Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz
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También comenzaron a financiar chárters a las clínicas de la ciudad de Londres, para realizar abortos después de los 90 días, debido a que tal recurso había sido despenalizado en 1967. En aquellos años Inglaterra era uno de los pocos países de Europa que tempranamente autorizó la práctica abortiva. Por lo tanto, mujeres de otras nacionalidades, colores y religiones cruzaban a la isla para acceder a esta intervención sin correr riesgo alguno dado que la prestación médica del Servicio Nacional de Salud de Gran Bretaña se caracterizaba por su seguridad y eficiencia. (100)
El 20 de junio de 1976, se convocó a elecciones generales. El movimiento feminista llamó a votar por partidos de izquierda que estuviesen comprometidos con causas emblemáticas que eran sus propios escudos de trincheras, entre ellas: a igual trabajo, igual salario; aborto libre y gratuito, venta libre de anticonceptivos a cargo del seguro social, guarderías y jardines de infantes. Fueron elegidas 80 representantes para el parlamento, ámbito en el que se desarrollaban alianzas entre partidos laicos para conquistar un proceso de secularización del Estado, sin poner en riesgo la estabilidad institucional. Fue en ese ámbito que se lanzó una campaña para reunir firmas con el objetivo de presentar un proyecto de ley para el aborto terapéutico. (101)
A lo largo de estas confrontaciones políticas e ideológicas y de sus experiencias sustanciales, el movimiento feminista italiano, con sus diferentes tendencias, adquirió fuerza y significación para el desarrollo de una teoría como la de Estados Unidos. Así, se caracterizó por ser una corriente sin estructuras centralizadas, radicada de acuerdo con los escenarios regionales, marcados por las diferencias entre el Norte y el Sur, además de contar con una movilización constante que no menguaba. Al año siguiente, las integrantes de la famosa Librería de las Mujeres de Milán abogaron por la conquista de la despenalización del aborto. No así su legalización, ya que para ellas significaba someterse a normas elaboradas por los varones.
En esta dirección, la acreditada teórica Rossana Rosanda afirmó que la legalización implicaba el reconocimiento de una sexualidad femenina sometida. De este modo fue que la mayor parte de los colectivos de Turín y Milán no levantaron la consigna del aborto libre y gratuito, tal como lo demandaba el feminismo de la época, sino que plantearon la divergencia entre despenalizar y legalizar. De acuerdo con esta nueva mirada, los conflictos en la diferencia sexual no debían ser reivindicados mediante el soporte legal que operaba como dispositivo del domino del varón. Por otra parte, planteaban que de nada servía que las normas diesen valor a las mujeres si estas de hecho no lo tenían. Para esta corriente del feminismo de la diferencia, las estructuras sociales, jurídicas, políticas y científicas habían sido desarrolladas históricamente por el pensamiento masculino y pretendían mostrarse como neutras.
El 10 de julio de 1976, un accidente industrial ocurrido en una pequeña planta química generó una nube de gas de una sustancia altamente maligna que se expandió como un manto negro sobre la ciudad de Seveso, al norte de Milán. De inmediato, ante los posibles riesgos de contaminación, 462 mujeres exigieron a los consultorios médicos no proseguir sus embarazos. La jerarquía de la iglesia, junto con la corporación médica, insistían en que el feto era una vida humana. Recién en mayo de 1978 se aprobó la Ley N° 194, con 308 votos contra 260, que contenía “Normas para la protección social de la maternidad y sobre la interrupción voluntaria del embarazo (IVE)”. Dos años más tarde, hubo un referéndum convocado por el Movimiento por la Vida para derogar la ley ganada. Los resultados de dicha consulta fueron rotundos sin temor de volver atrás como proponía la iglesia católica. Así, Italia transmitió un ejemplo que provocó ondas expansivas de admiración: conquistar el aborto legal en una sociedad que había sido gobernada durante 40 años por un partido católico, la Democracia Cristiana.
