Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz

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Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo - Creusa Muñoz

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polvareda ni crucifijos en nuestro país. No se decía sí, pero tampoco no.

      Es probable que, desde el presente, las malas lenguas caratulen a las viajeras militantes como señoras aristócratas, símbolos de un feminismo de ricas que se arrojaban a probar aventuras en las grandes ciudades, con viajes de coleccionistas y objetos suntuarios al estilo de los rancios conquistadores, o de iniciación cultural dentro de los cánones de una elite. Al contrario, se podría pensar que ellas ofrecían una perspectiva distinta e imponían un modelo que se encontraba lejos de lo convencional. No cabe duda de que administraban recursos económicos y relacionales que les permitían otras correrías más cercanas al modelo de su época y de su comunidad de pertenencia. Mejor dicho: disponían de un habitus cultural y social, como el sociólogo Pierre Bourdieu denomina al conjunto de esquemas generativos a partir de los cuales los sujetos perciben el mundo y actúan en él. Esos contactos con las capitales no servían para un interés personal, mezquino y acumulativo. Todo lo contrario, las relaciones las llevaban directo a los escritos que luego ponían al servicio de quienes los quisiesen. Con sus aportes aparecían los discursos gestados desde una coyuntura histórica y permitían destapar cabezas con la misma rapidez y eficacia con que se descorcha una botella de champagne. Hacían lo que hacían sin titubeos ni escondrijos.

      Pero, a la vez, y como nadie es de bronce, seguramente entre bambalinas armarían juegos de poder, ejercerían arbitrariedades y exclusiones, levantarían posiciones eurocentristas y de un centralismo porteño. No obstante, ello no ensombrece la labor estratégica y la apuesta desafiante de haber sido mensajeras, de haber tendido un puente entre mundos feministas en contextos y condiciones tan desiguales. Pudieron apropiarse de escritos y pensamientos y “versionaron” las obras de gran vuelo filosófico porque estaban empeñadas en su difusión. La travesía por ese “mundo letrado” no era para ellas una experiencia desconocida, ya que se vinculaba de manera directa con sus propias historias, familiarmente unidas al universo artístico y cultural.

      Respecto de la forma concreta que tomaron esos pensamientos y convicciones, cuenta Leonor Calvera: “En panfletos, en hojas sueltas, en boletines se iban esbozando las grandes lineamientos del nuevo feminismo. En papeles mimeografiados, en páginas escritas a máquina y luego fotocopiadas. Artículos, pequeñas antologías, encuestas mínimas, conferencias, epistolario… A mitad de camino entre el boletín y la hoja suelta y la decantación del libro, la revista ofrece condiciones óptimas para exponer ideas, hacer propaganda y unirse colectivamente… Llega a su expresión más plena en la edición de libros”. (8)

      Por lo tanto, se sentían hermanadas en la lucha feminista desatada en los distintos continentes. Quizás para las viajeras militantes no representaba un punto de inflexión en el que sus aconteceres y pareceres se sostuviesen en el marco de relaciones asimétricas entre regiones, lenguas, culturas y clases. De igual modo, no solo “tomaban conocimiento” sino que además tomaban parte. Leían y prologaban, accedían a los libros y a la vez traducían, traían y los hacían circular; es decir, llegaban al saber y lo reproducían con gestos de apropiación, hacían para sí y también para otras.

      Mientras el modo clásico de la intervención política se restringía a la agitación colectiva, del tipo de “poner el cuerpo en el espacio público”, en estas mujeres, en cambio, el compromiso se encarnó a partir de la práctica del oficio de escritoras, editoras, cineastas, académicas, periodistas y traductoras. Concebían la política de otra manera, desde su especificidad, desde un ámbito particular, con el ánimo de globalizar ideas y hacer rodar obras que alimentaban y dinamizaban la vida cultural de entonces.

      ADELANTADAS A SU TIEMPO

      Con la dinámica del proceso periodístico-cultural, al estilo de las publicaciones Time y Le Monde, los medios de comunicación hacían lo suyo: las conectaban con el afuera y enfatizaban su nuevo rol, el de “lectoras persuadidas”. Tal vez las mujeres de ese presente fueran pensadas como consumidoras de bienes culturales dentro de la lógica de un mercado editorial en expansión. Apuntaban a un público inquieto al que se le ofrecía distinguirse, capaz de apreciar las novedades estéticas y la apertura cultural. El desembarco de los nuevos emprendimientos editoriales y los cambios en las estrategias periodísticas promovieron una sacudida en la comunicación escrita. Para desencadenar primicias resultaba primordial un número de plumas femeninas con amplitud de pareceres que escribieran y firmaran en las publicaciones más encumbradas de ese ciclo.

