Género y juventudes. Angélica Aremy Evangelista García

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Género y juventudes - Angélica Aremy Evangelista García

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y poco respetuoso que los chicos utilizaban y, por si fuera poco, señalaron la transferencia de Willis en términos de complicidad y análisis para con sus colaboradores de estudio (los chicos); en resumen, la invisibilización y el maltrato de ellos hacia ellas, Willis pareció reproducirlo. Quedaba claro que los estudios de las subculturas juveniles se enfocaban en la condición de clase y en su subordinada relación con la escuela, la familia y el trabajo, para a partir de ahí demostrar las formas de resistir, pero sin complejizar en términos de las relaciones e identidades de género. De esta forma, se suprimió la presencia femenina. A nivel teórico, la crítica de las autoras se focalizó en el término “subcultura” por sus connotaciones exclusivamente masculinas y sus asociaciones con la violencia y la desviación, leídas desde la sociología criminal. El trabajo de Willis también fue duramente criticado por Joan McFarland y Mike Cole (1988), quienes afirmaron que la etnografía era esencialista y dualista al no relacionar el desempleo y la desviación juvenil con el género y la raza. En su trabajo “An Englishman’s Home is his Castle? A Response to Paul Willis’s Unemployment: the Final Inequality” (1988), McFarland y Cole sostienen que Willis margina y malinterpreta los intereses de las jóvenes, y señalan que su perspectiva es anacrónica y clasista.

      McRobbie y Garber (1976) evidenciaron lo poco que se había visto y escrito sobre el rol de las chicas en los grupos subculturales juveniles y que, si aparecían en algunas etnografías, eran descritas desde imágenes estereotipadas, como la pasividad o el atractivo sexual, es decir, desde la visión masculina que las evaluaba, las criticaba o las deseaba. Por ello, propusieron ir más allá del eje resistencia/subalternidad y entrar en los mundos de las muchachas sin estigmatizar sus subjetividades previamente sexuadas. “La participación femenina en las culturas juveniles puede ser entendida si nos separamos del terreno subcultural ‘clásico’ marcado por muchos sociólogos como opuesto y creativo. Las chicas negocian espacios personales y de ocio distintos a los que los chicos habitan” (McRobbie y Garber, 1976: 122, traducción propia). En la presentación de la segunda edición de Resistance through Rituals, Hall y Jefferson dijeron que especialmente McRobbie: “Vio un componente ideológico de la feminidad adolescente vinculado con la importancia de guardar respeto sexual, con sus implicaciones para las chicas que debían evitar tomar o drogarse en exceso” (1975). ¿Qué más estaba en juego? El control de la corporeidad de las chicas, vistas como sujetos/objetos de dominación, circulación, uso y control, muy a tono con lo que Gayle Rubin declaraba en la misma época (1975). Los estudios mismos invisibilizaron a las jóvenes disidentes al naturalizar su comportamiento y pensarlas como chicas “aburridas” y “no transgresoras”, motivos por los que también los estudios de juventud fallaron al entender y ver lo “interesante” de las prácticas juveniles en lo contestatario y asociarlo a lo masculino, como característica única y propia de los chicos. Nuevamente, estos dos campos de estudio se encuentran y comparten las formas de operar del sistema cuerpo-sexo-género4 —desnudado previamente por varias académicas feministas— y las formas de reproducir el pensamiento machista de los mismos académicos a tono con los jóvenes protagonistas en los estudios. La discusión clásica de la antropología: cultura versus naturaleza, no estaba siendo superada y, como afirmó Sherry Ortner en 1974 en su controversial trabajo “Entonces, ¿es la mujer al hombre lo que la naturaleza a la cultura?”, la conciencia humana y sus productos eran formas de utilizar y transformar lo natural, y en esta asociación se edificó la universal lógica de la subordinación femenina, pues su exclusión de espacios o grupos elitistas se sustenta en su mayor acercamiento a lo corpóreo, específicamente en su capacidad de procreación. Según Ortner, los varones se enfocaron en el exterior al no poseer funciones corpóreas para crear o producir otros cuerpos, por lo que generaron así otros objetos culturales y materiales aprovechándose de los naturales. De ahí que el rol social de las mujeres se confinara a la crianza. Para la autora, el cambio sólo ocurriría con una realidad social y una concepción cultural distintas.

