Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz

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Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo - Creusa Muñoz

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poética de Kavafis, estas mujeres marcharon de su terruño para satisfacer la búsqueda de contenidos políticos y teóricos feministas, aunque ello implicara traspasar fronteras, arriesgarse por países transatlánticos: el hallazgo les resultaba indispensable e insustituible.

      Iban y volvían y también vivían por un tiempo en las “usinas” que generaban esos contenidos: Nueva York, San Francisco, Londres, Roma, Milán y París. No solo se apersonaron para ser espectadoras o partícipes de los acontecimientos en ebullición en esas grandes metrópolis, también tomaban contacto con las producciones de ideas y textos claves del feminismo. De ahí su partida. Los ejemplos abundan a pesar de las diferencias de clase, de edad, de horizontes: Victoria Ocampo, María Rosa Oliver, Otilia Vainstok, María Luisa Bemberg, Gabriella Christeller, Marysa Navarro, Isabel Larguía, Linda Jenness, Martín Sagrera Capdevilla (viajero español que vivió en nuestro país) entre otros tantos casos. Si bien Mirta Henault, María Elena Oddone y Nora Ciapponi no se trasladaron a otros epicentros ni abandonaron Buenos Aires, igualmente cumplieron con el designio de viajeras militantes al pedir en préstamo lo que ellas habían detectado como importante en el pensamiento estadounidense y europeo, con el fin de traducirlo y difundirlo entre sus pares.

      Agrupar a estas personas tiene por objetivo escribir sus historias. Ya es hora de restituir sus voces, rescatar el aporte de esas mujeres del pasado hacia este presente, su contribución a las disidencias sexuales y otras minorías. Como sería un despropósito no aprovechar la oportunidad, retomamos las experiencias del siglo XX, un período en el que las mujeres empezaron a viajar solas por el mundo; con más frecuencia y en mayor número, desde la década de 1970. Algunas se movilizaban de modo original; otras, de acuerdo con las pautas tradicionales. Los motivos siempre resultaban heterogéneos.

      Tal como lo dicta el rito de iniciación de las clases medias, la travesía podía inscribirse en la fase final de la educación universitaria, en la práctica de las lenguas extranjeras, que les abrían un horizonte interesante para su desempeño laboral posterior o, simplemente, como viaje de formación o aprendizaje de la vida. Entonces, a partir de esa década, fue posible para ellas cumplir con “la gran gira”, que equivalía al viaje iniciático permitido y estimulado desde mucho tiempo atrás a los varones. Las había traductoras, escritoras, científicas, activistas y artistas varias. En verdad, más que el periplo con fines culturales o turísticos nos interesa aquí el “viaje acción”, aquel por el cual ellas intentaron una verdadera “salida” para generar cambios en sus entornos políticos próximos. Para esta “transgresión”, era menester una voluntad de fuga, un espíritu de exploradora dispuesta a atravesar las distancias hasta sus confines, aun sorteando adversidades y movidas por una convicción política que las distinguía de las demás.

      La gloriosa Emma Goldman, en sus memorias Viviendo mi vida, publicadas en Estados Unidos en 1931, otorgaba una importancia especial a los desplazamientos suscitados por su compromiso con el ideario anarquista y feminista. En esta misma dirección encontramos las vivencias personales unidas a los acontecimientos sociales, que solían operar como telón de fondo en autobiografías, epistolarios, diarios, relatos de viaje, bitácoras. A diferencia del conocido “viaje de iniciación”, en el que se parte de lo conocido para explorar lo inédito, en el “viaje militante” se lleva consigo un cúmulo de conocimientos previos –lecturas, criterios, imágenes, contactos, presunciones– para alcanzar el propósito, luego ratificado o corregido por las nuevas experiencias. También podría ser denominado gira o tour. Sin embargo, ambos conceptos encierran la noción de un paseo largo o corto con fines turísticos o recreativos. Y no es este el caso.

