Género y juventudes. Angélica Aremy Evangelista García
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Subjetividades, sujetos y corporeidades son personificadas con modos abyectos para resistir y romper el status quo. Tomamos cinco ejemplos cinematográficos protagonizados por chicas y chicos con actuaciones fuera de la “normalidad”. La película germanoamericana de 1999 Girl Interrupted, de James Mangold, ofrece una lectura sobre la respuesta adulta ante los comportamientos “fuera de lugar” de un grupo de jóvenes norteamericanas de los años sesenta, que fueron encerradas en hospitales psiquiátricos para corregir su actuar inseguro, titubeante y retraído. La segunda, también de 1999, Boys don’t Cry, nos muestra el sufrimiento y la lucha de una joven que nace con un cuerpo de mujer aunque discordante a su subjetividad, muy a tono con la película Ma vie en rose, de 1997, en la que el cuerpo sexuado reprime el género en ciernes. La biografía relatada en Boys don’t Cry expone las respuestas violentas por parte de los chicos, quienes juzgan, estigmatizan y agreden física, emocional y psicológicamente a la joven transgénero.
La cuarta película, de 2000, es Billy Elliot, filme que cuestiona la heteronormatividad de un niño que sueña con ser bailarín en vez de boxeador, oficio habitual en la tradición masculina irlandesa. Vemos aquí una cultura heteronormativa inflexible en la educación de los niños y la importancia de la tradición durante la pubertad y la adolescencia. La familia, como institución, se enfoca en orientar/prohibir/permitir ciertos gustos, dejando claro que los adultos y los padres son los que ejecutan el poder imponiendo límites que producen un orden en el cual cada quien debe ocupar su lugar y donde los niños son percibidos básicamente como pasivos (Urteaga, 2009).
La quinta y última película, de 2007, es la argentina XXY, dirigida por Lucía Puenzo. Ésta plantea las dificultades que una adolescente intersexual enfrenta en el momento de transitar a la adultez y tener que decidir entre seguir tomando medicinas para entrar a la heteronormatividad y operarse, o bien dejar crecer ambos genitales y vivir así, opción que la adultez no le brinda, sino que ella misma va desarrollando al paso del tiempo. A pesar del incondicional apoyo de sus padres ante los conflictos que genera su presencia y actitud, esta joven sufre de violencia y abuso por parte de otros chicos, quienes no entienden ni quieren entender su forma de ser, incluso viviendo estratégicamente en una isla lejana y pequeña. El tema de fondo discute la transexualidad, las normas de género y la corporeidad masculino-femenina, asuntos que el mismo guion no resuelve.
De modo que, si el género explica o mantiene las relaciones de la hegemonía heterosexual, entonces el reclamo de “universalidad” es una forma sumamente excluyente (Butler, 2001: 21). Aunque nuestras reflexiones vayan desde la descripción hasta la exploración de las normatividades que dan cuenta de las expresiones aceptables o no, nos preguntamos: ¿cómo actúan las suposiciones del género normativo en el ser joven? Al igual que el travestismo, algunas expresiones de la juventud salen de la normatividad de género: ¿acaso pueden ser éstas consideradas como ejemplos de subversión?, o ¿cuál es el sentido de la realidad de género que origina dicha percepción? y ¿cuáles son las categorías mediante las cuales vemos? Nuestras percepciones culturales, y habituales, fallan; en momentos no conseguimos entender los cuerpos que vemos, por ello vacilamos frente a otras categorías adyacentes que ponen en tela de juicio la realidad del género y la frontera que separa lo real de lo imaginario (Butler, 2001: 28).
Hemos abordado conexiones entre institución, adultez, sexo y diferencia; también el género como fuente primaria de las relaciones significantes de poder y como base de la organización igualdad/desigualdad, confesando procesos históricos con normativas previamente concebidas (Scott en Lamas, 1996). Un buen intento por ir más allá de los estudios sobre mujeres, sobre muchachas y sobre la sujeción femenina/dominación masculina consiste en analizar los géneros y las edades desde la incorporación física de los sexos; desde la personificación o la resistencia de las disciplinas y sujeciones, de acuerdo con otras condiciones como clase, raza, etnia o nacionalidad, es decir, entre distintos actores sociales e identidades encarnadas.