      La pregunta de Rowbotham (1975): ¿cómo hacer para que los esfuerzos por visibilizar a las mujeres no desaparezcan en el futuro de nuestra historia? tuvo que ser replanteada y adaptada porque, si bien más académicas escribían sobre la historia o la política, también era cierto que: 1) en su mayoría eran adultas y escribieron desde una posición de poder en términos de clase social y educación —capital cultural o académico—; 2) pocos estudios dieron cuenta de las especificidades de las mujeres en contextos complejos, relacionándolas con la edad, la etnia, la raza, la generación o la clase; 3) la gran mayoría invisibilizó a “los otros” géneros y su relación con los grupos/identidades heterosexuales: intersexo, transgéneros, transexuales, queers, homosexuales, lesbianas, gays, etcétera, y 4) muchas reprodujeron la visión binaria. Esto se debía quizás a lo que Scott (1988) asoció con la necesidad de conceptualizar y escribir la historia de las mujeres basado en: 1) la lucha por demostrar la integridad académica frente a la producción científica masculina; 2) señalar el equívoco en las fuentes consultadas por ser exclusivas de ciertos sectores, y 3) denunciar la sistemática ceguera hacia la actividad y presencia de las mujeres. De ese modo, si las omisiones obedecían a la mirada y a la escritura, tanto institucional como política —con lo que concordamos—, así como al método y la teoría, Scott propuso diseñar otros propios de las mujeres, con lo que no concordamos por la esencialización que eso conlleva. En este sentido vemos que: 1) el poder de decir la “verdad” o develar lo que subyace a lo “ya dicho” en términos foucaultianos es un campo en disputa que las académicas feministas lograron enfrentar, pero que a su vez particularizaron de modo sexista y adultocentrista. ¿Acaso hubo esfuerzos por visibilizar a los jóvenes desde sus propias subjetividades sin esencializarlos como sujetos etariamente (a)sexuados? ¿Qué pasó con la denuncia de invisibilidad de las chicas en los estudios juveniles? ¿Por qué los jóvenes críticos y movilizados fueron criminalizados y masculinizados? ¿Acaso la violencia sólo era juvenil y masculina? No, la violencia juvenil fue y es asexual. La novela testimonial Los niños de la estación del Zoo publicada en 1978 por dos periodistas alemanes, Kai Hermann y Horst Rieck, es un ejemplo perfecto de violencia y destrucción social. Esta novela fue la base para la película Christiane F., un filme que en 1981 retrató escenas de drogas, prostitución y decadencia de la juventud berlinesa a partir de la biografía de una adolescente de 13 años adicta a la heroína. Como ésta, otras dos películas mostraron las realidades de las chicas disidentes, Girls (1980), película franco-alemana-canadiense del director Just Jaeckin, y College Girl, de Surendra Gupta, película hindú de 1990. La primera relata la amistad entre cuatro chicas que experimentan y comparten eventos de transición a la adultez, como la graduación, las primeras salidas a bares y las relaciones sexuales. Sus salidas a las discos y los efímeros y constantes noviazgos, ponen los reflectores en una problemática de adolescencia representada en una de ellas, la más joven, que se embaraza y no quiere tomar la píldora. La segunda, película de Bollywood, muestra la vida universitaria de tres chicas de clase media con problemas relacionados con el poder y el dinero de sus familias y con el consumo de drogas. Se trata de un filme que desde otra parte del mundo muestra una continuidad entre la representación femenina, el cuerpo, las normas de género y la tradición.

      En 1995 Sherrie A. Iness publicó Intimate Communities: Representation and Social Transformation in Women’s College Fiction, 1895-1910, obra que abriría el camino a una serie de escritos posteriores sobre la cultura de las chicas y las representaciones de su vida estudiantil. Aunque el periodo que describe se planteó como una época de oro para su liberación, ella expone que las representaciones de la época ayudaron a perpetuar la falta de derechos sociales para las mujeres. Los trabajos de Innes han sido numerosos e importantes. Entre ellos destaca: Tough Girls: Women Warriors and Wonder Women in Popular Culture (1998), donde analiza la aparición de mujeres guerreras en los medios de comunicación —las revistas, los cómics y la televisión— asociadas a la “dureza”, sólo encontrada en los héroes blancos varones. En esta obra, Inness revisa cronológicamente a las mujeres poderosas en los medios masivos de 1960 a 1990 y critica los modos en que se mercantilizaron dichas representaciones y posteriormente reforzaron las normas sociales. En el libro Delinquents and Debutantes: Twentieth-Century American Girl’s Culture, recopila y edita trabajos sobre púberes y adolescentes, personas con “relativamente poco poder social” porque “no pueden

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