Nueva antología de Luis Tejada. Luis Tejada

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Nueva antología de Luis Tejada - Luis Tejada

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junta y cohesiona cosas irreales, injustas o falsas, aplicándoles una forma de teoría superficialmente aceptable: “El Sr. Ministro de Gobierno no dio la orden de disparar, yo tampoco la di; es natural averiguar quién la dio; pero si resulta que tal orden no fue dada, ello no debe hacer inexplicables los hechos, pues un militar armado tiene derecho a usar del arma que se le quiere arrebatar y de impedir con ella que se quebrante su consigna”.

      Veamos: el Sr. Suárez rechaza rotundamente el cargo de haber dado orden de disparar. En estas circunstancias un cargo semejante no se rechaza sino cuando no es honroso. Si el dar orden de disparar contra el pueblo, en aquellas condiciones, estuviera dentro de las leyes, dentro de la moral práctica y dentro de los “elementales principios de derecho natural y positivo”, el Sr. Suárez hubiera aceptado ese cargo. Algo injusto, algo delictuoso, algo terrible habrá en ello, cuando el Presidente de la República, Jefe del Ejército, se lava apresuradamente las manos, y lava las manos probablemente criminales de su Ministro de Gobierno. Hay quienes oyeron y vieron cuándo y cómo el Ministro de Gobierno dijo: ¡Maten! En la conciencia del público está la seguridad de que esa orden vino de altas esferas. Sin embargo, el jefe del Gobierno echa el peso de la acusación sobre el Ejército, sobre una masa anónima de autómatas, sobre una colectividad en quien no podría hacerse efectiva la investigación. El jefe del Ejército rebaja al Ejército a la categoría de una horda ciega, sin disciplina, sin cabeza disponedora, que actúa cuando se le antoja y como quiere, el jefe del Ejército sienta el precedente inmoral de que el Ejército puede, al menor intento de disturbio, a la más mínima insinuación de atropello, obrar contra alguien, sin esperar una orden superior, por el solo hecho de verse atacado. Qué pensarán de esto las sombras de aquellos heroicos soldados de un batallón colombiano, que esperó en Ayacucho, impasible, bajo una lluvia de balas diezmadoras, hasta que el jefe diera a su tiempo la orden de vencer. Sin duda, el bravo coronel Salvador Córdoba no profesaba las mismas teorías militares que profesa el Sr. Suárez y practica el general Sicard Briceño.

      La base de toda institución militar es la disciplina rígida, inquebrantable. El Presidente de Colombia, sin embargo, se ha encargado de retorcer el axioma, probándonos lo contrario. Pero con sus palabras el Sr. Suárez no solo lesiona el concepto civilizado de Ejército, sino que desvirtúa también algunos principios sagrados que el insigne retórico ha olvidado ya sin duda; pero estamos seguros de que en el silencioso Seminario de Medellín se cursan los primeros rudimentos de Ética y se lee, además, con cuidado, a los santos padres de la Iglesia: el concepto de inviolabilidad de la vida humana, de respeto al prójimo, de consideración, de caridad, y hasta aquel inútil “Amaos los unos a los otros” que dijo un olvidado ciudadano de Galilea, a quien el Sr. Suárez ha dispensado públicamente grandes elogios.

      Rigoletto, “Editorial”, Barranquilla, 3 de abril de 1919.

      22 Con esta crónica, comienza Tejada su condena a la represión cruenta que el gobierno del presidente Marco Fidel Suárez hizo de una manifestación de artesanos en Bogotá, el 16 de marzo de 1919. Esta condena la prolonga en la crónica siguiente, “Obreros”. Nótese la insistente y despectiva evocación del “Sr. Suárez”.

      23 Se refiere al ex presidente Carlos E. Restrepo (1910-1914), que gobernó liderando un movimiento de conciliación entre los partidos políticos, conocido como la Unión Republicana.

      Obreros

      La huelga de Girardot, que adquiere proporciones considerables según dicen los telegramas, prolonga aún la actualidad que los últimos sucesos capitalinos dieron al problema obrero, actualidad que no se ha aprovechado convenientemente para estudiar y discutir a fondo ese problema.