      Hasta entonces, la mayoría de las periodistas trabajaban en revistas femeninas tradicionales y en los suplementos culturales de los diarios en carácter de colaboradoras free lance. A partir de ese momento, se incorporaron no solo por su capacidad de adaptación a nacientes parámetros sino también por su identificación con el proyecto que auspiciaban. Así, ciertos medios gráficos de la época acompañaron el proceso de modernización de las mujeres en su avance por conquistar nuevos dominios tanto en el terreno político, intelectual como sexual. Los medios de comunicación, en especial la prensa gráfica, con los límites impuestos por el mercado en una etapa de florecimiento del consumo de masas, supieron ser voceros de estas nuevas expresiones que justamente emergían más como un fenómeno inducido por la onda expansiva del feminismo internacionalista que por la radicalización del nuestro.

      Cabe recordar que la influencia del MLM suponía gestos soberanos también para aquellas que posiblemente no se reconocían dentro de la oleada del activismo pero que en sus vidas cotidianas y amorosas ponían en práctica los llamados del feminismo que se habían esparcido sorteando todo tipo de murallas. Así, hasta las publicaciones más tradicionales –las que estaban al servicio de patrullar el régimen del orden– debieron remozarse. Es cierto que el mercado exigía ese registro para multiplicar el margen de lectoras. Otra de las novedades que se registraron a lo largo del período fue el caso de las periodistas corresponsales en semanarios de información general y política: Primera Plana, Siete Días, Panorama, Confirmado, entre otras tantas.

      El reconocido diario La Opinión representó una experiencia de periodismo avanzado y modelo de la década de los 70, ya que allí se alojaron muchas luminarias de la prensa escrita. La escritora Tununa Mercado y Felisa Pintos habían constituido una dupla en ese medio gráfico que resultaba más que imprescindible para el feminismo porteño que emergía a la intemperie y con cierto altruismo, en un escenario político de pasmosa rigidez en cuanto a los presupuesto emancipatorios feministas. Ambas trabajaban acaloradamente, contra reloj, frente a sus máquinas de escribir Olivetti y con sus grabadores en los bolsillos; iban detrás de las noticias de último momento. Así recuerda Felisa su experiencia: “Cuando se inauguró La Opinión, escrito por periodistas políticos y culturales, no necesariamente generaron un mercado para lectoras con interés en las luchas feministas. Fui secretaria de redacción de la sección La Mujer, que constaba de dos páginas (a veces más), donde imprimí mi criterio cercano al feminismo militante que empezaba a desarrollarse con fuerza y definición política”. Ella y Mercado lograron conformar un espacio disponible para reflejar todas las contiendas tanto locales como internacionales. Reproducían artículos de Betty Friedan, Germaine Greer, Susan Sontag y Angela Davis, entre otras. Por su parte, Tununa Mercado, en 1971, había vuelto de Francia con un espíritu libertario. Su feminismo era de palabras, de lecturas dirigidas a despertar esa conciencia. Apenas ingresó al diario se creó un pacto entre ambas para aprovechar los subterfugios que les interesaban. No fue solo un compromiso con ese feminismo explosionado de Simone de Beauvoir como una rectora de la liberación, sino también con una posición política de denuncia de otras temáticas.

      Mercado trae a su memoria esa vivencia de un protagonismo periodístico transgresor: “Nosotras íbamos a meter gato por liebre. Eran estrategias que nosotras urdimos en la relación con un diario que se creía muy masculino con gente así, tan brillante. Yo empecé a crear un sector de notas en donde entrevistaba a psicólogas, sociólogas, pedagogas y de pronto podía entrar ese sesgo que nosotras queríamos marcar como feministas. En ese momento era muy difícil pensar en esos términos”. (9) Demás está decir que eran conscientes de que estaban inaugurando un costado nuevo dentro de la llamada “prensa femenina”.

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