Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz

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Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo - Creusa Muñoz

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años frustrantes, lamentables? Pero lo peor es que aun con una perfecta satisfacción sexual, con un placer libre de culpa, seguimos oprimidas. Después de todo, suficientes mujeres se arreglaron lo mismo para tener orgasmos y seguir oprimidas, sometiéndose completamente a la voluntad del hombre y adorando ser mujer y todo lo que ello lleva implícito”. (87)

      De este modo, las nuevas reivindicaciones, sostenidas por las tendencias radicales que pugnaban hacia la construcción de una cultura de mujeres, profundizaron el ámbito personal y se organizaron para posicionarse políticamente respecto de la determinación de interrumpir un embarazo no deseado. Se razonaba que cada una podía decidir sobre el destino de su fecundidad, sin arriesgar en ello la salud, la libertad o la vida. Han sido esas mismas activistas las que transformaron el aborto, de un hecho personal y privado, a uno político y público. Entonces, con ese marco ancho y vasto se visibilizó la práctica clandestina como una de las caras más cruentas de la sexualidad femenina.

      Así, hacia fines de 1970, el reclamo del aborto libre y gratuito dejó de ser una consigna más de las agendas radicalizadas para constituirse en un discurso elaborado a partir de las categorías teóricas específicas y los datos estadísticos necesarios. Se inscribió en la órbita pública como un derecho civil con la demanda de una política del cuerpo. Por cierto, concebir un discurso particular sobre la práctica abortiva contribuyó a visibilizar el valor crítico de su contenido político frente a la imposición de la omisión y el silencio velado por parte de las instituciones en su conjunto.

      PIENSO, LUEGO ACTIVO

      Tanto la narración personal, los manifiestos de barricada como los documentos políticos elaborados por las activistas del MLM fueron decisivos para definir la retórica de una opresión común, tal cual lo reflejó el libro Sisterhood is powerfull (La Hermandad femenina es poderosa), publicado en 1970 por la poeta y fundadora del colectivo NYRM, Robin Morgan. Comenzaba el prefacio con un simple enunciado: “Este libro es una acción”. Dicho lema intentaba atrapar al lector desprevenido causando una colisión entre el mundo en general pasivo, elitista y refinado de la creación literaria y el mundo del underground del feminismo radical. No cabe duda de que el vínculo entre las categorías enunciativas y el proyecto de emancipación se exhibió como una de las particularidades paradigmáticas del movimiento feminista y, específicamente, de su flanco intransigente. Así, tanto su oratoria como su ideología se presentaron en el perfil de textos pioneros –en su mayoría tesis doctorales–, en los manifiestos y en la inventiva de los grupos de concienciación.

      Junto con La Hermandad es Poderosa todos los demás confeccionaron una diversidad de definiciones al propio malestar: ya lo había hecho Simone de Beauvoir en El segundo sexo (1949). Le siguieron La mística de la feminidad (1963) de Betty Friedan; Las mujeres: la revolución más larga (1963) de Juliete Mitchell; Política sexual (1970) de Kate Millet; La liberación de la mujer: año cero (1970), de Christiane Rochefort y otras; El eunuco hembra (1971), de Germaine Green; La dialéctica del sexo (1971) de Shulamith Firestone; ¿Qué define a las mujeres? (1971), de Maggie Benston; Escupamos sobre Hegel (1972), de Carla Lonzi; Les guerillères (1969) y El cuerpo lesbiano (1973), de Monique Wittig; La política de la liberación de la mujer (1975), de Jo Freeman.

      Con sus plumas sueltas de osadía, ese conjunto de escritoras pioneras del MLM no sucumbieron al silencio. Todo lo contrario, sus lecturas reforzaron las acciones políticas para conquistar el derecho a decidir sobre el cuerpo, la interrupción voluntaria del embarazo y la denuncia de la violencia sexual. Con distintos matices, las feministas se movilizaron para promover y defender la legislación y liberar el aborto en casi toda Europa Occidental. Al mismo tiempo, provocaron una corriente de afinidades y cooperaciones internacionales entre agrupaciones feministas con desafiantes pronunciamientos colectivos, grupos de autoconciencia y ofrecimientos de servicios de aborto a cargo de los movimientos locales.

      De allí que de todas estas intervenciones públicas sea posible elegir dos tipos de campañas a favor del derecho al aborto realizadas en el viejo continente y que, de formas diversas, replicaran sus debates como sus metodologías en la Argentina durante esos años díscolos en los cuales asomaban nuestras primeras agrupaciones feministas. Por ejemplo, aquellas organizadas tanto en Francia como en Italia y que, por más que mantuvieron su perfil particular, se enmarcaron dentro de esa gran burbuja exploratoria que fueron las luchas por el aborto libre y gratuito en Estados Unidos, en especial en Nueva York, sin olvidar la estrecha afinidad que mantenían con el feminismo canadiense y el inglés.

      El traspaso se prolonga actualmente en nuestro país, en la medida en que el movimiento vuelve con insistencia al planteo sobre la ilegalidad del aborto. Es preciso reconocer entonces los sucesos, las sacudidas y las derrotas que dan cuenta de los comienzos

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