La fé que mueve montañas. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Y puesto que tener fe es hacer crecer semillas, éstas un día nos alimentarán, a diferencia de la creencia que finalmente nos deja hambrientos. La creencia se puede comparar con la hipnosis. Si hipnotizáis a alguien, podéis persuadirle, por ejemplo, de que está comiendo una buena cena. Al volver en sí mismo, podrá detallaros incluso el menú y se sentirá satisfecho por todo lo que ha probado; sin embargo, su estómago estará vacío, y de seguir con este régimen, periclitará. Pues bien, así es cómo las creencias inducen a error a la mayoría de personas, mientras que la fe les hace saborear frutos reales cada día, frutos nutritivos que son el resultado de su trabajo.
Los seres que se contentan con creencias, interiormente seguirán siendo pobres, débiles, inseguros, aunque físicamente sean muy vigorosos. La creencia no alimenta. Sólo la fe alimenta, y para llegar a la fe, hay que estudiar, experimentar, esforzarse. Si en la antigüedad la Iniciación estaba reservada a ciertos seres, no era tanto por los secretos revelados que otros no debían conocer, sino por el hecho de poseer cualidades que les permitía realizar algo con estas revelaciones. Las verdades espirituales sólo enriquecen a aquel que tiene un intelecto para comprenderlas, un corazón para desearlas, y sobre todo una voluntad para empezar el trabajo y perseverar. A los demás, no les aportan nada, incluso les pueden ser perjudiciales.
Si reducimos la religión a unos artículos de fe, independientes de la experiencia y de los actos que debieran acompañarles, esto conseguirá separar la religión de la fe, y de este modo, sólo quedarán creencias que no salvarán a nadie. Los perezosos jamás son salvados. Sin trabajo, sin esfuerzo, sin experiencias, ¿qué resultado cabe esperar? Mientras los creyentes vayan repitiendo fórmulas, gestos, ritos ininteligibles, su fe no moverá las montañas, no hará ningún milagro. Y cuando hablo de milagro, no me refiero a curar enfermos, ni a resucitar muertos, sino a transformarse a sí mismo, a resucitarse uno mismo.
Ya es tiempo de aprender a no confundir más la realidad de la fe con la ilusión de la creencia. Si vuestra salud mejora, si vuestro pensamiento se ilumina, si vuestra fuerza aumenta, si vuestro amor se engrandece, es que os alimentáis de fe. En cuanto a las creencias con las que imagináis que os alimentáis, se parecen a esas golosinas que se venden en las ferias. ¿Conocéis estos dulces llamados “barba de papá”, que tienen la consistencia del algodón y con los que los niños se divierten? Pues no sólo no les alimentan, sino que además les estropean los dientes. Así es cómo mucha gente absorbe creencias, toneladas de sueños, de promesas, en las que no hay nada sólido: azúcar y algodón... Creen, creen, no cesan de creer y los resultados que obtienen son totalmente opuestos a los que esperaban.
¿Creer? Pero no hay que creer más, ¡hay que saber! La fe es la condensación de un saber inmemorial. Allí dónde no conocemos, no hay fe. Así pues, estudiad, reforzaos, trabajad cada día con las virtudes divinas: el amor, la sabiduría, la verdad, la bondad, la justicia8 que son semillas que sembraréis en vuestro camino, y al final de este camino, os espera la plenitud de la vida, la resurrección.
5 “Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte III, cap. 3: “La oración”.
6 “Sois dioses”, Parte IV, cap. 1, I: “La ley de causa y de consecuencias”.
7 “Sois dioses”, Parte IV, cap. 1: “Leyes de la naturaleza y leyes morales”.
8 “Sois dioses”, Parte VII, cap. 2, I: “El plexo solar y el cerebro”.
