Aprendiendo con Freud. Lou-Andreas Salomé

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Aprendiendo con Freud - Lou-Andreas Salomé Logoi

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se confundan los conceptos primarios de sexo con la figura de seres humanos vivientes. Y precisamente en el amor, es decir, durante la más extrema unilateralidad sexual, donde la mujer parece convertirse auténticamente en mujer y el hombre en hombre, despierta a un tiempo, en cada uno de los sexos, el recuerdo de su propia duplicidad como consecuencia de la profunda compenetración, comprensión y ampliación mutuas. El amor se convierte en «entrega», nos damos a nosotros mismos, y nos hacemos más presentes, más vastos, más estrechamente unidos a nosotros mismos; y no otra cosa es su auténtico efecto, su efecto de vida y de alegría. Ello es también válido para la segunda cara de nuestro ser (masculina o femenina), habituada a vegetar o a estar reprimida en su lucha por la existencia, y considerada como carente de cualquier derecho; al darnos, nos obtenemos plenamente en la imagen del ser amado, ¡algo aparentemente sencillo!

      Encuentro que toda relación profunda o humanamente valiosa posee este carácter, y que es de una gran banalidad el apreciar únicamente las particularidades correspondientes a los sexos, de cuyo combate no resta sino una última palabra: la victoria del uno sobre el otro. Es por ello que los hombres se expresan en horribles «mitades», en hombres insensibles, cuyo propio dominio no llega ni siquiera a constituir una experiencia, y en mujeres pisoteadas y que algunas veces, para su propia sorpresa, florecen una vez convertidas en viudas, es decir, sólo entonces llegan a convertirse en el refugio encantador que hubieran podido suponer para un hombre. No es más que por un doble cambio de naturaleza entre lo masculino y lo femenino que dos seres llegan a ser más que uno solo y que dejar de poseer como objetivo el dirigirse el uno contra el otro (como estas pobres mitades que precisan de su unión para constituir un todo), para pasar a buscar conjuntamente un fin humano fuera de sí mismos. Tan sólo así el amor y la creatividad, la plenitud natural y el culto a la cultura dejan de oponerse para constituir una unidad.

      Para aquellas personas adversas al erotismo, el sexo contrario se desarrolla sólo en forma distorsionada: en un hombre de modos femeninos, o en una mujer emancipada.

      En algún trabajo de Fliess he leído, aunque no sé si se trata de algo comprobado o no, ya que algunas veces resultan fantásticas sus afirmaciones, que la «maduración» del huevo y del semen consiste en un proceso en el cual en el corpúsculo polar la sustancia femenina se retira del semen masculino y la masculina del huevo, haciendo apto para completarse con el sexo opuesto aquello que ha emigrado. De este modo, la atracción sexual se convierte en un deseo de nosotros mismos desplazado sobre la imagen de la pareja. Así ocurre ciertamente en lo psíquico, y lo que resta a la pareja no es más que el agradecimiento.

      COLOQUIO VESPERTINO

       Freud sobre Alder

       (miércoles, 4 de diciembre de 1912)

      Casi un debate sobre Adler. Freud habló extensamente sobre el tema. Tomó como punto de partida su observación de que la envidia del pene49 existe ya antes de que se produzcan diferencias o comparaciones «sociales»; su origen es consiguientemente más profundo y no exclusivo de las capas superiores, únicas consideradas por Adler (de forma que para él todo parece suceder en un mismo plano). La hija del portero envidia muy pronto a la hija del banquero, mejor vestida, sin por ello volverse neurótica: más bien será la otra quien se vuelve más tarde así. Por otra parte, muchos individuos con alguna deficiencia orgánica no se convierten en neuróticos por tal motivo. Rosenstein defiende a Adler.

      Y en parte, también lo hace Hitschmann50 quien afirma que la consciencia de la inferioridad ocupa siempre un primer plano de las neurosis, por lo cual los enfermos se sienten concernidos, aliviados y comprendidos por la teoría de Adler (compadecidos también, puntualizó Tausk). Pero este tratamiento se interrumpe antes de alcanzar la neurosis propiamente dicha, mientras que en Freud, en lugar de producirse prontos sentimientos de alivio, nos encontramos con la aparición de resistencias. En este sentido, el libro de Adler hace bien en conformarse con su título: Über den nervöse Charakter [Acerca del carácter nervioso].