A MODO DE CODA
Como una corriente caudalosa difícil de contener, estos dos acontecimientos analizados en Francia e Italia acompañaron a lo largo de estas tres últimas décadas a una cantidad numerosa de países de América Latina, con una tradición de lucha frágil y discontinua relacionada con las sexualidades y los géneros. Por ejemplo, las triunfantes campañas del “Yo aborté” siguen alimentando anhelos de conquistas y de ahí su constante replicar de maneras disímiles, pese a los obstáculos y las prescripciones tanto del orden jurídico como consuetudinario para liberar al aborto de su prisión.
Al hilvanar situaciones, reflexiones y testimonios en cuanto al derecho a decidir de las mujeres, hubo una puesta en marcha de los movimientos feministas en América Latina y el Caribe –tal como México, Nicaragua, Brasil, Perú, Colombia, Chile, Uruguay, entre otros tantos– que dio sentido a la necesidad de conquistar una legislación que arrancase al aborto de su clandestinidad y, a la vez, apuntara a profundizar la noción de soberanía sobre sus propios cuerpos. Pese a todo lo explicitado, en los años 70 las feministas locales incorporaron, tanto a sus debates como a sus acciones, los contenidos pensados y escritos por sus pares de las naciones imperiales, aunque unos y otros se diferenciarían por sus tiempos y ritmos desiguales. Se debió esperar hasta comienzos de los años 80 para que se derrumbaran, unas tras otras y con las particularidades de cada nación, las tiranías criminales. Con los esfuerzos de las mujeres organizadas en acciones grupales, el aborto volvió a sentar bandera.
En fin, todas estas historias refieren entonces a una absoluta batalla cultural, terreno del régimen heterocapitalista, ya que supone “romper con todas las prohibiciones y con todas las cadenas mediante las que se reconstruye y se reconduce la individualidad normativa”, como afirma Michel Foucault en su libro Microfísica del poder, cuando convoca a hacer saltar el cerrojo a la hora de decidir sobre nuestro propio cuerpo. Incluso estar sujetas a la regla jurídica conduce invariablemente a configurar soberanías sometidas y adaptadas a su destino. O sea, legitimar el aborto por fuera del marco de la ley es una de las estrategias de resistencia que conlleva la ofensiva de “des-sometimiento” de la voluntad de poder de las mujeres.
1. El castellano es una lengua de géneros, es decir, que posee morfemas distintivos del género femenino y del masculino, mientras que perdió el neutro. Además, la diferenciación binaria intensificó la hegemonía del masculino como un valor universal. “Lo que no se nombra no existe”. Desde hace décadas quienes ensayamos un uso no sexista de la lengua desde la escritura utilizamos nuevas convenciones para lograr ese fin. Al principio se empleaba el protocolo de la a/o. Luego se usó la arroba. En la actualidad, los textos queer recurren a la x. Esta aclaración se presenta porque todas las personas comprometidas con la redacción de este libro decidimos adoptar esta última convención.
2. Wilhelm Reich, La revolución sexual. Para una estructura de carácter autónoma del hombre, Barcelona, Planeta, 1985, p. 95.
3. Idem, p. 161.
4. “Hubo una reestructuración del capitalismo y un avance en la internacionalización de la economía con un crecimiento acelerado, que no podrá compararse con ningún otro momento histórico anterior. Se combinó en ese período de máxima expansión del siglo pasado el pleno empleo y una sociedad de consumo auténticamente de masas que transformó por completo la vida de la gente de los países desarrollados”; en Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica, 1998, p. 285.
5. Esta denominación se debe a que hubo una Primera Ola del Feminismo que se desarrolló, básicamente, en Inglaterra y en Estados Unidos, hacia fines del siglo XIX y principios del XX. Sus demandas, de cuño liberal pero también socialista, tenían como objetivo la igualdad ante la ley entre mujeres y varones, en el marco de la premisa de que todas las personas nacen libres