IV
CIENCIA Y RELIGIÓN
Desde hace siglos, en Occidente, asistimos a combates que sin cesar se libran entre la religión y la ciencia. Durante mucho tiempo, la religión ha sido suficientemente poderosa para conseguir la victoria; era ella quien dictaba su ley hasta el punto de condenar ciertos descubrimientos bajo el pretexto de que contradecían los textos bíblicos o los dogmas de la Iglesia. Y la persona audaz que, por ejemplo, ponía en duda que Dios hubiese creado el mundo en seis días, o pretendiera que la tierra girara alrededor del sol, se arriesgaba a terminar en la hoguera. Después, poco a poco, la situación se invirtió: conforme a sus progresos, la ciencia adquirió preponderancia y se vengó de la situación anterior llegando a ridiculizar a la religión, que se vio obligada a batirse en retirada. Ahora todo el mundo reconoce que la religión ha perdido su influencia, algunos evidentemente lo lamentan, mientras que otros se alegran por ello. Pero lamentarlo o alegrarse no es lo que dará respuesta a los problemas que atormentan a los hombres.
Para simplificar, digamos que la ciencia concierne al mundo visible, la religión al mundo invisible; la incomprensión que existe entre los hombres de ciencia y los hombres de fe, viene del hecho de que unos fundan sus certezas sobre una realidad visible, objetiva y los otros, sobre una realidad invisible, subjetiva. Pero unos y otros tienen un punto de vista incompleto, puesto que cada uno por su cuenta tiene tendencia a privilegiar un aspecto en detrimento de otro.
El universo es una unidad que la ciencia nos permite comprender desde fuera, y la religión desde dentro, puesto que el ser humano es, él mismo, una unidad que tiene la facultad de vivir en el mundo objetivo y en el mundo subjetivo a la vez. Así pues, ciencia y religión no deben combatirse sino complementarse. De hecho, la ciencia jamás combate la religión, o a la inversa: son los científicos y los religiosos quienes se enfrentan, porque no poseen más que una parte del saber.
La ciencia no podrá aniquilar a la religión más de lo que la religión ha podido aniquilar a la ciencia, puesto que ambas están fundadas en leyes idénticas. No existe ni separación, ni contradicción entre ellas. Las separaciones y las contradicciones existen sólo en la cabeza de los ignorantes que no saben cómo Dios ha creado el Universo. La ciencia bien comprendida, sólo puede ayudar a los creyentes a concentrarse sobre lo esencial, y la religión también ciencia. Cada una tiene una función y deben ayudarse mutuamente, no deben despreciarse, ni rechazarse ni intentar destruirse. De todos modos, no lo conseguirán. Sus enfrentamientos no son más que estériles tentativas y una pérdida de tiempo. En lo sucesivo, en cada ser humano debe haber un religioso y un sabio. Sí, para que la religión y la ciencia no combatan más en la sociedad, deben cesar de luchar en el ser humano, puesto que es ahí dónde se producen los mayores estragos. Cuando un hombre de fe se opone a un hombre de ciencia – o viceversa –, cree que está atacando a un adversario fuera de él, pero en realidad se ataca a sí mismo.
Los incrédulos tienen una idea falsa sobre la religión, de hecho, incluso la mayoría de creyentes no tiene una idea exacta sobre ella puesto que, frecuentemente, la limitan a un conjunto de dogmas y de ritos. En realidad, la religión es, ante todo, una ciencia fundada sobre el conocimiento del ser humano tal como fue creado, a imagen de Dios.9 Podemos pues decir, que los fundamentos de la religión están inscritos en el mismo ser humano. Creando al hombre, Dios ha imprimido su sello en él y, haga lo que haga, no puede librarse de ello, se trata de una huella inscrita en su estructura. Desde este punto de vista, el hombre no es en absoluto libre, no puede escapar a esta impronta, a este esquema a partir del cual todo su ser ha sido construido. En desquite, al hombre se le ha dado la mayor libertad para manifestar esta predestinación divina que lleva en él. Así es cómo se explica la diversidad de religiones que, según las épocas y los lugares, han tomado las formas las más variadas