Género y juventudes. Angélica Aremy Evangelista García

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Género y juventudes - Angélica Aremy Evangelista García

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y Eroza, 2001; Urteaga, 2000). En la primera acepción, los jóvenes son vistos y tratados por la sociedad adulta como futuros sujetos y nunca como sujetos en el presente, de ahí que la sociedad se ocupe de ofrecerles lo necesario en su preparación para ser adultos: educación, empleo, salud, vivienda, etcétera (Urteaga, 2000; Urteaga, 2009).

      Según Pérez (2000), lo común es tomar en cuenta a los jóvenes cuando son considerados problema, y a veces más desde el sentido común que desde información certera sobre lo que piensan y sienten. En el mejor de los casos, se les concibe como sujetos sujetados, con posibilidades de tomar algunas decisiones, pero no todas; con capacidad de consumir, pero no de producir; con potencialidades para el futuro, pero no para el presente. Además, el autor destaca cuatro tendencias generales de esta mirada institucional hacia la juventud: 1) concebirla como una etapa transitoria, trivializando su actuación como factor fundamental de renovación cultural de la sociedad; 2) enviarla al futuro, asumiendo que mientras llegan a la adultez sólo hay que entretenerlos; 3) idealizarla, por ello todos son buenos o todos son peligrosos, descalificando su actuar y mostrando preocupación sobre su control, y 4) homogenizar lo juvenil al desconocer la multiplicidad de formas posibles de vivir la juventud.

      Desde este enfoque, la designación de la juventud como problema configuró un campo semántico sobre el ser joven que colocó al “ellos” en riesgo y al “nosotros”, los adultos, con la autoridad y el permiso social de controlarlos y restringirlos a fin de evitar consecuencias negativas de sus acciones. “La representación de la juventud como un problema está relacionada con la creación de instituciones controladoras, medios de surveillance (vigilancia), y modos de estandarización de acuerdo con un patrón dominante de lo que debe ser un joven” (Monsiváis, 2002: 167). Hoy en día, a decir de Urteaga (2010), la academia tiene el compromiso de estudiar a la juventud en sus propios términos para rescatar así la creatividad propia de las culturas juveniles y alejarse de la idea de que todo lo que hacen los jóvenes tiene como referencia al mundo adulto; en el mismo sentido, los jóvenes tienen el compromiso activo de determinar sus propias vidas, las vidas de quienes los rodean y de las sociedades en las que viven.

      Jóvenes y sexualidad

      Gran parte de la investigación sobre jóvenes en la década de los noventa se dio en el marco de la definición de la salud sexual y reproductiva como un campo de conocimiento, y de la acción pública, hasta cierto punto desde la definición del joven como problema. Aun cuando desde mediados de los ochenta, a decir de Stern (2008), ya se habían llevado a cabo investigaciones sobre embarazo adolescente y sus consecuencias para la salud, fue en esta década cuando se incrementaron los trabajos en la materia con la paulatina incorporación del tema de la sexualidad entre jóvenes y adolescentes. A decir del autor, entre 1995 y 2005 se realizaron numerosos estudios descriptivos “sobre aspectos de la salud sexual y reproductiva de los adolescentes desde muy diversas perspectivas disciplinarias, entre otras, la biomédica, la epidemiológica, la psicológica, la psiquiátrica, la antropológica, la demográfica y sociológica, y desde diversos campos de acción: la educación, la salud, la comunicación y otros” (Stern, 2008: 62).

      Villaseñor, por su parte, analizó una decena de estudios realizados entre 1993 y 2003 en los que se indagó sobre lo que los adolescentes pensaban acerca de la sexualidad y otras cuestiones de salud reproductiva, e identificó lo inapropiado que resultaba el uso del término “adolescente” como categoría descriptiva de una etapa del desarrollo, en primer lugar porque los propios sujetos así denominados no se identificaban como tales, e incluso percibían un tono despectivo al ser nombrados así, y, en segundo lugar, la autora cuestionó el uso del término, al que calificó de estático, simplista y descontextualizado. Más aún, interrogó al ámbito académico respecto a “una intención no explícita de ejercicio del poder y de clasificación discriminatoria” al utilizarlo (Villaseñor, 2008: 84). Bien dice Aggleton que: “la juventud y la adolescencia son periodos de la vida construidos socialmente, artefactos culturales establecidos en momentos específicos de la historia para servir propósitos específicos, y que están imbuidos con significados que pueden indicarnos tanto acerca de las preocupaciones de los adultos como de los jóvenes mismos” (2001).

