Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz

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De este modo, una y otra, sin descuidar esos tópicos pero intentando “ideologizarlos”, se propusieron reflejar a una mujer moderna, libre de prejuicios y dispuesta a romper el estatus burgués, pasado de moda. Tanto los escritos como los criterios de teóricas y ensayistas extranjeras disponían de una claridad de pensamiento ostensible que, por supuesto, generaban debates en el interior de los grupos feministas locales, cuyo espacio elegido para pronunciarse públicamente era esta sección a cargo de la dupla Tununa & Felisa.

      En líneas generales, las contribuciones partían de la boca y de la pluma de María Elena Oddone, Mirta Henault, Isabel Larguía, Otilia Vainstok, María Luisa Bemberg, entre pocas. Ellas fueron siempre apasionadas y eficaces en su hacer, aunque algunas escribían textos o columnas propias. Más que nada las entrevistaban para que dieran sus puntos de vista sobre determinados sucesos o sobre la actualidad de la mujer. Fundamentalmente, se hacía referencia a lo que acontecía en Buenos Aires más que a lo que pasaba en el exterior. Por esa razón, ambas periodistas funcionaban como portavoces imprescindibles de aquellos acontecimientos que se suscitaban en las correrías de estas mujeres. Por ejemplo, el dúo le hizo una entrevista a Henault y también reseñó su libro Las mujeres dicen basta, editado en 1972. Con un tono picaresco, Mirta secretea que “eso fue posible porque Jacobo Timerman, el entonces director de La Opinión, estaba de viaje y como él era machista no hubiese salido de otra manera. Ellas eran muy jugadas en publicar temas de mujeres”.

      Al hablar de periodismo femenino resulta imposible olvidar el advenimiento de la revista Claudia (1957-1973). Dicen las buenas lenguas que fue la primera en protagonizar una prensa de mujeres para mujeres, con un estilo propio por fuera de lo estandarizado. En realidad, el secreto de Claudia consistía en proponer una actualización de la agenda temática. Respecto de este punto, opinaba la periodista Gabriela Courrèges: “La aparición de la sexualidad en el cerrado y pacato temario de la mayoría de las revistas para la mujer no se inspiraba tanto en el propósito de las editoriales de jerarquizar sus publicaciones como en una contestación de los sondeos de opinión: las mujeres se psicoanalizaban; la sexualidad era un tema que vendía”. (10) Tal como ella dice, las publicaciones de esos años no hicieron más que replicar las marchas y contramarchas de nuestra sociedad sacudida por una diversidad de innovaciones que socavaron sutilmente las costumbres, los estilos y las modas. El activismo feminista pudo sacar su fruto y armar atajos en un campo donde siempre se libran batallas ideológicas cuando la legitimidad de la palabra queda en manos tanto del discurso médico como jurídico. En esta oportunidad, sin demasiadas estrategias de comunicación, ellas presentaron sus propios debates, tal fue el caso del aborto voluntario como una cuestión inaugural. (11)

      DE MUJERES Y DE LIBROS

      Durante la década de 1970, la Argentina formó parte de esa fiebre revolucionaria que atravesaba océanos y continentes y que convulsionó la vida social y política. Eran momentos de notables producciones intelectuales, además de la ya mencionada expansión de la industria editorial, que provocó una mayor apertura y actualización de temáticas sobre nuevas identidades porque, simultáneamente, asomó un público ávido de novedades, con un perfil diferente.

      Para tener una idea de lo que Buenos Aires representaba como centro promotor por excelencia de toda novedad editorial, está el ejemplo de la publicación de El segundo sexo –aparecido en Francia en 1949. Primero, se tradujo al alemán y después al inglés. La periodista Vanina Escales rastreó su recorrido en nuestro país: “En 1954, la Argentina fue la responsable de su lanzamiento. Hubo una primera edición de la editorial Psique. Tres años después, lo publicó en dos tomos Leviathán y luego la editorial Siglo XX”. Por cierto, la capital porteña aseguró su difusión por todo el mercado iberoamericano. Tanto es así que, durante la sangrienta dictadura de Francisco Franco, miles de españolas se iniciaron clandestinamente en su lectura a través de nuestra edición local.

