Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz

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Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo - Creusa Muñoz

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a fin de conservar el anonimato y lograr una mayor sinceridad en las respuestas. La consigna propuesta consistía en profundizar el rol de las mujeres en el mundo con respecto a la búsqueda de respuestas contundentes sobre preguntas simples y, al mismo tiempo, fundamentales. Para ello, fueron entrevistadas 74 residentes en la Ciudad, en el Gran Buenos Aires y en algunas provincias, con una población de jóvenes que oscilaban entre los 15 y los 35 años.

      Todas se desempeñaban en actividades diversas: las había antropólogas, abogadas, fonoaudiólogas, dietistas, profesoras, maestras, periodistas, asistentes sociales y estudiantes universitarias de disciplinas varias. Tampoco las obreras fueron dejadas de lado, junto a un número importante de vendedoras y oficinistas, una cosmetóloga, una modista y un ama de casa. Con sus más y sus menos, a ese conjunto se parecía el universo femenino que la escritora había armado en su cabeza y puesto a rodar en esa edición en concordancia con los cambios que prometía el MLM en Estados Unidos, Italia, Francia e Inglaterra. Evidentemente, la escritora cuya figura se hizo reconocible por sus gafas blancas, seguía con atención los impulsos embestidos por sus congéneres en Occidente.

      Los ítems elegidos fueron los usuales de cualquier sondeo y, más aún, de aquellos que se hicieron a puro olfato casero: trabajo, religión, política, educación, soltería y matrimonio, igualdad con el hombre, imagen de sí misma. De alguna manera, supo leer a la luz de su momento histórico y publicó esta encuesta donde se incluía la anticoncepción y el aborto. Los hechos posteriores le dieron la razón. Tan desprejuiciada resultó que ella misma se propuso ser la primera en contestar las preguntas del sondeo de opinión y sus respuestas aparecieron en el prólogo de la revista. En cuanto a “la sexualidad y los preceptos”, el ítem era presentado de la siguiente manera:

      1. En el caso de que una mujer soltera espere un hijo y no pueda casarse ¿Qué solución le parece mejor?; y 2. ¿Cree que las leyes que rigen el control de la natalidad o el aborto deben estar en manos de la Iglesia o de los hombres que gobiernan, o bien de las mujeres protagonistas de este problema que, sin embargo, hasta ahora no tienen voz ni voto en algo que les concierne por encima de todo?

      Ambas preguntas disparaban una información importante para desglosar. Primero, usaba la denominación “control de la natalidad” para nombrar seguramente los métodos anticonceptivos. Por esos años en Buenos Aires faltaba una difusión más acabada de temas inherentes a las sexualidades. En cuanto a la práctica abortiva, era ilegal (del mismo modo que en el presente) pero, sin duda, conocida por todas las consultadas sin excepción. Nadie se negó a contestar. Además, muchas se acreditaban para sí el rol de ciudadanas y justamente por esa condición pedían el derecho también a interrumpir su embarazo. El destino de fecundar, como en otras cosas de la vida, puede ser subvertido. Si nos atenemos al texto, Ocampo planteaba “que no tenemos voz ni voto en algo que nos concierne”. En realidad, nos alertaba que todavía esa demanda de carácter individual no se había trasladado a una exigencia política del conjunto de las mujeres. Tal vez, al no seguir las enseñanzas del poeta Antonio Machado en aquello de “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, no se había transitado lo suficiente como para configurar un “nosotras” en la lucha por el aborto legal.

      Aunque sin tirar demasiado de la piola, está claro que hubo una inclinación de la balanza: el 39 por ciento de las encuestadas consideraban que no proseguir un embarazo quedaba en manos de las mujeres, mientras que un 14 por ciento reservaba esa decisión a la pareja. Frente al resultado de los datos obtenidos, Victoria no quedó del todo conforme: “Si bien algunas se inclinan por el aborto, otras tantas no contestan. Sin profundizar demasiado, llama la atención el hecho de que en la realidad ocurra precisamente lo contrario”. Y agregaba que “las estadísticas disponibles acerca del aborto clandestino, con sus cifras abultadísimas, corroboran nuestras palabras”.