Al igual que la cuestión femenina, el tema de la juventud ha estado asociado con las inequidades y los diferenciales de poder porque las luchas, tanto simbólicas como políticas y sociales, surgen en torno a la legitimación del poder, validando el reconocimiento y otorgando el estatus por consentimiento o coerción de unos hacia otros (Bonder, 1999). Toda la investigación desarrollada sobre juventud está relacionada con una trama de poder y con dispositivos de control de los jóvenes (Bonder, 1999; Alpízar y Bernal, 2003), por tanto, es necesario no descartar los esfuerzos que desde la academia se han hecho para explicar y construir el concepto de juventud, debates que todavía perduran.
Los estudios de juventud en México
Está ampliamente documentado el origen y desarrollo de la investigación sobre lo juvenil en México la cual se remonta a finales de los años setenta y principios de los ochenta, periodo durante el cual hemos acumulado un amplio conjunto de saberes sobre las juventudes (Evangelista et al., 2010). Así, por ejemplo, Mendoza (2011) plantea que durante el siglo XX tuvieron poca relevancia y que no fue hasta 1985, a partir de la celebración del Año Internacional de la Juventud, cuando ésta adquirió cierta relevancia en la agenda gubernamental y académica. Fue entonces cuando surgieron los primeros esbozos teóricos en el estudio de la juventud en México, en los que destacaron temas relacionados con organizaciones juveniles y con las culturas e identidades juveniles, enfatizando el tema de su heterogeneidad.
Los estudios divergen en dos líneas: investigaciones con carácter etnográfico sobre las diferentes identidades o grupos juveniles —chavos banda, darks, punks, rockeros, fresas, grafiteros, cholos, etcétera—, y estudios que analizan la juventud desde una visión global a partir de temas como demografía, educación, trabajo, migración, salud, drogadicción y adicciones, participación política, género, violencia, religión y valores juveniles.
En relación con la juventud, se observa que el sistema social en general ya no otorgaba a este grupo los espacios necesarios para su inserción en la sociedad; ello evidencia el agotamiento del:
“[…] estereotipo construido por la sociedad mexicana sobre el ser joven” (Urteaga, 2000: 405). Además, puso de manifiesto la emergencia de un nuevo actor juvenil, el joven de las colonias urbano-populares y barrios urbano-marginales; fue así como aparecieron los chavos banda en las zonas marginales de la ciudad de México y los cholos en los barrios populares del norte del país. Estos acontecimientos marcaron el punto de partida de un intenso debate académico en relación con el origen social, organicidad y naturaleza de los chavos banda y de otras agrupaciones y fenómenos juveniles (Mendoza, 2011: 201).
Para Urteaga, es posible distinguir tres momentos en la investigación en México sobre juventud: el primero se caracteriza por abordar temáticas relacionadas con los inicios de la crisis estructural en nuestro país que se desarrollan fundamentalmente por investigadores en y desde la ciudad de México; es decir, se trata de investigaciones vinculadas con el surgimiento de las bandas juveniles como formas de agrupación, con el movimiento estudiantil y con la reorganización del trabajo juvenil. En el segundo momento, a mediados de los años ochenta e inicios de los noventa, los temas se diversifican para abarcar identidades, estéticas y hablas, así como la noción emergente de culturas juveniles. En ese momento se suman investigadores de distintas regiones del país, con lo cual se desestabiliza el centralismo característico de la producción intelectual en cuanto a la juventud. El tercer momento, que llegó para quedarse, comenzó a finales de los años noventa y lo conforman investigadores de prácticamente todo el país que se ocupan de dos temáticas centrales: “la subjetividad en sus articulaciones con la política, los afectos, las adscripciones identitarias, y los procesos estructurales atravesados por las dinámicas de la globalización y del neoliberalismo: empleo, educación, migración, y muchas otras temáticas” (Urteaga, 2005: 2).
Para varios autores, la manera en que se ha investigado a los jóvenes desde las ciencias sociales implica una posición en una de dos concepciones en conflicto: concebirlos desde la mirada institucional,