Nueva antología de Luis Tejada. Luis Tejada

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Nueva antología de Luis Tejada - Luis Tejada

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Colombia un hermoso campo inviolado, una palestra provocativa a la que podrían dirigirse las actividades de las juventudes que llegan. Quisiera arriesgar unos cuantos conceptos acerca de ello; ¿pero no es ese un asunto lo suficientemente interesante y extenso para escribir sobre él un libro de muchas páginas? Y, además, esos comentarios que deben ser serios y meditados no cabrían dentro del espíritu ligero de estas modestas glosas en que se habla sólo de cosas triviales. Por eso no quisiera abandonar el pequeño tema primitivo: decir dos palabras sugeridas por lo que se ha escrito aquí, a propósito de la muerte de un conocido dramaturgo francés, y sacar algunas deducciones insignificantes.

      Hoy, abriendo el correo del interior, he visto un artículo de Eduardo Castillo sobre Rostand. El poeta bogotano nos dice, casi tímidamente y después de mencionar a M. de Gourmont, algo que muchos barruntábamos ya: que el Sr. Rostand fue sin duda un poeta “un poco vacío”, pero deslumbrador; trata de explicar la gloria inusitada que adquirió en Francia, en cierta época, el popular dramaturgo a quien pueden aplicarse justamente varios adjetivos sugestivos: pomposo, aparatoso, brillante; y luego nos habla de sus hermosas corbatas, de sus automóviles y de sus caballos de sangre árabe. Esta última parte que se refiere a las costumbres y los caprichos personales del Sr. Rostand, me ha hecho pensar, una vez más, en la importancia muy visible que nuestros críticos conceden al detalle biográfico. Lo único que muchos sabemos, por ejemplo, del Sr. Barbey d’Aurevilly, es que ese estimable caballero solía usar unos chalecos demasiado despampanantes; también sabemos del Sr. Catulle Mendes que gustaba de salir a la calle sin sombrero y en mangas de camisa. ¿Y quién no se ha deleitado leyendo algunas insustanciales relaciones de la vida íntima de D’Annunzio o de las extravagancias de M. Bernard Shaw? Yo creo que todas esas notabilidades americanas, los Ugartes, los Ingenieros, los Dominicis, los Gómez Carrillos que asaltaban algunas capitales europeas a caza de amigos ilustres, todos esos mulatos flamantes y cronistas bulevarderos que gustaban de averiguar concienzudamente qué clase de medias calzaba el Sr. Rostand y cuántas camisas de seda gasta el Sr. Barrés, han influido para que nuestro público intelectual tome cariño al detalle biográfico y descuide totalmente la crítica de las obras y de las ideas.

      ¡Las ideas! Es que, hay que confesarlo, a nosotros no nos interesan las ideas. Sólo nos sugestionan los hombres y sus vidas más o menos pintorescas. Hay una pereza intelectual, estamos todos contaminados de un terrible miedo a pensar que nos empuja a las frivolidades y nos aparta del análisis. Hace pocos días, el Dr. Luis López de Mesa publicó un interesante libro. A propósito, varios conocidos literatos hablaron del Dr. López de Mesa. ¿Pero se dijo algo del libro? ¿Se comentaron las ideas expuestas en el libro? Tal vez don Enrique Restrepo, el único, se ocupó del libro con demasiada benevolencia quizá. Pero todos los demás nos dijeron que el Dr. López es un joven muy distinguido. En lo cual estamos de acuerdo.

      El Universal, “Glosas insignificantes”,

      Barranquilla, 24 de diciembre de 1918.

      19 Fue imposible hallar la primera parte de este texto.

      Crónicas y editoriales de 1919

      La Nación de Barranquilla, columna “Cotidianas”

      Rigoletto de Barranquilla, “Editorial”

      Parece que un grupo de ciudadanos, que ignoro precisamente a qué partido pertenece, quiere iniciar en Barranquilla un movimiento de abstención electoral.

