La fé que mueve montañas. Omraam Mikhaël Aïvanhov

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La fé que mueve montañas - Omraam Mikhaël Aïvanhov

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del cielo – es decir, las virtudes, las entidades luminosas – vienen a habitar en sus ramas.

      El Cielo no exige de los humanos que sean perfectos, sino que trabajen para su perfeccionamiento. Un día cada uno debe decirse: “Ahora he comprendido, siembro semillas en mi alma (pensamientos y sentimientos de luz, el amor por un alto ideal), y velaré por ellas sin cesar, las animaré, las regaré, las alimentaré con lo mejor de todo cuanto poseo. Sé que el universo está regido por leyes, y una de estas leyes es que toda semilla acaba dando frutos...” He aquí lo que es verdaderamente la fe. Así pues, sea cual sea vuestra religión, el cristianismo, el islam, el judaísmo, el hinduismo, etc... mientras no comprendáis esta ley, y mientras no la apliquéis, no poseéis la fe, sino solamente unas creencias que no os pueden llevar muy lejos. Mejor dicho, si pueden llevaros muy lejos, pero hacia la pereza, el fracaso, la rebelión, etc...

      Tener fe es construir su existencia sobre bases sólidas porque se conocen las leyes. Quien tiene fe, siente que avanza por un camino bien trazado. Este camino lo ha escogido él mismo, y es él quien decide tomarlo porque ha verificado la ley de causas y de las consecuencias. Y mientras está ocupado en construir algo sólido, bello, no tiene tiempo de ocuparse en estupideces que se cuentan o que se hacen a su alrededor: su atención está concentrada en el trabajo que ha emprendido. Y si ciertas dificultades sobrevienen en su vida, los resultados ya obtenidos por este trabajo le refuerzan y le ayudan a superarlas.

      ¡Hay tanta gente turbada! No están seguros de nada, ven peligros por todas partes porque tienen la sensación de ser arrojados a la existencia como en un engranaje del que desconocen sus mecanismos. Lo que ocurre, es que no saben trabajar con las leyes, y no pueden por tanto despejar el camino para asegurar su futuro. Ahora bien, no podemos construir nuestro futuro con un presente detestable, puesto que no existe una ruptura entre los dos. Mientras no hayamos aprendido a sostener el presente sobre unas bases estables, evidentemente podemos temer cualquier cosa del futuro. ¿Cómo no tener miedo si no sabemos a dónde vamos, si no tenemos ninguna certeza, si estamos en la, oscuridad? La oscuridad es la causa de todos los miedos, allí todo parece amenazante.

      La vida humana puede ser comparada con la travesía de un bosque o la ascensión de una alta montaña. ¡Cuántos esfuerzos a hacer, cuántos peligros a afrontar para llegar al objetivo! Y si atravesamos este bosque o escalamos esta montaña en la oscuridad, existe el peligro de perdernos, de ser atacados por animales salvajes, de caer en emboscadas, de caer al fondo de un precipicio, etc... En las tinieblas, no sólo estamos verdaderamente expuestos a los peligros, sino que lo más peligroso es todavía el miedo que nosotros mismos nos creamos por no saber cómo interpretar los ruidos y las formas imprecisas que vemos agitarse. Así no podemos confiar en nada, y vivimos en la duda y en la angustia persuadiéndonos de que algo malo está siempre a punto de suceder.

      Y puesto que creer es abrir una puerta en nosotros mismos, tener miedo es dar un poder a aquello que tememos, es prepararle las condiciones para que nos perjudique. He ahí lo que simbólicamente es la vida de los humanos que no poseen la luz de la fe, la verdadera fe que es en realidad el verdadero saber, un saber que nos acompaña como una luz, que nos da la seguridad y la paz. Aunque debamos incluso pasar pruebas, cuando sabemos cómo son las cosas, podemos caminar tranquilamente, llenos de esperanza en el futuro. Es así cómo aparece la relación entre la fe y la esperanza, es decir entre el presente y el futuro.