      ATISBOS DE UNA LUCHA

      Una forma de acción visible por parte de las viajeras militantes fue su compromiso con el feminismo que, históricamente, exhibió una voluntad y una inquietud del orden de lo internacional. Desde hacía tiempo, estas mujeres rastreaban la información y buscaban la formación por fuera de sus circuitos corrientes para obtener un aprendizaje en los centros operativos, los que concentraban conocimientos, nuevas intervenciones y polémicas totalmente ausentes en sus lugares de origen. Así sucedió con la presentación del debate del aborto entendido como un derecho de las mujeres sobre el control de su cuerpo y la reproducción acorde con los planteos del feminismo de los países centrales; sin olvidar su perfil blanco, etnocentrista y académico devenido en militante.

      Con sus travesías hacia el Norte, tanto las luchadoras como las pensadoras del Sur de los años 70 tendieron un puente de aprendizaje y familiarización con las campañas por la legalización del aborto que llevaban a cabo sus congéneres en el exterior. Este flujo de corrientes y transferencias feministas podría ser revisado como una expresión más del colonialismo, en tanto movimiento de unificación del mundo a partir de la mirada civilizatoria de Europa primero y de Estados Unidos después. Desde este punto de vista, dicha crítica no resulta ajena a este mecanismo del rostro culto que aporta conocimientos a pueblos que carecen de ellos. En efecto, no siempre un viaje por sí mismo resolvía el rastreo del intercambio y la reciprocidad; por el contrario, a veces podía dejar al desnudo las contradicciones, la frontera cultural entre lo propio y lo ajeno. De la misma forma, las comprometidas lograron reconfigurar los traslados como aparejo para su propia capacitación y la de las demás. La despenalización del aborto fue una de esas polémicas privilegiadas que este ramillete de personas trajo bajo el brazo. Importaron la premisa del aborto legal y del derecho a decidir como una conquista a lograr por parte de las mujeres organizadas y la situaron entre el listado de reivindicaciones del feminismo local. Además, lo percibieron desde una inicial reflexión teórica y desde los modos de acción, con la influencia de las corrientes tanto estadounidenses como europeas. Damos por descontado que nadie se encontraba frente a un páramo, es decir, no se comenzaba desde cero.

      En paralelo, la comunidad médica argentina había desplegado importantes discusiones sobre los efectos de la píldora anticonceptiva en la salud de las mujeres como así también relativos interés y preocupación sobre el aborto inducido en nuestro país. Por ejemplo, desde el campo de la obstetricia y la ginecología se desarrollaron encuestas, estudios de casos e investigaciones con respecto a la temática, dentro de un contexto de debate internacional en torno a la explosión demográfica y a los programas de control de natalidad. (1) Si bien el listado de producciones expertas era sucinto, abrió paso, desde el dispositivo médico, al reconocimiento del impacto del aborto sobre la Salud Pública, aunque no lograran incidir en el desarrollo de programas oficiales sobre planificación familiar. Más aún, el Estado no otorgaba ningún tipo de solución ni tampoco se cumplía con las formas previstas en el Código Penal en cuanto a los casos de abortos no punibles, situación que se repitió hasta el fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación del mes de marzo de 2012.

      Pese al reconocimiento del problema tanto de parte de las voces feministas, por un lado, como de las voces médicas, por otro, no lograron cruzarse; peor aún: se desconocieron entre sí. Si algún sector de la Salud hubiese acompañado el ritmo del activismo, se podría haber orientado una estrategia a favor de la legalidad, al menos como un tema de debate público. Solo ciertas esferas de la comunidad médica y algunas experiencias educativas aisladas ubicaron la planificación familiar en el terreno de los derechos y defendieron la capacidad de decisión tanto de las parejas como de las mujeres. Lamentablemente, no fue lo suficientemente generalizado. En palabras de la sexóloga feminista Sara Torres, “las pocas instituciones privadas que trabajaban sobre planificación sexual en Buenos Aires, por más que dispusiesen de amplios recursos técnicos, económicos y de conocimientos, no mantenían diálogo con el feminismo local y menos con otros grupos próximos al marxismo”.

      Así, se insertó la lucha por el derecho al aborto en los cenáculos feministas de Buenos Aires. Sea como fuere, la presencia de las viajeras militantes, emprendedoras de carácter decidido, marcaron el perfil del trasiego: en la publicación de textos, en la formación de grupos de autoconciencia, en las conferencias, en las calles, en los medios de comunicación, en las librerías, en el vínculo tête à tête con las consagradas figuras del feminismo dominante de esos tiempos.

      CON UN PIE

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