La izquierda legal y reformista en Colombia después de la Constitución de 1991. Jorge Eliécer Guerra Vélez
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La reanudación de los diálogos, ahora con el gobierno Gaviria, tuvo simbólicamente lugar en los Llanos del Tigre, límites de Córdoba y Antioquia, donde veinticinco años atrás el pcc-ml implantara la primera división armada del epl. Desgraciadamente el país acababa de inhumar a Carlos Pizarro Leongómez y a Bernardo Jaramillo Ossa. Situación que en el seno del epl parceló a quienes optaban por la paz y quienes se oponían; de aquella opción fueron gregarios varios de los jefes militares de entonces, de la segunda, minoritaria, eran partidarios cercanos a Francisco Caraballo.64 El epl tuvo que manejar el tema de las relaciones con los frentes y unidades de otras guerrillas que actuaban en la zona donde se restablecieron los diálogos y las aprensiones de su base, que no discernía la tensión en la cúpula. Por otra parte, estaba la ascensión del paramilitarismo,65 que, se dijo, llegó a coparle zonas donde tenía mayor influencia. Para completar, estaba el inconveniente adicional, común en la mayoría de procesos de paz, de que con cada nuevo gobierno había cambio de intermediarios y de tono en la negociación. Ello incidía en el avance o estancamiento de los diálogos, ya que algunos negociadores eran más versados en política y otros meros tecnócratas; unos pocos contaban con la capacidad de tomar decisiones, mientras que la mayoría era simples voceros; unos daban mayor importancia a los acuerdos de fondo y otros estrictamente al desarme; algunos conocían o provenían de la izquierda, en contraste con quienes eran nominados por dádivas políticas.
En la fase final de las negociaciones el sector mayoritario se acantonó en diez zonas, luego en seis y finalmente en dos. Con presencia en Norte de Santander, Putumayo, Risaralda y en la región Caribe, se escogieron las poblaciones de San José de Urabá y Pueblo Nuevo, nuevamente en límites de Antioquia y Córdoba. Sus negociadores fueron seleccionados de acuerdo con el peso de los frentes regionales, lo que era una paradoja; adscrito a un partido y con un movimiento político, el epl no tuvo una estrategia unificada de negociación. Pese a su bagaje teórico, su agenda se redujo a las garantías para la desmovilización, la supresión de los factores de violencia y la protección de la población de los territorios en donde estuvo presente. Más todavía, su estandarte de la Asamblea Constituyente resultó desteñido, sin contenido. Las pocas proposiciones se ciñeron a temas locales o acaso regionales, pero desarticulados del nivel nacional. Visto agudamente por Jesús Antonio Bejarano: “más que plantear el real alcance de los temas, se remitían a discutir los problemas. Además, advertimos un estilo de negociación como si se tratara de un pliego sindical, con ese esquema de cuánto tengo, cuánto me da. Lo otro era que no había, ni por parte de ellos ni por parte nuestra, una comprensión de lo que significaba el proceso de reinserción”.66
Si en el Decimosegundo Congreso del pcc-ml en 1983 los hermanos Calvo descollaron con sus propuestas reformistas, en el Decimotercer Congreso en 1989, y que por primera vez no fue clandestino, quienes ganaron encomio, por encima de la jerarquía partidista, fueron los jefes militares. En la apertura de ese congreso uno de estos, Jaime Fajardo, declaró: “el país ha cambiado y la mentalidad de muchos comunistas y sectores de la izquierda ha quedado atrás […], estamos planteando una nueva escuela política en Colombia; hay que derrotar aquellas posiciones que consideran las formas de lucha como fines en sí mismas”.67 El dirigente convidó a deponer las armas a discreción de una eventual Asamblea Nacional Constituyente, defender la soberanía nacional, reformar las Fuerzas Armadas oficiales, reconocer la relación directa entre socialismo y democracia, e invitó a la comunidad internacional a acompañar el proceso de paz. El certamen fue sucedido por la cena por “la paz y la Constituyente”, el Gobierno, a través de un delegado, envió el documento intitulado “Reflexiones para una nueva Constitución”. Visto igualmente por Fajardo:
Con él cobra altura el debate que estaba enrarecido por las bajezas electorales de los veteranos de siempre que empezaron a ver fantasmas. Su contenido posibilita importantes coincidencias con quienes venimos levantando las banderas de una nueva Constitución para la soberanía popular, la democracia participativa, el federalismo moderno, llena de derechos para los ciudadanos, con una nueva justicia, una Asamblea legislativa libre de corruptelas y un régimen pluripartidista. Una Constitución para la apertura democrática y la paz duradera.68
De manera inédita aparecían las expresiones “ciudadanos” en lugar de pueblo (y que la polisemia partidista diese al campesinado y el proletariado); “federalismo moderno”, estrechamente ligado al plan de descentralización iniciado por Betancur; y “democracia participativa”, reafirmando un cambio frente a las posiciones verticales que en el pasado primaran.
