La fé que mueve montañas. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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El Maestro Peter Deunov decía también: “Es preciso que el hombre interiormente lleve estos tres vestidos: la esperanza que es el vestido humano, la fe que es el vestido angélico, y el amor que es el vestido divino. Llamo santo a todo hombre que lleve los tres vestidos de la esperanza, la fe y el amor…” y aún dijo: “La esperanza resuelve la cuestión de un día, la fe resuelve la cuestión de siglos, y el amor es la fuerza que abraza la eternidad...” ¿Por qué el Maestro dice que la esperanza resuelve la cuestión de un día? Esto enlaza con el pasaje del Evangelio que os citaba anteriormente, cuando Jesús decía: “No os preocupéis por el mañana, el mañana se ocupará de sí mismo. A cada día le basta su pena...” Veis, todo se sostiene.
La fe, la esperanza y el amor... ¿Cuántos de nuestros contemporáneos recurren a estas virtudes para resolver los problemas de su vida cotidiana? Confían en el progreso de las ciencias y de las técnicas, en los seguros, en los tribunales, etc... pero la fe, la esperanza y el amor, ¡pfff!, fueron buenos en el pasado, en la Edad Media... ellos, sin embargo, son hombres y mujeres modernos. De acuerdo, pero ya verán... podrán comprobar si las ciencias, las técnicas, los seguros, les permiten resolver todos los problemas y les darán la felicidad. No digo que debamos regresar al pasado y rechazar todas las innovaciones. Si el Espíritu universal que dirige la evolución de las criaturas, ha permitido que la humanidad tome esta dirección, no es sin razón, es porque cree que estas experiencias son necesarias y considera que la humanidad debe pasar por ellas. Cuando haya vivido estas experiencias, regresará hacia el Creador, más sensata, enriquecida por todas estas nuevas adquisiciones. El hombre creado “a imagen de Dios” debe desarrollarse en todas las direcciones para poder parecérsele un día. Para conseguirlo, es preciso que su fe, su esperanza y su amor sean puestos a prueba en la materia, con sus trampas y seducciones.
Aquel que vive según la fe, la esperanza y el amor, vive según las leyes universales. Con la fe, la esperanza y el amor construiréis vuestra existencia. Apelad a estas fuerzas cósmicas en vosotros y pedidles su ayuda, hacedlas vuestras consejeras, puesto que es así como llegaréis a ser verdaderamente útiles a vosotros mismos y al mundo entero.
1 “Sois dioses”, Parte II, cap. 3: “Las tres grandes tentaciones”.
2 “Sois dioses”, Parte III, cap. 4: “El sol, imagen de Dios e imagen del hombre”.
II
LA FE QUE MUEVE MONTAÑAS EL GRANO DE MOSTAZA
Cuando vemos que alguien se lanza en un proyecto con convicción, entusiasmo y tenacidad, solemos decir: “Tiene una fe capaz de mover montañas...” Los que utilizan esta expresión quizás hayan olvidado, o incluso alguno nunca lo haya sabido, que tiene su origen en los Evangelios. Un día en que Jesús reprochaba a sus discípulos su incredulidad, les dijo: “Si tuvierais la fe de un grano de mostaza, diríais a esta montaña: Desplázate de aquí a allá, y se desplazaría...” Pero ¿cómo podemos interpretar estas palabras?
Había una vez una vieja aldeana que estaba molesta porque una pequeña colina le impedía la vista del lugar. Cada mañana, cuando abría sus postigos, no podía dejar de echar pestes contra esta colina. Ya anciana y casi impedida, no podía guardar como antes su rebaño de vacas en el prado; si esta desdichada montaña no estuviera ahí, podría por lo menos ver a sus vacas desde su ventana. Pues he ahí que un domingo por la mañana, en misa, el cura comentó largamente en su sermón el versículo siguiente: “Si tuvierais la fe de un grano de mostaza, diríais a esta montaña...” Muy contenta, se dijo para sí misma que finalmente había encontrado la solución. Por la noche, al cerrar sus ventanas, hizo una corta oración y luego se dirigió con tono firme a la colina: “Mañana, cuando me despierte, no quiero verte más aquí, ¿me oyes?” Después se acostó tranquilamente. Al día siguiente, al despertarse, fue rápidamente a abrir sus postigos: la colina no se había movido. Después de manifestar su decepción, terminó refunfuñando: “Pero no me extraña, ya me lo suponía...”
