminista y de la historia de las mujeres. Con un criterio a contrapelo del marxismo ortodoxo, esta pensadora recupera la triangulación necesaria entre las categorías de sexo, raza y clase para reconfigurar el discurso sobre las mujeres, la reproducción y el capitalismo:

      Por lo demás, este movimiento maduro y en ascenso arrojó un emblema tan trascendente que se instituyó como el paradigma ideológico del feminismo hasta nuestros días: “Lo personal es político”. A decir verdad ese enunciado, supuestamente anónimo, recorrió el mundo, ganó popularidad como un grito de guerra feminista y se oyó con frecuencia, hacia fines de los años 60 y principios de los 70. Fueron varios los nombres de las activistas de grupos encumbrados a las que se les adjudicó su sello. Siempre este tema ha sido objeto de debate y, lo más probable, es que se trate de un lema no atribuible a una sola persona sino más bien a una producción intelectual colectiva interdisciplinaria y de reflexión crítica acuñada por el feminismo de la Segunda Ola, que habilitó tanto a las mujeres como a otros grupos subalternos, también, a interpretar el orden jerárquico y desigual que regula el régimen de lo íntimo y de lo privado, a enfocar el cuerpo en sus relaciones con el poder, la violencia y la sexualidad.

      LA HETEROSEXUALIDAD EN LA MIRA

      Así, comenzada la década del 70, varias tendencias feministas coincidieron en que la propuesta “la política del cuerpo” desempeñase un papel fundamental en el debate sobre la sexualidad femenina y los cambios implicados en los distintos órdenes. A partir de ese ideario, se cuestionaba lo que hasta ese entonces era considerado el patrón normal de la sexualidad.

      Con tenacidad, las activistas suscribían la idea de que el cuerpo femenino estaba disciplinado para cumplir los férreos intereses de las normas heterosexuales. En aquellos días, estas preocupaciones eran francamente luminosas. Se advertía sobre la enajenación de los cuerpos al servicio de las necesidades del estado, de la iglesia, de las grandes corporaciones médicas y, en especial, de los varones con los que convivían. Abrieron caminos de reflexión pero también provocaron osadas batallas. Era preciso entonces explorar nuevas formas de acercamiento erótico. Y así fue que, junto con el placer físico prometido por el régimen heterosexual, se derrumbaron, como en el crepúsculo de los dioses, el orgasmo vaginal, la penetración y la pretendida frigidez femenina. Al evaluar las conquistas a partir de las propias experiencias, el orgasmo clitoriano, la masturbación, el lesbianismo y, en general, la relación con el propio cuerpo se convirtieron en requerimientos fundamentales del movimiento feminista. Demandas de este orden ofrecían una fuerte carga liberadora que estimulaba una lucha de la política sexual al tiempo que se valoraba la experiencia personal como fuente de conocimiento, en el extremo opuesto de las teorías investidas tanto por la medicina como por la religión.

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