La fé que mueve montañas. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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La fe es pues comparable a una semilla que hay que sembrar, pero evidentemente, no se trata de cualquier semilla. Esta semilla que se convertirá en un árbol en el cual los pájaros del cielo vendrán a habitar, no es tan fácil de reconocer; y por el contrario, ¡es muy fácil confundirla con las semillas de creencias y de supersticiones de todas clases! He aquí porqué los cristianos todavía no han movido muchas montañas. Así pues, lo primero que hay que hacer, es aprender a reconocer esta semilla que es la fe.
3 “Sois dioses”, Parte IV, cap. 2: “La reencarnación”, I: “La enseñanza de los Evangelios”.
4 “Sois dioses”, Parte I, cap. 1: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, y Parte, cap. 3: “De la semilla al árbol”.
III
FE Y CREENCIA
Un día, un cura dirigiéndose a sus feligreses que en su mayoría eran ricos, les dijo: “Hermanos, cómo podéis ver, nuestra iglesia es vieja y necesita ser restaurada; pero como ello cuesta mucho dinero, deberíamos pensar qué podemos hacer...” Los feligreses contestaron al unísono, que rogarían a Dios para que les ayudara a encontrar el dinero necesario. “¿Cómo? – dijo el cura indignado –, sois multimillonarios y, ¿queréis molestar al Señor para obtener una suma de dinero que os es tan fácil de conseguir por vosotros mismos?”
Pues bien, esto es a lo que muchos creyentes llaman fe: reclaman la intervención divina para arreglar sus asuntos, cuando ellos podrían desenvolverse muy bien solos si se decidieran a hacer lo que es preciso. Cuando los humanos son un poco altruistas, rezan por la paz en el mundo, para que haya menos desgraciados... Pero sobre todo, cuentan con el Señor para asegurar su bienestar, su comodidad, su seguridad. Alguien va de vacaciones, una oración: “Señor, guarda mi casa...” Pero he aquí que a la vuelta, descubre que la casa ha sido “visitada”. Entonces se enfurece y se pregunta porqué el Señor no se quedó allí, fiel en su sitio, vigilando. Pues sí, el Señor es un portero, debe vigilar la casa mientras que él, “el dueño”, se pasea...
Diréis: “¿Pero acaso la oración no es una expresión de nuestra fe?... ¿No hay que rezar?...” Sí, hay que rezar. Pero rezar no consiste en dirigir reclamaciones al Señor.5 El Señor nos ha dado todos los medios materiales y espirituales para cubrir nuestras necesidades, e incluso las de los demás, y la oración sólo nos debe servir para elevarnos a fin de encontrar estos medios. Hace ya tiempo que Dios hizo su “trabajo”, si se puede decir así; no es Él quien ahora debe procurarnos lo que nos falta, nos corresponde a nosotros buscarlo. ¿De qué sirve rogarle que nos dé salud o el afecto de los demás, si seguimos llevando una vida que nos enferma o nos vuelve antipáticos? Y ¿de qué sirve rezar por la paz si continuamos transportando en nosotros mismos verdaderos campos de batalla?...
Es cierto que la oración es una manifestación de la fe, pero la fe debe ser comprendida como esta fuerza que empuja al hombre a ir más allá, a superarse. Sólo que hay una fe inspirada por el esfuerzo, la actividad, y una fe inspirada por la pereza. ¡Cuánta gente llama fe a lo que en realidad no es más que una creencia o incluso una confusión!
Para justificar sus torpezas, sus errores, sus fracasos, alguien os dice: “Ah, pero yo creía que...” Pues si, creía, creía, pero creer sólo ha servido para extraviarle. Y lo más grave, es que este “creyente” seguirá creyendo... y perdiéndose. ¿Hasta cuando? Hasta que aprenda a sustituir sus creencias por la fe, la verdadera fe, la que está fundada en un saber. Instintivamente sentimos la diferencia entre creencia y fe puesto que llegamos a decir: “Yo creo” cuando expresamos una incertidumbre. Cuando decimos: “Creo que vendrá mañana”, en realidad no estamos muy seguros de ello, es una creencia. Y la pregunta: “¿Creéis que...?” significa que exploramos un terreno desconocido. Trabajar sobre lo conocido, o sea, sobre un terreno donde hemos adquirido una larga experiencia gracias a un trabajo pacientemente realizado, esto es verdaderamente la fe.
Tomemos un ejemplo muy sencillo. Un jardinero posee diferentes semillas: las siembra y puede decir, sin temor a equivocarse, que aquí aparecerán lechugas, allá rábanos, etc. Y esto puede verificarse puesto que se trata de un saber fundado en el estudio y la experiencia. Así pues, en sus creencias, muchas personas son como el jardinero que espera cosechar sin haber sembrado nada, o que siembra semillas de zanahorias pensando que verá crecer puerros. Esperan cosas irrealizables porque no poseen ni sabiduría ni experiencia. Sólo podemos recolectar lo que hemos sembrado. Entonces sí, podemos tener fe. Ved como, de nuevo, volvemos a encontrar esta imagen de la semilla utilizada por Jesús en la parábola del grano de mostaza.
No hay pues que hacerse ilusiones. Si encontramos fracasos en lugar de los éxitos esperados, es que no hemos sembrado nada, o no hemos sabido sembrar las buenas semillas. Esto puede comprobarse en todos los ámbitos, incluso en el de la religión. Muchos dicen ser creyentes, espiritualistas, pero cuando vemos en qué condiciones se debaten, uno se pregunta qué es lo que han comprendido. ¿Cómo podemos ayudarles? Sería un progreso si pudieran admitir que se equivocan, que todavía no saben lo que es verdaderamente la fe. En lugar de esto, se indignarán, replicarán con viveza diciéndoos a qué religión pertenecen, en lo que creen; enumerarán las oraciones que recitan, las ceremonias a las que asisten, etc... ¿cómo podéis dudar de su fe? He aquí gente desgraciada, enferma, murmuradora, celosa, agriada; envenenan su vida y la de su alrededor pero, ¡tienen fe!
Pues bien, estos ignorantes no saben que la fe y el éxito van juntos, y por “éxito” entiendo la victoria sobre las dificultades y los obstáculos interiores. No conocen o han olvidado la parábola de Jesús sobre el grano de mostaza: no sólo no han movido montañas, sino que han sido sepultados debajo de ellas. Lo que llaman fe, no son, en realidad, más que creencias o convicciones personales. Ahora bien, a menudo las convicciones no son más fundadas que las creencias. Naturalmente, las convicciones son una fuerza debido a la energía que desprenden. El que está convencido, emite unas ondas que lo arrastran todo a su paso, al igual que la ráfaga de viento se lleva las hojas muertas. Por eso, a menudo, son los insensatos quienes imponen sus convicciones a los demás, ya que, como se suele decir, “no dudan de nada”. Pero, ¿a dónde les llevará esta actitud? No se lo preguntan.
No hay pues que confundir fe y creencia. Desgraciadamente, la mayoría de los que pretenden tener fe, hacen esta confusión: sí, puesto que podemos tener creencias e incluso creencias religiosas, y no tener verdaderamente fe. Tener fe es saber elegir las semillas y sembrarlas en uno mismo: entonces veremos crecer árboles magníficos, y sobre esos árboles cogeremos frutos deliciosos. Si no cosechamos nada, o solamente cardos y espinas, quiere decir que todavía no nos hemos convertido en un buen sembrador, en un verdadero creyente.6
Para diferenciar bien entre fe y creencia, necesitamos criterios. El primer criterio de la fe, es que mejora al ser humano, lo vuelve más estable, más armonioso,