      Las investigaciones en materia de salud reproductiva y sexualidad de adolescentes realizadas en la década de los noventa permitieron reconocer las diferentes conceptualizaciones de los riesgos para la salud sexual y reproductiva entre adolescentes, expertos y prestadores de servicios; el carácter protector de la permanencia escolar; la mayor vulnerabilidad entre los adolescentes de contextos más pobres, y el papel del contexto y la posición social, edad y género en tanto condicionantes que limitan el abanico de opciones de un comportamiento aparentemente libre, voluntario y autodeterminado (Villaseñor, 2008; Caballero, 2008).

      Uno de los temas ampliamente estudiado fue el llamado embarazo adolescente. Stern y García (2001) identifican que en los estudios realizados sobre la temática subyacen dos enfoques: uno tradicional, que define el embarazo adolescente como un “problema” único y universal, y otro que ofrece una comprensión del fenómeno amplia, procesual, y por lo tanto dinámica, con interpretaciones específicas y particulares de acuerdo con los diversos contextos socioculturales.

      El tránsito de un enfoque a otro, o incluso la emergencia misma del segundo enfoque, da cuenta de las implicaciones que subyacen a ambas posiciones teóricas. En este sentido, asumir el embarazo adolescente como un “problema” implicó argumentaciones tales como que contribuía a la pobreza y que no tendría que ocurrir porque en la adolescencia no se deberían tener relaciones sexuales; por lo tanto, cuando ocurre es resultado de un comportamiento individual desviado. En ese sentido, la concepción de adolescencia universalista y sociocentrista que este enfoque asumió supone seres incompletos e incapaces de tomar decisiones. Frente a esta realidad construida, los adultos nos erigimos con el derecho a intervenir en sus vidas y a tomar decisiones que los beneficien, o incluso a ejercer un mayor control sobre ellos (Stern y García, 2001).

      Las investigaciones realizadas desde este enfoque permitieron, a decir de Stern y García (2001), conocer la incidencia del embarazo adolescente y del acceso y uso de métodos anticonceptivos entre adolescentes, describir a la población de adolescentes que se embaraza y “analizar posibles asociaciones entre el embarazo temprano y otras variables” (Stern y García, 2001: 339). Pero, sobre todo, estas investigaciones revelaron la necesidad de una definición distinta del embarazo adolescente al problematizar la concepción de que es un problema sólo de morbimortalidad materno infantil, de crecimiento de la población, de conducta anormal o de reproducción intergeneracional de la pobreza.

      El nuevo enfoque desde el cual se empezó a investigar el embarazo adolescente da cuenta de un salto epistémico en la forma de concebir a los adolescentes desde la academia. En principio se partió de una definición de la adolescencia misma como un concepto histórico y socialmente construido que permite documentar la diversidad de formas de vivir la etapa entre la niñez y la adultez tan variadas como los contextos socioeconómicos y culturales posibles. Los estudios se alejaron así de la concepción occidental hegemónica que denominaba adolescentes a las personas entre los 13 y 19 años que prácticamente sólo estudiaban, pero que se encontraban próximos a independizarse de la familia de origen para continuar estudios de educación postsecundaria (Stern y García, 2001).

      A principios de los noventa surgió en México el Programa de Salud Re-pro-duc-tiva y Sociedad de El Colegio de México, en el marco del cual se dio gran parte de la investigación sobre salud sexual y reproductiva realizada en el país. Al mismo tiempo se realizaban investigaciones en El Colegio de la Frontera Norte, El Colegio de la Frontera Sur, El Colegio de Sonora y El Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo. Entre los temas que se investigaron destacan, por su carácter emergente y de frontera, aquellos sobre los comportamientos y prácticas de los adolescentes y jóvenes relacionados tanto con el ejercicio del derecho a una sexualidad placentera, como con las consecuencias de las prácticas sexuales al inicio de la vida adulta (Lerner y Szasz, 2008). Sin embargo, Aggleton (2001), a principios del siglo XX, destacaba que los estudios sobre las necesidades

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