      En las frívolas circulares oficiales y en los terribles discursos de la prensa, preocupados unos y otros por echarse la culpa de un infausto acontecimiento, se ha pasado con imperdonable ligereza sobre el carácter íntimo de aquel trágico suceso, que no implicó tal vez la exteriorización del odio de un pueblo a un gobierno, ni fue seguramente una mera agitación política, sino más bien el principio de una serie de conmociones puramente sociales que se irán sucediendo, cada día con más poderosas proporciones.

      Alguien dijo que en Colombia, donde no hay capitalismo, no existe tampoco una clase proletaria, perfectamente definida. Eso está bien, pero no significa que aquella clase no vaya a existir algún día, tal vez más cercano de lo que muchos pudiéramos creer.

      Este país va orientándose lentamente por una vía de industrialismo: poco a poco las fábricas se multiplicarán, las maquinarias crujirán en los talleres, las empresas más diversas florecerán en todas partes, y esto traerá un aumento proporcional y correspondiente del elemento obrero, y un robustecimiento del capitalismo, ya que la riqueza se irá acrecentando y concentrando. Entonces se hará una diferenciación perceptible entre esas dos clases que hoy apenas se insinúan vagamente. Esa diferenciación, o traerá la oposición lógica entre el proletariado y el capitalismo, y veremos en nuestras ciudades hoy silenciosas la lucha de clases, con los caracteres trágicos que asumió en un tiempo, y asume todavía, en todas partes: en Buenos Aires, en Berlín, en Nueva York, en Petersburgo. ¡Aún presenciaremos muchas jornadas de Marzo, aún las ametralladoras y las bocas negras de los fusiles rugirán en las calles y habrá más sangre y más lágrimas!

      El obrerismo, hasta ahora incipiente y disgregado, por el ejemplo del extranjero quizá, ya por convicción natural, va adquiriendo ya conciencia de su fuerza, se congrega, se organiza, exige y amenaza, y hasta empieza a constituirse en partidos que tratan de incorporarse a las grandes asociaciones socialistas mundiales.

      Quienes no simpatizan del todo con las teorías socialistas y difieren en opinión y en ideales de los programas propuestos por aquellas grandes masas, pero siguen con alguna curiosidad expectante el prodigioso movimiento social que, desde la Revolución Francesa, invade el mundo como una avalancha y está destinado a triunfar, esperan con cierto angustioso estupor el advenimiento de los grandes sucesos que se cumplirán en el país, como consecuencia inevitable de la evolución popular y el resultado final que en el mundo entero tendrá el formidable incremento que el obrerismo está adquiriendo y adquirirá aún después de la guerra.

      Los obreros y las mujeres constituyen las dos poderosas fuerzas sociales que se han definido hoy, con rasgos enérgicos. Ya Míster Wilson proclamó la llegada a primera línea, después de un éxodo oscuro de siglos a través de la historia, de esos hombres humildes, de manos encallecidas, que son tenidos al fin como algo influyente y considerable en la resolución de los destinos humanos. Pero Míster Wilson no se atrevió a profetizar hasta dónde llegará esa influencia temible.

      En su anhelo de reivindicación, en su ansia de libertad, después de una opresión milenaria, el hombre de la azada, del martillo o del escoplo, es duro, es cruel cuando llega por cualquier camino que sea al ejercicio del poder. Empieza por imponer sus condiciones al capitalista y al gobernante y concluye, como en Rusia, por ahogar en sangre, con razón tal vez, las viejas aristocracias.

      Sólo que después suele constituirse en César, más sañudo, más implacable, más férreo que el autócrata. Entonces llega el gobierno de los Sóviets. La tiranía de la Democracia.

      Rigoletto, “Editorial”, Barranquilla, 9 de abril de 1919.

      El Ejército

      El Pueblo editorializa anteayer contra nosotros, a propósito de unas consideraciones que expusimos aquí sobre el Ejército. No recordamos ya precisamente en qué consistieron los argumentos del colega, pero estamos seguros de que nos dejaron una impresión de frivolidad y de descuido. En todo caso, al transcribir algunos párrafos de nuestro editorial, insertándolos entre sus objeciones, quien nos combate hace la mejor defensa nuestra colocando paralelamente lo que dijimos y lo que él dice. Al discernimiento

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