Al congreso le siguió la Cuarta Conferencia Nacional de Combatientes, también en enero de 1990. Dos fueron los objetivos principales: precisar los aspectos logísticos de la desmovilización y elegir mediante el voto secreto dos delegados a la Asamblea Constituyente. Esto segundo fue lo más expedito, saliendo elegidos Jaime Fajardo y Darío Mejía. El meollo estuvo en el desmonte de una estructura en la que hicieron osmosis un partido por largo tiempo clandestino, un movimiento político que era una suerte de coalición y un aparato armado a cuyos combatientes rasos les faltaba la claridad política de sus jefes, ya que su referente inmediato era el combate y no la vida partidista legal. La dificultad que enfrentó su jerarquía fue decirles a sus subalternos que una vez entregadas las armas no debían lealtad alguna a un comandante y que en adelante no habría ni ejército ni partido que les brindara protección, pues esta quedaba en manos del Estado. En un principio florecieron las particularidades de los frentes regionales y la ascendencia de sus comandantes, frenando la negociación, luego el turno fue para quienes provenían de las ciudades; si los primeros contaban con pericia militar y erudición política, en los segundos se mezclaban la formación universitaria y el conocimiento sobre el estado de la movilización social. En otros términos, y parafraseando respectivamente a Robert Michels y Daniel Gaxie, se impuso la visión de los “jefes profesionales” sobre la de los “profanos”.69 En cuanto al caso particular del pcc-ml, el dilema fue ceder a veinticinco años de preceptos maoístas, que subsistieron en el alma de algunos militantes que no se inmutaron con las transformaciones internacionales ni la Constituyente. Para estos, el abrigarse bajo la idea de girar hacia el socialismo significaba una conversión menos aparatosa. Fue ante todo por el Frente Popular, dados su leve independencia y las relaciones con otras fuerzas, que predominó la conclusión del proceso de paz; de ahí que no fue sorpresa que los dos representantes que el epl envió a la Asamblea Constituyente salieran de allí.
Notándolo dubitativo, el Gobierno presionó al epl a firmar la paz si quería participar en la Asamblea Constituyente, pero el grupo condicionó dicha firma a su presencia en el certamen. Mientras el m-19, ya acondicionado, vio en la Asamblea la oportunidad para recoger las simpatías nacionales, el epl estimó que debido a ella se fragmentaría aún más. Dos opiniones lo exponen. Tomás Concha, exdirigente de izquierda y director del Programa Presidencial de Reinserción, estimó que las negociaciones con el epl se desarrollaban a otro nivel en razón de su carácter ideológico, la confianza era una cuestión de tiempo. A su juicio, “las discusiones con el m-19 eran mucho más reducidas, en el tema y en el tiempo. Al fin y al cabo, con la comandancia, sin mucha relación con la gente, no había mucha discusión. En cambio con el epl tuvimos que esperar varias reuniones de comandancia y varias entre el aparato político y el aparato militar, o sea, un proceso mucho más democrático desde el punto de vista de ellos, pero también más lento y engorroso desde el punto de vista del Gobierno”.70 Por su parte, el exconsejero presidencial Jaime Pardo Rueda indicó que pese a lo rápido de la negociación, en comparación con lo tendida y ardua que fue la del m-19, la del epl:
Fue dura y difícil. Difícil porque la estructura de mando del grupo era difusa, a diferencia del m-19 donde Pizarro tenía, de lejos, una gran autoridad frente al resto de los dirigentes. En el epl la autoridad