Evidentemente, esta vieja mujer tenía razón en dudar, puesto que jamás nadie ha podido mover una montaña, y Jesús nunca nos ha pedido cambiar las montañas de sitio. Hay que comprender simbólicamente esta imagen. La prueba de que es simbólica, es que Jesús mismo jamás se ocupó de desplazar montañas, y nadie tiene el derecho de hacerlo. De hecho, ¿por qué habría que hacerlo? ¿Y qué sucedería si tuviéramos que medir la fe de los humanos con su poder en mover montañas? ¡Qué trastornos en el relieve, en los climas! Los ríos, los lagos cambiarían también de sitio, y todo lo que esto conllevaría. Hay pues que dejar tranquilas a las montañas: allí donde están tienen su misión a cumplir.
Pensáis: pero entonces, ¿por qué Jesús habló así? Incluso en otro pasaje de los Evangelios, dice a sus discípulos: “Si tenéis fe y no dudáis, cuando digáis a esta montaña: Quítate de ahí y arrójate al mar, así se hará...” ¿Cómo comprender este pasaje si Jesús no explicó nada? Acordaros de que al final de su Evangelio, san Juan revela que si se tuviera que relatar con detalle todo lo que Jesús dijo e hizo, el mundo no podría contener los libros que se escribirían... Incluso aunque esto sea exagerado, demuestra que los Evangelios están lejos de ser completos: no dan más que el esqueleto de la enseñanza de Jesús, y es a nosotros a quienes nos corresponde poner la carne sobre este esqueleto bajo la luz de la Ciencia iniciática.
Así pues, puesto que no se trata de montañas físicas, ¿de qué montañas habla Jesús? De nuestras montañas interiores, psíquicas... Sí, todos los obstáculos, todas las dificultades que hemos dejado acumular en nosotros, he ahí las montañas que obstruyen nuestro camino y nos impiden avanzar. Diréis: “De acuerdo, hemos comprendido: esta imagen de la montaña pertenece al plano psíquico. Pero, ¿acaso nuestra fe, aunque sea muy potente, bastará para desplazar de una sola vez una montaña de dificultades y de problemas acumulados desde encarnaciones y encarnaciones?”3 ¿Y quién os habla de desplazarlas de una sola vez? Si supierais interpretar la imagen del grano de mostaza, comprenderíais que Jesús no dice esto.
Trasladémonos a otro pasaje de los Evangelios donde Jesús también habla del grano de mostaza: “El Reino de Dios es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando crece, es mayor que las hortalizas y llega a ser un árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen a habitar en sus ramas...” El grano de mostaza es minúsculo, si pero, ¿qué se hace con una semilla? La sembramos y una vez en tierra, germina, crece... lo que es importante en esta imagen de la semilla de mostaza utilizada por Jesús, es que se trata de una semilla, y que una semilla está hecha para ser sembrada. Una vez puesta en tierra, no permanece inactiva: si está sana y es de buena calidad, germina y se convierte en un árbol. Pero no de pronto: requiere tiempo.
Aquellos que leen la parábola de Jesús se sienten sorprendidos, sobre todo, por la desproporción que existe entre la altura de la montaña y la de la semilla, porque una montaña es enorme y un grano de mostaza es minúsculo, y puesto que se detienen ahí, no pueden interpretar correctamente esta parábola. Para interpretarla correctamente, es preciso, en primer lugar, reflexionar sobre la naturaleza y las propiedades de la semilla. Si el hombre cuya fe tuviera solamente el grosor de un grano de mostaza, pudiera un día mover montañas, es porque este grano, una vez sembrado en su corazón, en su alma, crece y se desarrolla. Cuando se convierte en un árbol, los pájaros del cielo, es decir, todas las entidades luminosas del mundo invisible vienen a habitarle. Y estas entidades no llegan con las manos vacías, traen regalos del Cielo: la sabiduría,