Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz

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trabajos de autoconciencia que sirvieron para descifrar las vivencias colectivas y las huellas presentes en las historias de las integrantes. Al tornarse la autogestión en una tendencia, se difundió por el impulso inicial de las estudiantes blancas en los ámbitos universitarios urbanos para luego expandirse por Estados Unidos como una política central feminista. Y como un tornado incontrolable involucró a colectivas convocadas espontáneamente de acuerdo con su condición de clase, edad y etnia. En un gesto de avanzada, el NYRW también organizó grupos de autoconciencia. De allí que sus propuestas ardieran como llamaradas: “Estamos cansadas de participar en las revoluciones de los otros. Ahora trabajamos para nosotras”.

      A decir verdad, si bien esta inventiva nació al calor del feminismo autonomista, más tarde se orientó a las políticas partidarias de acuerdo con las necesidades de las feministas socialistas. Posteriormente, lo adoptaron organizaciones con formatos institucionales. Por ejemplo, en 1970, se presentó el Programa para la Autoconciencia Feminista, con el propósito de delinear un esquema común entre todos los colectivos neoyorkinos en acción.

      Mildred Adams Kenyon, en el artículo nombrado anteriormente, “El nuevo feminismo en los Estados Unidos”, comparaba risueñamente los modos organizativos del descontento de esas muchachas instruidas y de buenas maneras pertenecientes a esa década con las reuniones de bridge de sus madres o los talleres de costura de sus abuelas. Para ella, en los grupos del pasado se comentaban los problemas con los maridos y las dificultades con los hijos, pero sin la franqueza ni el grado de intimidad verbal común en los grupos del MLM. Según lo expresaba, el propósito explícito de estas colectivas, integradas por no más de diez mujeres, era despertar la conciencia entre las camaradas y sus entornos, conversar en un plano de igualdad con quienes quizás hubiesen atravesado dificultades íntimas semejantes.

      En simultáneo, Marysa Navarro destaca que “fue en esos cenáculos en donde se comenzó a discutir la variedad de temas en torno a la sexualidad femenina, básicamente, la heterosexual”. Y prosigue con su punto de vista: “Solo en ese ambiente permisivo las mujeres podían descubrir su cuerpo. Nadie tenía idea de qué era ni cómo era su cuerpo. La maternidad vino después. Básicamente, eran las jóvenes a quienes les preocupaba su sexualidad”.

      Tiempo más tarde, todo ello se convirtió en los instrumentos conceptuales que sirvieron para enfocar nuevas temáticas. Por lo visto, fue en estos recintos erigidos por nuestras antecesoras donde los flujos que atentaban contra el feudo de lo íntimo y lo cotidiano fueron ventilados a los cuatro vientos.

      CON NOMBRE PROPIO

      A las activistas las desvelaba transcribir sus experiencias concretas en categorías para luego poder descifrar que el sufrimiento se plasmaba en un “nosotras” y no de manera aislada. Pese a ello, aún faltaba madurar el desenvolvimiento de una teoría que diera cuenta de sus destemplanzas. Es tentador para cualquier grupo oprimido buscar cobijo en otras vertientes cuando las alternativas son pocas y, de alguna manera, se reproducen los postulados del régimen del orden. En un inicio, un buen número comprendió el carácter de la opresión que vivían a partir de sus lecturas marxistas; otras, sentaban su sentido desde el psicoanálisis. Las que quedaron al costado del camino fueron aquellas liberales como Friedan que reclamaban sus derechos para una integración plena a la sociedad. Por último, se plantaban las feministas de izquierda, que cuestionaban a la Nueva Izquierda por negarse a ensanchar sus paradigmas para incluir la opresión femenina. Sus experiencias develaban que no siempre comprometerse con la causa de la clase aseguraba integrar su propia causa. Es más, solían ir por carriles paralelos o muchas veces encontrados.

      Pero no todo fue denuncias y chispazos. En un momento determinado hubo que concentrar las energías en producir hechos concretos. Así, las activistas se corrieron de los cánones políticos distintivos de la época, es decir, del feminismo liberal, del socialista y del marxista para volcarse de lleno a un feminismo que, de alguna manera, carecía de modelos. A partir del entretejido de repasos del marxismo crítico, del psicoanálisis, la sexología y las experiencias que emergían de las urgencias vividas en los grupos de autoconciencia, se elaboraron nuevos conceptos y se reformularon nociones clásicas. Sin duda, tanto unos como otras se transformaron en el punto de partida y los cimientos de lo que sería la teoría feminista que heredamos –cuyos dispositivos se expandieron a nivel internacional desde fines de 1970– y que sigue vigente en la actualidad.

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