Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz

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Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo - Creusa Muñoz

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      FRANCIA: ELEGIR LA CAUSA DE LAS MUJERES

      Entre tanto, el activismo feminista galo se impregnó de un radicalidad similar a la estadounidense y al amparo de los tesoneros movimientos de izquierda, estimulado además por los acontecimientos de Mayo del 68 en París. Nació así el Mouvement pour la Libération des Femmes (MLF), en parte como herencia de la gran movilización que provenía de los grupos estudiantiles, de los círculos intelectuales y artísticos. En términos políticos, clamaban por acciones relacionadas con el cuerpo, es decir, una política sexuada dirigida a sus congéneres para alcanzar la autonomía y la identidad femenina.

      Las Feministas Revolucionarias optaron por la protesta pública como estrategia de actuación, pusieron énfasis en la identificación e identidad de las mujeres. Hicieron hincapié en el orden de las sexualidades, en el control de la natalidad y en la libertad de decidir como modo de erosionar el dominio masculino sobre sus propios cuerpos. En 1970, se lanzaron a implementar iniciativas performáticas que visibilizaran sus protestas para alcanzar la legalización del aborto. Evidentemente, no se equivocaron al adoptar metodologías de acción directa. Por ejemplo, una apelación al recuerdo consistía en la irreverente toma de lugares evocadores del honor patriótico que las llevó a colocar una corona de flores para la esposa desconocida sobre la lápida del soldado desconocido en el Arco de Triunfo. Esta acción fue percibida como un gesto de sacrilegio que ridiculizaba lo sagrado del universo francés, al ultrajar el ideario de coraje y de entrega de la vida masculina dentro de la lógica patriarcal que glorifica tanto la guerra como la muerte. La presencia de activistas que reclamaban el reconocimiento de las mujeres en tales atrios de orgullo nacional provocó la consternación y el rechazo generalizado. Otro giro de impertinencia resultó la marcha sobre la Bastilla, en 1971, un espacio emblemático de la historia francesa, para reclamar el derecho al aborto y al uso y difusión de los métodos anticonceptivos.

      En ese mismo año impugnaron el significado del “Día de la Madre” y reivindicaron los derechos de las madres solteras. A la vez, denunciaron los crímenes contra sus pares en una marcha en París donde promovieron con otros grupos de todo el mundo el Tribunal Internacional sobre los Crímenes Contra las Mujeres.

      Cientos de famosas y destacadas de las artes, la literatura y las ciencias, tales como Jeanne Moreau, Christiane Rochefort, Violette Leduc, Dominique Desanti, Catherine Deneuve, Marguerite Duras, Monique Wittig y las propias Gisèle Halimi y Simone de Beauvoir firmaron el histórico documento conocido como el “Manifiesto de las 343 salopes”, atorrantas o putas, en castellano. Fue publicado en la revista Le Nouvel Observateur, el 5 de abril de 1971. Cuenta una leyenda que la idea surgió de Jean Moreau y la concretó la pluma de Simone. La verdad, no interesa demasiado quién fue su mentora, lo importante es que esta propuesta atesoró una significativa repercusión a nivel mundial. Las 343 salopes declaraban haber abortado y se exponían a ser sometidas a procesos legales hasta correr el riesgo de terminar en un calabozo. Además, reclamaban que el aborto fuera gratuito y libre durante las diez primeras semanas de gestación. Este accionar fue considerado el paradigma de la desobediencia civil, al menos en Francia. Ellas planteaban lo siguiente:

      Un millón de mujeres abortan cada año en Francia.

      Ellas lo hacen en condiciones peligrosas a causa de la clandestinidad a la cual están condenadas, cuando esta operación practicada bajo el control médico es de las más simples. Se sume en el silencio a este millón de mujeres.

      Yo declaro ser una de ellas.

      Yo declaro haber abortado.

      Mientras las movilizaciones se expandían por todo el país, surgió el Movimiento de la Liberación por el Aborto y la Contraconcepción (MLAC), que abrió clínicas abortistas ilegales. Luego de la acción de visibilidad llevada a cabo por las feministas, en 1973, irrumpió un manifiesto de 345 médicos que admitían haber practicado abortos. Por lo tanto, se declaraban a favor de interrumpir los embarazos en hospitales públicos. En consecuencia, en enero de 1975, el parlamento galo aprobó la ley que despenalizaba el aborto durante las diez primeras semanas de gestación, siempre con el consentimiento de un profesional de la salud. Fue presentada por la diputada Simone Veil, abogada superviviente del Holocausto, durante la presidencia de Valéry Giscard d’Estaing.

      Luego de aquella victoria, el MLAC se oscureció durante un período hasta que decidió retornar a la política del socorrismo en la clandestinidad frente a las limitaciones que presentaba la norma legal, que no consideraba los casos de las mujeres que no cumplían con determinada edad como tampoco el caso de las extranjeras. Sumado a ello, se presentaba además la objeción de conciencia por parte del cuerpo médico que se oponía a realizar abortos. De allí que el feminismo haya retomado el accionar directo y atendido cuestiones en las que no reparaba la ley. Efectivamente, una vez visto cómo se desencadenarían las tensiones por lo no contemplado, el activismo logró resolver a su manera las dificultades presentadas.

      De esta manera, miles de mujeres en revuelta salieron a las calles con el emblema feminista de las manos en forma de triángulo, que representa la vagina. Por más que haya pasado el tiempo, resulta imposible olvidar el conmovedor salvataje entre las mismas y la capacidad de configurar redes y articulaciones para una conquista tan anhelada. Como una corriente caudalosa que no admite contención, estos dos acontecimientos analizados en Francia (lo mismo sucedió en Italia), acompañaron estas tres últimas décadas a una cantidad numerosa de países en América Latina, con una tradición de lucha frágil y discontinua relacionada con las sexualidades y los géneros. Por ejemplo, las triunfantes campañas del “Yo aborté” siguen alimentando anhelos de conquistas y de ahí su constante replicar de maneras disímiles, pese a los obstáculos y las prescripciones tanto del orden jurídico como consuetudinario, para quitar

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