      Las palabras de Gregorio Schvartz, librero y fundador de sellos emblemáticos, sirven para entender las causas que lo llevaron a publicar El segundo sexo, previo a la caída del peronismo, en un libro de dos tomos (poco frecuente para la época), escrito por una mujer que, a su vez, analizaba la condición de subordinación de sus pares: “En esa etapa, empecé a editar ensayos sociales y filosóficos básicamente. Si bien no era muy importante nuestra editorial, me sorprendió que me aceptaran para publicarlo. Lo mío fue una quijotada, una corazonada como decimos los porteños, aunque Simone ya era una figura de estatura y yo intuía su importancia fundacional”.

      Entre tanto, los textos que inauguraron nuestra senda en dicha temática eran pocos y no todos recién salidos del horno. Entre ellos, La mujer en la vida nacional, de Fryda Schultz de Mantovani (Nueva Visión, 1960) y La mujer en el mundo del trabajo, de Elena Gil (Libera, 1970). Es preciso aclarar que las iniciativas provenían solo de las empresas editoriales o gráficas, también unas pocas emprendedoras apelaron a recursos propios para crear sus editoriales, como estrategas decididas a no tolerar más derrotas. En líneas generales, se mostraban dispuestas a acompañar el proceso de cambiarlo todo y en el menor tiempo posible, ya no solo con palabras sino con hechos.

      Con el fin de reconstruir la lucha por el derecho al aborto voluntario, vale considerar los primeros textos que abonaron esa dirección: la revista Sur y los títulos Para la liberación del segundo sexo y Las mujeres dicen basta. La primera vez que el aborto apareció como tema de preocupación femenina se plasmó en papel y sucedió en la primavera de 1970 en la revista Sur. Luego de un tiempo, se reprodujo con la aparición de Para la liberación del segundo sexo, prologado por la científica Otilia Vainstok (12). Ambas fueron las primeras obras en trasladar los colosales argumentos que asomaban en los feminismos centrales, por caso la disputa por el aborto legal llevado a cabo por el MLM en Estados Unidos e Inglaterra. En esa dirección, el advenimiento de estos textos sobre temáticas de mujeres, escritos y prologados por mujeres, presumía sentar una posición relacionada con las polémicas medulares, a la par de las corrientes internacionales. Incluso, impulsó una fugaz intervención pública que, aunque efímera, estuvo mejor integrada al accionar político que al académico.

      Las mujeres dicen basta se incluyó en esta terna para no contrariar la sabiduría del proverbio que aconseja que “no hay dos sin tres”, y nos referiremos a él unas páginas más adelante. Sin duda, inauguró el ensayo de cuño feminista y marxista en la Argentina. Lamentablemente, por más que se haya concebido al son de un futuro posible y al alcance de las manos, los temas de sexualidad, anticoncepción y aborto no fueron tratados a la altura de lo deseable por tratarse de una gesta novedosa aún.

      Por lo pronto, el afán “por cultivar musas” partió, como dijimos, de Victoria Ocampo, Otilia Vainstok y Mirta Henault. En fin, queda todavía por desentrañar si las preciosistas eligieron la ocasión o la ocasión las eligió a ellas. Lo cierto fue que las condiciones históricas no proporcionaban el tiempo justo de maduración para que esa trilogía feminista modificase algo de la brutalidad que implica el aborto clandestino.

      SUR, PAREDÓN Y DESPUÉS

      Una perla encontrada en el fondo del mar –por su interés temprano sobre la temática en cuestión– fue Sur, prestigiosa revista literaria de trascendencia nacional e internacional, fundada y dirigida por Victoria Ocampo, en 1931. Esta traductora, editora y gran mecenas de la cultura se autoimpuso el objetivo de que los números 326, 327 y 328 se fusionaran en un solo tomo y salieran a la calle como una revista especial denominada “La Mujer”. Esta publicación afrontó las cuestiones urgentes de las mujeres desde diferentes ángulos ideológicos y de la heterogeneidad de sus pares. Probablemente, como el proyecto era tan ambicioso, haya sido ayudada por su círculo más íntimo. Es sabido que Ocampo tuvo una entrañable amiga, María Rosa Oliver (13), también viajera impenitente pero, antes, gran escritora, que visitaba Nueva York, como era su costumbre, y que también lo hizo en el álgido 1970, cuando el MLM hizo visibles sus luchas en cuanto al derecho a decidir a interrumpir un embarazo. (14)

      En este valioso ejemplar sobresale un sondeo de opinión realizado por la misma editora, con el objetivo de aportar un panorama

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