      De hecho, los métodos terapéuticos de Freud y Adler son tan distintos entre sí como el bisturí y la pomada. Al no considerar Adler más que aquello que es fisiológico y lógico, renuncia eo ipso a modificar un estado inconsciente fisiológicamente fundamentado y lógicamente interpretado. El arrangement, por ejemplo, fruto de la sobrecompensación orgullosa de quien padece una minusvalía física, como defensa frente a la humillación que le supone el compararse con los demás, hace posible que podamos detectar tal arrangement como lo que en realidad es; pero el hecho de que este exagerado amor propio tenga su raíz en una actitud sexual perturbada hacia los demás, es algo que no puede llegar a hacerse consciente, pues se sitúa, precisamente, por debajo de los arrangements de la consciencia. El tajante alejamiento de la «realidad», característico de los neuróticos, opinión también compartida por Adler, es algo que limita, en cierto modo, su propia visión de las cosas. Quiere convertir las cosas reales en símiles (algo que la persona normal realiza constantemente y con provecho al apoyarse en su propia naturaleza), pero bajo mano, el arrangeur, la personalidad en cuestión, se convierte en ficción de sí misma, no dispone ya de sí, no le queda más que abrirse paso con ella al igual que sucede con el «como si» de sus arrangements. Pues se ignora y omite esta capa de auténticas conquistas freudianas a partir de las cuales asciende hasta el yo, cuyo carácter inconsciente toma como base de sus interpretaciones conscientes a despecho de su extensa realidad.

      Por ello no pudo convencerme Adler algunos días después (el 9 de diciembre), en el curso de una disputa personal, a pesar de que dio muestras de ingenio afirmando que era lo mismo lo que manifestaba el cuerpo a través de sus órganos que el yo con sus expresiones lógicas, y que, en consecuencia, no existía ningún espacio intermedio para la teoría de la libido.51 Tuve la sensación de que su defecto es precisamente su falta de intuición.

      Discutimos hasta calentarnos los cascos atravesando finalmente las calles a todo correr. Me conmovió el que me acompañara fielmente.

      VISITA A FREUD

       Ciencias de la naturaleza. Ciencias del espíritu

       (domingo, 8 de diciembre de 1912)

      Visita a Freud, el domingo por la tarde; muy agradable para mí, ya que pudimos hablar de todos aquellos aspectos en los que yo creía que existían divergencias entre nosotros y en los que estamos más de acuerdo, en realidad, de lo que parece. Es muy distinto ver cómo Freud piensa y trabaja a verse limitado a la lectura de sus obras, a pesar de que su personalidad esté claramente reflejada en sus libros. Hablamos también de la clase del día anterior y me confesó que algunos puntos habían sido simplificados en atención al numeroso público asistente. Así, cuando en el caso de la matrona habló de libido cuantitativamente aumentada, lo hizo sin mencionar otros factores que intervenían también en su falta de dominio, tales como la discriminación social, la humillación del sentimiento de sí misma, etcétera: a pesar de que éstos hubieran podido causar la derrota, incluso con un menor quantum de libido. (Por ello, la interpelación de Tausk en la escalera también me pareció justa, cuando en lugar de todo esto preguntaba por las modificaciones cualitativas de la libido). No estoy muy segura de que tales «simplificaciones» no encierren un gran peligro, y esto sin hablar de que podrían dar, en apariencia, la razón a Adler bajo forma de un «silencio mortal de las pulsaciones del yo, de las pulsiones de poder». Peligrosas ante todo porque las objeciones científicas quedarían así justificadas, es decir, que toda la diferencia existente entre ciencia de la naturaleza y ciencia del espíritu, algo así como entre química y psicología, se nos muestra aquí en toda su magnitud al tratarse de una diferencia entre cosas cuantitativamente mesurables y no mesurables, es decir, únicamente caracterizables cualitativamente. Esta diferenciación es tan importante que debe remitir necesariamente al método. En otras palabras: en la aplicación de métodos físicos a la psicología no puede olvidarse, ni por un instante, que se opera más que con meras analogías. Esto no puede ser modificado, pues, todo lo que pretende ser demostrado

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