      He ahí una vez más, una luz proyectada sobre las palabras de Jesús: “No os preocupéis por el mañana, puesto que el mañana se ocupará de sí mismo, a cada día le basta su pena...” Así pues, cumplid hoy con vuestro deber sabiendo que es la única cosa buena que debéis hacer, esto es suficiente, no debéis preocuparos por el mañana: puesto que el mañana está necesariamente unido al día anterior, también él será ordenado, armonioso. También aquí es cómo si sembrarais una semilla que dará frutos.

      ¡Cuánto se equivocan quienes opinan que es imposible conocer los criterios de la fe! No tienen más que observar, observar los acontecimientos de su vida psíquica, así como los de su vida física o social. Cada vez que se encuentran frente a un camino sin salida, es que no han sabido dónde situar su fe. Pero Dios mío, ¿acaso es tan difícil comprender que una causa siempre produce las consecuencias que le corresponden, y que si queremos encontrar explicaciones a los acontecimientos, y a todo lo que nos sucede, hay que buscar siempre la respuesta en las causas? He ahí el criterio de la fe. Hasta aquí nos contentamos con chapotear en las creencias. Pues si, ¡creemos que por haber puesto la sartén al fuego con aceite, nos va a llegar el pez coleando cuándo todavía está en el mar! No es así, y hay que desembarazarse de estas creencias ilusorias porque no pueden traernos más que desilusiones. La creencia es el producto de deseos personales o de juegos del intelecto y que, por lo tanto, conduce fatalmente a la duda, a la inquietud, a la sospecha. Por el contrario, la fe es una certeza absoluta que conduce siempre a un resultado positivo.

      La verdadera fe está pues fundada sobre un saber adquirido por la experiencia. Pero el ser humano, por naturaleza, se deja llevar más por la creencia que por el saber, porque la creencia es espontánea, instintiva, mientras que el saber exige estudio, reflexión, experiencia. La creencia pues precede siempre al saber. Desde el momento en que sabemos algo, salimos del terreno de la creencia. Pero entonces la creencia se traslada hacia un objeto un poco más lejano, hasta el momento en que, aquí también, el saber vendrá a reemplazarla. El saber es como la línea del horizonte: cuanto más os acercáis a ella, más se aleja, pero así es como progresáis sin cesar.

      En principio, quizá os resultará difícil distinguir claramente la creencia de la fe, ya que el límite que las separa está mal definido; se funden la una en la otra, del mismo modo que lo físico se funde, poco a poco, en lo psíquico, sin que podamos asegurar dónde termina uno y dónde empieza el otro. Sus del espectro: el rojo, por ejemplo, no es el naranja, y sin embargo no sabemos exactamente dónde se encuentra el límite entre ambos. Asimismo, a pesar de que la fe sea diferente de la creencia, está íntimamente unida a ella.

      Para vivir tenemos necesidad de apoyarnos en determinadas creencias, son como soportes para nuestra vida afectiva e intelectual. Sin estos soportes, la existencia no es posible, sería como avanzar entre arenas movedizas. Tanto internamente como externamente, necesitamos creer que tenemos algo sólido bajo los pies. Es por ello por lo que siempre es útil creer en cosas buenas, puesto que aunque uno se haga ciertas ilusiones, esto ayuda a mantenerse en disposiciones constructivas. Lo esencial es llegar a ser consciente, esforzarse en reemplazar estas creencias borrosas por conocimientos verdaderos, y no poseer a los cuarenta años, la misma inseguridad que a los veinte.

      Podemos incluso decir que la fe es un trabajo sobre las creencias, y aquel que no está decidido a hacer este trabajo, a menudo se convierte en víctima de supersticiones. Porque creencias y supersticiones, las dos van juntas. Cómo el ser humano siempre tiene necesidad de creer en algo, quienes no han comprendido lo que es realmente la fe, se aferran a todo tipo de nimiedades: tal objeto les trae suerte, tal número o tal día de la semana les resulta beneficioso y tal otro perjudicial, el encuentro con tal o cual persona es interpretado como un buen o mal augurio, etc... No niego que pueda darse un significado a los objetos, a los números, a los días, a los encuentros, pero esto jamás substituirá una fe fundada en las grandes leyes que rigen nuestra vida psíquica y espiritual.

      ¿Queréis que os de una definición de la superstición? Ser supersticioso es pensar que podremos cosechar allá dónde no hemos sembrado. La verdadera fe, por el contrario, es esperar

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