      En todo el país se hace sentir hoy también, con alarmante intensidad, esa corriente de abstencionismo: hombres prestigiosos pertenecientes a todas las congregaciones políticas y desde diversos centros de la nación se atreven a aconsejar a los ciudadanos que se eximan de participar en la elección de sus legisladores o de sus mandatarios. Y por eso, lentamente, va penetrando en las masas el concepto de que la indiferencia por los asuntos de la República es la mejor norma de conducta. Gentes de todas las categorías alardean de un terrible escepticismo político y proceden a la amputación vergonzosa de sus derechos.

      Creo que es este un grave síntoma de descomposición social, de perversión de las virtudes cívicas, de relajamiento completo de ciertas nobles cualidades morales. El voto libre es el signo que marca el más alto grado de perfección a que han llegado las sociedades; el ciudadano que introduce espontáneamente una sencilla papeleta en la urna electoral, evidencia ante el mundo su rango de hombre libre, y adquiere sobre todos los seres el nivel eminente que corresponde a su inteligencia consciente y superior.

      Yo, para conmoveros, no invoco la Patria, esa cosa vaga y sentimental de que se hace uso tan eficaz en los discursos; invoco el egoísmo personal de cada uno para decir que, sin interés, sin crítica, sin acción, sin preocupación por la buena marcha de los negocios públicos, que son íntimamente nuestros, puesto que influyen y deciden en nuestra vida privada, ¿cómo podríamos llegar a alcanzar cierta relativa felicidad individual? Además, para el hombre culto, la lucha, la agitación, el chocar de ideales contra ideales, el placer del vencimiento o la angustia de la derrota cívica, vienen a llenar una necesidad espiritual.

      Antes de dejarnos invadir de un peligroso marasmo búdico, deberíamos aunar todos nuestros esfuerzos para restablecer una desarmonía lógica y profunda entre los partidos; crear otra vez, renovado y fuerte, el antiguo espíritu de partidarismo. Partidarismo: fervor por las ideas, amor y odio fecundos.

      La Nación, “Cotidianas”, Barranquilla, 15 de enero de 1919.

      20 Esta crónica y la siguiente constituyen la pequeñísima muestra de la columna “Cotidianas” que logramos reunir de los escasos ejemplares que se conservan de La Nación de Barranquilla, 1919.

      Don Fidel Cano

      Apenas se supo la dolorosa noticia de la muerte de don Fidel Cano, el señor Presidente de la República, que viajaba entonces a bordo del vapor fluvial Pérez Rosa, expidió un decreto de honores, sereno y ecuánime, que enaltece al mandatario y hace justicia a la memoria del insigne patricio desaparecido.

      Cuando el castizo escritor, que es al mismo tiempo primer Magistrado de la nación, llama al gran periodista muerto “modelo de ciudadanos” creemos que quiso dar a este último vocablo cierto sentido elevado que debe tener en la vida republicana: ciudadano, aquel que ha acumulado un número máximo de virtudes cívicas y privadas, el hombre perfecto en sus relaciones con la patria, con la ciudad, con la familia y con el prójimo.

      Don Fidel Cano era, además, y lo seguirá siendo en la historia del país, uno de aquellos raros hombres públicos que han surgido sin mácula del turbio torbellino de nuestras luchas democráticas. En su agitada vida de trabajo de combate, llena de triunfos bravos y de gloriosas derrotas, supo alcanzar un altísimo grado de valor moral suficiente para no contaminarse del lodo de las pequeñas ambiciones, en férvidas épocas de confusión en que todos los rectos senderos de la justicia y de la virtud se borraban al paso de las pasiones desenfrenadas. Por eso, don Fidel Cano no es ya sólo una gloria del partido al que pertenecía; lentamente fuese saliendo su nombre del radio de admiración de sus copartidarios para entrar a ser admirado y respetado por todos aquellos matriculados en cualesquiera asociaciones políticas que profesan, antes que el amor al partido, el amor a la patria y a los verdaderos hombres de la patria. Su nombre, pues, es un nombre nacional, es lo que pudiéramos llamar un nombre símbolo. Porque, siempre, quienes quieran personificar algo que deba ser como un “modelo de ciudadanos”, quienes quieran simbolizar, en dos sencillas palabras, un vago ideal de perfección moral a que todos aspiramos, acudirán al nombre de este patricio para izarlo como una bandera de bondad.

      Hoy, como siempre, el tiempo ha vencido a la carne, y el cuerpo austero de don Fidel Cano no

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