      En principio, su información partía de la realidad local pero sin aportar mayores puntas para un rastreo de las fuentes invocadas que permitiese localizar esos registros. Ahora bien, en dirección a lo forjado por el ideario feminista de otras latitudes, en especial el anglosajón, y al igual que sus pares argentinas, Victoria Ocampo proponía que el aborto fuese libre y gratuito. En este sondeo de opinión, a diferencia de la práctica abortiva aquí sí había respuestas unánimes acerca de la necesidad de una educación sexual. De ahí que su optimismo la autorizara a proyectar: “No es aventurado entonces formular la hipótesis, a la vez una expresión de deseo, de que las hijas de las encuestadas, correctamente guiadas e informadas, tal vez logren vivir y asumir de un modo más adulto y libre de tensiones su sexualidad”.

      No cabe duda de que Victoria se reunía con mujeres preciosistas a la usanza británica del five o’clock tea, que era una anfitriona excepcional con sus invitados de prestigio internacional, como Rabindranath Tagore, Waldo Frank o José Ortega y Gasset y, al mismo tiempo, que le gustaba la compañía de las chicas osadas con ánimo coloquial. Incurrir en cuestiones de un filo tenso era parte del dominio de la escena pública en su totalidad.

      Volviendo a la consulta: en ella asomaban otros puntos predominantes como picos de un iceberg: el matrimonio como un ideal de la realización femenina, la fidelidad conyugal y las experiencias sexuales previas al casamiento.

      En el segundo tramo del cuestionario, las mismas preguntas hechas a mujeres anónimas ahora estaban dirigidas a figuras con una trayectoria pública, conocidas de tertulias y cenáculos porteños por tratarse de escritoras, actrices, periodistas, científicas, pintoras, profesoras y cineastas, es decir, celebridades escapadas del severo tutelaje patriarcal. En un redondeo de cifras, Ocampo conquistó 49 respuestas, un récord para la época. Las elegidas fueron las excepcionales que brillaban por su propio colorido y por su voz en alto.

      La escritora Mirta Arlt expresó: “Las leyes deben estar en manos de quienes manifiestan probada capacidad para no considerar a la mujer como la incubadora primera y más funcional de la humanidad”. Mientras, la psicóloga Eva Giberti dijo: “No creo que las mujeres no hayan tenido ni voz ni voto: son ellas quienes se someten al aborto y son sus actoras principales. Tenemos el derecho a decidir acerca de los abortos aunque estemos limitadas por imposiciones sociales, culturales y legales. También tenemos derecho a recibir asistencia profesional, responsable y legal sin necesidad de recurrir a maniobras peligrosas. Pero antes que ello tenemos derecho a ser informadas acerca de la anticoncepción”. Por su parte, la fundadora del Movimiento Feminista en 1906, Alicia Moreau, declaraba: “El aborto es una consecuencia no querida, no ha habido cálculo previo. La mujer lo elige porque no está dispuesta a asumir todas las responsabilidades, limitaciones y compromisos que significa un hijo. No creo que la ley pueda aceptar el rechazo de una responsabilidad de esa índole”.

      A su vez, la escritora Marta Lynch afirmaba: “Hasta ese momento y después, de todas maneras, el aborto debe dejar de ser tabú para entrar en la categoría de una operación quirúrgica más, tanto más simple cuanto más francamente se la encare. Nadie se espanta cuando el jardinero troncha yema y ramas para que la planta crezca mejor”. Y entre tanto, la destacada poeta Alejandra Pizarnik resolvía la cuestión de esta manera: “Esta pregunta hace referencia a un estado de cosas absurdo. Cada uno es dueño de su propio cuerpo, cada uno lo controla como quiere y como puede. Es el demonio de las bajas prohibiciones quien, amparándose en mentiras morales, ha puesto en manos gubernamentales o eclesiásticas las leyes que rigen el aborto. Esas leyes son inmorales, dueñas de una crueldad inaudita”. Por último, María Luisa Bemberg demandaba una posición más enérgica frente al reclamo de los derechos: “La mujer no tiene voz ni voto en algo que le concierne vitalmente por su propia culpa, por su milenaria mansedumbre y pasividad. La mujer se siente inferior al hombre y prefiere que sea él quien mande en su casa y en el mundo”. (15)

      Si bien estos testimonios no tenían una intención precisa de salir a defender en público el derecho al aborto legal, igualmente pueden ser enlazados con las históricas campañas feministas llevadas a cabo bajo el pronunciamiento del “Yo aborté” de esos años, en Estados Unidos, Francia, Bélgica, Inglaterra e Italia. Seguro que ninguna de las entrevistadas intentaba visibilizar la práctica

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